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Se acabó el silencio: cómo hemos pasado de tapar el suicidio a hablar abiertamente sobre él (en teoría)

El pasado 29 de febrero, la Universidad Complutense de Madrid informó de que una alumna había “fallecido” y que por tal motivo se suspendían las clases del día siguiente. La fórmula elegida por la UCM tuvo la virtud de no gustar a nadie: despistó a algunas personas, que desconocían lo que había pasado y no consiguieron enterarse, y molestó a muchas otras, que sí lo sabían y les reprochaban que no lo dijeran abiertamente. La joven se había suicidado en el propio centro.

La manera de comunicar de la UCM, intentando ocultar un hecho que había tenido incluso testigos se entiende en la actualidad como un error basado en concepciones ya superadas, según explican varios expertos.

De Werther a Papageno, en los últimos años está cambiando radicalmente el lugar que el suicidio ocupa en la conversación pública, explica Iván García Vinuesa, psicólogo sanitario de Psicólogos Princesa81. Hace no tanto, ya entrado este siglo, el suicidio era un tema tabú del que no se hablaba, siguiendo la teoría de que el suicidio llama al suicidio. El efecto contagio se nombró como el protagonista de Las penas del joven Werther, de Goethe, quien se quitaba la vida por un desamor. Pero Goethe incluyó detalles en la descripción del hecho y meses después aparecieron imitadores de Werther, personas que se suicidaban con la misma ropa que llevaba el joven o con el mismo método que utilizó. El libro acabó prohibido en algunos países.

El efecto Werther se dio por bueno hasta bien entrado este siglo. Pero no dejaba de ser una anomalía ocultar un problema ya calificado de salud pública que provoca 11 muertes al día en España y que es la primera causa de fallecimientos externa entre la juventud. Y cuando se hacía, se hacía incurriendo en todos los elementos posibles de mala praxis, desde el morbo hasta los detalles pasando por una mala elección de fotografías. “La cobertura, la manera de hablar del suicidio, no estaba siendo útil porque promovía factores de riesgo”, explica Vinuesa López.

Hoy esa doctrina se va superando: cuando impera el silencio, dice la teoría actual, se estigmatiza a quien lo sufre; de lo que no se habla no existe y lo que no existe no se aborda. Cuando se decide informar con una (bastante habitual) aproximación detallada y/o morbosa sí se puede producir un efecto llamada.

La aproximación actual apuesta por hablar del tema, sacarlo a la luz, poner ejemplos de referentes que sobrevivieron a un intento y pueden contar su caso y las dificultades que se encontraron para afrontarlo. Se desmitifica el problema y se enseña que hay alternativas al suicidio, como le mostraron al personaje de Papageno en La flauta mágica de Mozart.

[En España, más allá de la ayuda que cada cual se pueda procurar, el Gobierno ha habilitado el teléfono de atención 024].

“Hace diez años me decían que pasara por encima”

“Hace diez años que trabajo en Obertament, y cuando entré no se hablaba de suicidio”, recuerda hoy Ariadna Rogero, responsable de prensa y activismo de la ONG, especializada en luchar contra el estigma y la discriminación de las personas con problemas de salud mental. “Cada vez que salía el tema del suicidio me decían que pasábamos por encima de él”. No eran los únicos. “Lo hablé con uno de los jefes de redacción de la agencia Efe en Barcelona y me contó que su redacción estaba dividida entre quienes pedían un cambio de aproximación y los que no”, continúa Rogero haciéndose eco del funcionamiento histórico de la prensa con la cuestión: informar sobre suicidios, se decía, incitaba al suicidio y por tanto no se hacía, una norma que solo se rompía en casos inevitables por su relevancia (por ejemplo, cuando alguien famoso se quitaba la vida).

Pero hace una década más o menos cambió el paradigma. “La Organización Mundial de la Salud sacó un comunicado dirigiéndose a los medios en el que les decía que tenían un importante rol en prevenir el suicidio y que debían hablar del tema. Ahí se empezó a difundir la idea de que hay que hablar sobre ello porque es positivo y preventivo”, rememora Rogero.

Pastora Reina, profesora del Departamento de Trabajo Social y Servicios Sociales de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla (UPO), explica que “los medios de comunicación han jugado un papel importante en el tema del suicidio, para bien y para mal. Algunos estudios han observado que cuando los medios se hacen eco de la muerte por suicidio de un famoso la curva del suicidio sube durante dos meses, pero si contabilizas el número de suicidios en el año, no cambia. Ya existía una ideación y lo único que ha hecho la publicación es un desencandenante de esa ideación de suicidio”.

Roto ese tabú, ahora se está tratando de demostrar el contrario: “El efecto Papageno dice que cuánto más se difunde [la problemática del suicidio] más efecto protector puede tener. Esto es porque uno de los mayores factores de riesgo es no hablar. Si no se habla no se pide ayuda y si no se pide ayuda no se puede ofrecer”, razona la profesora. Pero no hablar de cualquier manera, aclaran las profesionales: hay que romper el estigma a partir de la no banalización, de no entrar en el morbo ni recrearse en los detalles. En el suicidio, el cómo suele importar poco y sí puede generar un efecto contagio.

“Está tan marcado que es de locos que te lo acabas creyendo”

Sofía, de 26 años, es el caso práctico de lo que cuentan Rogero y Reina. Es superviviente de un intento de suicidio y cree que una parte fundamental en la prevención es “romper el estigma”, ese que manifiesta haber sentido el 80% de las personas de Catalunya con algún problema de salud mental, según Obertament.

“Yo lo hablo libremente, no creo que sea nada malo que tenga que ocultarse”, continúa Sofía, aunque asegura que el estigma está muy presente. “Está tan marcado que [tener pensamientos suicidas] es de locos o de raros, está tan encasillado y oyes tanto que está mal y que eres raro si lo piensas que te lo acabas creyendo. Lo ves en las películas, lo oyes en el colegio y lo acabas asimilando y acabas pensando, 'qué me está pasando, por qué me pasa a mí, qué va a pensar la gente'”.

Entre los pensamientos propios y los ajenos se genera un círculo vicioso. “Te encuentras con que la gente piensa que es una llamada de atención o que intentas ser el centro. O que la otra persona no sabe actuar cuando le cuentas tus problemas. Yo me he encontrado con el banalismo de 'no te preocupes, no es para tanto, ya se te pasará, estás teniendo un mal día”. Y entonces se aisló. “Te vas metiendo en el pozo progresivamente. No encuentras ayuda y poco a poco el sufrimiento es mayor, el malestar es mayor. Se te van haciendo los problemas más grandes en tu cabeza”, cuenta. Te aíslas, no pides ayuda, y como no pides ayuda te aíslas más.

Pit-roig Vinyals, otra superviviente, cuenta ella sufrió el rechazo de la mayoría de las personas al dolor permanente, al sufrimiento que no se va. “Con el suicidio se ve un montón. Yo tengo un trastorno crónico. ¿Esto significa que siempre estoy en la mierda? No, significa que tengo que surfearlo y que la vulnerabilidad estará ahí siempre. Cuando el dolor rompe el consenso de que no hay cosas permanentes eres tú la que se come el abandono”, relata. En su caso, cada tentativa suicida le ha costado la pérdida de una amistad, cuenta. Amigas, conocidas o compañeras que no supieron o quisieron afrontar la situación y desaparecieron.

Sensibilizar desde la no banalización

Rosa Calderón, psicóloga de la Asociación de Salud Mental El Puente, de Valladolid, cree que la sociedad está en una fase de “sensibilización y contacto con la salud mental”, pero hay que ir más allá. “Se debe sensibilizar desde la no banalización. Se requiere poner en marcha esa formación y promoción de la salud y el bienestar mental, formar en competencias socioemocionales, hablar del tema y saber que podemos ser parte activa en el cambio”.

Hablar. Escuchar. Estar ahí. Unos actos tan aparentemente sencillos que pueden ser toda la ayuda que alguien con ideaciones suicidas necesite en un primer momento. No se trata de prescindir del profesional, explican las expertas y víctimas, pero sí de saber “acompañar”, la palabra que utiliza Sofía. “Estar o no estar”, dirá Vinyals.

Ambas explican exactamente la misma necesidad, para la que no hace falta ser experto en salud mental o prevención del suicidio. “Lo que necesitas en ese momento no es una acción específica o un manual de instrucciones”, asegura Vinyals. Sofía ahonda en la idea. “No son respuestas lo que necesitas, no las hay en ese momento, solo saber que tengo alguien ahí, que va a estar pase lo que pase. También, evidentemente, atención psicológica, pero es todo un pack y que alguna de esas cosas no esté hace que todo se vaya cayendo y acabes en el pozo”.

Las dos creen que es positivo que se extienda el debate público sobre salud mental y suicidio. Para romper el estigma, para romper con la idea, “muy racional en tu mente”, dice Vinyals, de que “el suicidio es una opción, esta idea de que si la vida es una mierda es normal que te plantees dejarla. Hay que humanizar el suicidio. No normalizarlo, pero sí humanizarlo para entender por qué alguien pasa por esto, qué le pasa por la cabeza. Ahora estamos abriendo la caja de Pandora, estamos en el buen camino, pero aún hay mucho miedo a esta humanización”, cierra.