Más de 100 países han alcanzado un acuerdo en la Cumbre Climática de Glasgow para detener y revertir la deforestación en 2030. Parece una alianza prometedora, pero la repetición de este compromiso, ya exhibido en 2014, llega justo cuando el ritmo de devastación en la Amazonía ha hecho que, hasta agosto de 2021, se destruyera la mayor extensión de bosque de la década: 10.476 km2 en 12 meses. Un 57% más que el curso anterior.
Frenar la pérdida de bosques es un buen negocio para atajar la crisis climática ya que los árboles del mundo absorben hasta el 30% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, según calculó el World Resources Institute. Pero para eso hace falta que estén en pie: la deforestación es reponsable de un 2% del CO2 que se lanza a la costra gaseosa de la atmósfera que recalienta la Tierra. Al destruirse, sueltan el carbono que almacenaban desde hace cientos de años. “Equivale a lo que emiten 570 millones de coches al año”, han ilustrado los firmantes.
La cuestión es que esta promesa suena a música antigua y no cumplida. El objetivo de reducir a la mitad la deforestación de bosques en 2020 y detenerla en 2030 ya se firmó en 2014 en la Declaración de Nueva York cuyo último informe de evaluación ha dicho: “La pérdida neta de bosques naturales, aunque haya decrecido levemente desde 2000, no está en la ruta para cumplir los compromisos”. El anuncio de esta acuerdo en Glasgow admite que se trata de un “volver a comprometerse” al que añaden, eso sí, avisos de financiación.
La tasa de pérdida de bosques ha estado en 10,4 millones de hectáreas al año entre 2000 y 2010 y en 7,8 millones entre 2010-2020, según la evaluación de la Declaración de Nueva York. La Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU, la FAO, ofrece unos cálculos algo diferentes: el ritmo de pérdida neta en los primeros diez años del siglo fue de 5,2 millones de hectáreas anuales y en la siguiente década de 4,7 millones para un total de 178 millones desde 1990. Con todo, estas cifras suponen “una gran preocupación”.
“Estamos fracasando”, dice el informe de la Declaración de Nueva York que calcula que “haría falta reducir esa pérdida neta –lo que se destruye menos lo que se expanden los bosques– en 2,2 millones de hectáreas cada año para cumplir el objetivo de 2030”.
Desde luego, el curso 2020/2021 ha subrayado estos malos augurios, ya que la deforestación en el mayor bosque tropical del mundo, la Amazonía, ha batido récords. Solo en julio pasado se destruyeron 2.095 km2, según los datos del Instituto Amazonía del Hombre y el Medio Ambiente (Imazon). Es un 80% más que en el mismo mes de 2020. Y el ritmo no para, ya que en septiembre desaparecieron otros 1.224 km2, el equivalente a “cuatro campos de fútbol al día”. Seis meses de 2021 han sido los más destructivos de la década.
Arrasar bosques trae consecuencias climáticas. Sobre todo en los puntos donde se concentra la deforestación: Brasil y República del Congo lideran el ránking de emisiones por destrucción de bosque, con una media de al menos 600 millones de toneladas de CO2 al año entre 2016 y 2020 cada uno, según el inventario de la ONU.
El país suramericano fue uno de los pocos países cuyas emisiones de CO2 crecieron en 2020 a pesar del parón impuesto por la COVID-19. Pasaron de 1.970 millones de toneladas a 2.160 millones (un 9,5%). El salto se debió, especialmente, a la deforestación que abre grandes extensiones de terreno para la ganadería y el cultivo de soja para pienso.
Aunque el acuerdo lanzado este martes en la COP26 cuenta con la rúbrica de Canadá, Rusia, Noruega, Colombia, Indonesia y la República Democrática del Congo, el gobierno federal de Brasil todavía está pendiente de firmar, según ha admitido el Ejecutivo británico que ha promovido el anuncio. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, no ha aparecido en la cumbre de líderes mundiales de Glasgow.
Comercio ilegal millonario
Con todo, a pesar de la fuerza icónica y los focos que apuntan al bosque tropical de América del Sur, la región donde más bosque se destruye actualmente es África. En la última década acumula una tasa de 3,9 millones de hectáreas perdidas cada año de selva. Y ha ido aumentando cada decenio sin alivio mientras en América sí se ha ralentizado al pasar de un ritmo de cinco millones de hectáreas perdidas a casi tres. América del Sur y África son las dos únicas zonas donde no ha habido ninguna expansión forestal desde 1990: solo destrucción, según la FAO.
La ONU estima que el comercio con madera ilegal puede suponer entre el 15 y el 30% del total, y la UE calcula que el 20% de las talas ilegales pueden acabar comercializadas en sus países. "Son entre 30.000 y 100.000 millones de dólares anuales
El acuerdo forestal de este martes en la COP26 asegura que reúne a los estados que albergan hasta el 85% de los bosques. “Los estamos perdiendo a un ritmo alarmante equivalente a 27 campos de fútbol cada minuto”. Los firmantes aseguran que habrá un fondo de 12.000 millones de dólares para “detener y revertir” esta destrucción.
También han especificado que habrá “posiblemente” un “endurecimiento de la regulación” para que “las cadenas de suministro queden libres de material que provenga de la deforestación”. La misma ONU estima que el comercio con madera ilegal puede suponer entre el 15 y el 30% del comercio total y llegar al 90% en algunos países tropicales. La Unión Europea calcula que el 20% de las talas ilegales pueden acabar comercializadas en sus países. “El valor total de este comercio negro oscila entre los 30.000 y 100.000 millones de dólares anuales”, ha calculado la Interpol.
La ciencia ha sido clara: el Panel de expertos en cambio climático de la ONU, el IPCC, ha insistido en que “cualquier escenario” para limitar el calentamiento global del planeta más allá de los límites de seguridad implica frenar la deforestación, además de ser el “mejor y más barato” sistema para estabilizar el clima que ha alterado la acción humana.