Adiós al mito de que el cerebro humano está menos desarrollado que el de otros primates al nacer

Cuando se explica la evolución del cerebro humano se suele señalar al hecho de que somos criaturas “altriciales”, es decir, que nacemos con un cerebro inmaduro y escaso control muscular, lo que hace a nuestras crías muy dependientes durante un largo periodo. Hasta ahora se había creído que los humanos nacemos con cerebros comparativamente menos desarrollados que otros primates y que esto era el resultado de un compromiso evolutivo para que las cabezas de los bebés pudieran pasar por el canal de parto de su madre, lo que requeriría que se desarrollaran aún más fuera del útero. 

Un nuevo análisis liderado por Aida Gómez-Robles, antropóloga e investigadora del University College de Londres (UCL), viene a derribar esta creencia tras demostrar que, aunque somos altriciales, los cerebros de los recién nacidos humanos no están significativamente menos desarrollados en comparación con otras especies de primates, sino que lo parecen porque gran parte del desarrollo cerebral ocurre después del nacimiento. Es decir, por el punto de referencia que tomamos al medir. “Los humanos parecen mucho más indefensos cuando son jóvenes en comparación con otros primates, no porque sus cerebros estén comparativamente subdesarrollados, sino porque todavía les queda mucho por recorrer”, explica la investigadora, quien reconoce que ella misma solía repetir el viejo tópico en sus conferencias hasta que decidió ponerlo a prueba.

Para el trabajo publicado este lunes en la revista Nature Ecology & Evolution, los autores analizaron el desarrollo cerebral de 140 especies de mamíferos diferentes, incluidos primates, roedores y carnívoros modernos, así como la mayoría de especies de homínidos fósiles. Al comparar la duración de la gestación fetal en los mamíferos modernos, el tamaño relativo de los cerebros y cuerpos de los recién nacidos con respecto a su tamaño adulto, y el tamaño total del cerebro de los recién nacidos y los adultos, llegaron a la conclusión de que los humanos nacen con cerebros en un nivel de desarrollo muy parecido a los de especies de primates similares como el chimpancé, el gorila o el orangután. 

El espejismo anterior se producía, a su juicio, por la diferencia que hay al principio y final del desarrollo entre nosotros y otros primates. Mientras que el tamaño del cerebro en chimpancés y orangutanes recién nacidos es más de una tercera parte de lo que ocupará cuando sean adultos, en los bebés humanos el cerebro es solo una cuarta parte del tamaño que llegará a alcanzar en la madurez y esta tarda mucho más en llegar. “Yo también lo veía clarísimo —explica Gómez-Robles a elDiario.es—, pero cuando miras el resto de las variables, como el tamaño cerebral en el neonato o la duración de la gestación, lo que realmente ves es que la narrativa clásica del dilema obstétrico no es correcta: nacemos cuando tenemos que nacer y no somos tan diferentes de otros primates”.

La narrativa clásica del dilema obstétrico no es correcta: nacemos cuando tenemos que nacer y no somos tan diferentes de otros primates

Esta creencia sobre la inmadurez del cerebro llevaba a calcular que para nacer igual de desarrollados y activos que un bebé de chimpancé, la gestación humana debía extenderse de los 9 a los 21 meses, algo que no respaldan los datos obtenidos en el nuevo trabajo. “El problema es que comparamos el tamaño en el recién nacido con el del adulto, pero hay que darse cuenta de que con un tamaño mayor se dilatan los plazos”. Para entenderlo, la investigadora pide pensar en el tiempo que te lleva construir una casa unifamiliar (un cerebro más pequeño) y un rascacielos (el cerebro humano). “Algo más grande lleva más tiempo que algo más pequeño, y al mismo tiempo todas las etapas de construcción también duran más”.

En resumen, lo que ven en este nuevo estudio es que los humanos no nacen con niveles de desarrollo significativamente más bajos que los primates modernos, ni que sus ancestros homínidos y que el período de gestación humana no es más corto de lo que cabría esperar en comparación con otros primates. De acuerdo con el modelo anterior, los científicos habían sugerido que el subdesarrollo al nacer fomentaba una mayor plasticidad cerebral, facilitando en última instancia la inteligencia humana. “No negamos que el cerebro humano es mucho más plástico, lo que cambia ahora es la razón por la que lo es”, subraya Gómez-Robles. “Siempre se ha considerado que estaba relacionado con estar menos desarrollados de lo que nos corresponde al nacer, pero eso no es lo que no indican estos resultados”.

“Estos hallazgos sugieren que la duración de la gestación humana no se trunca con respecto a otros primates, lo que indica que la altricialidad humana percibida no es el resultado de restricciones o dilemas exclusivos de nuestra especie”, escriben los autores. “Además, estos resultados se alinean bien con las observaciones conductuales que muestran que las principales diferencias entre chimpancés y bebés humanos se refieren principalmente al desarrollo motor menos fino, pero que las diferencias en otros dominios conductuales durante el período postnatal temprano son menores”.

La importancia de la mielinización 

Para intentar entenderlo mejor, los autores también han analizado los procesos específicos que ocurren durante el desarrollo cerebral. “Nuestro estudio sí confirma que hay un número pequeño de procesos de desarrollo cerebral que se han movido al periodo postnatal durante la evolución de nuestra especie”, explica la investigadora. “Hay un 5% de procesos —entre los que predominan los de mielinización— que ocurrían antes del nacimiento en los primeros homínidos y que en los humanos modernos se posponen hasta después del nacimiento”. 

La llamada mielinización permite a las neuronas conectarse de manera más eficiente y se completa en los humanos de manera mucho más tardía que en otras especies. Los resultados apuntan a un papel particularmente importante de la mielinización en el impulso de la plasticidad del cerebro humano, pero aún queda mucho para entender qué cambios específicos se producen en nuestro cerebro para hacerlo más moldeable por los cambios en el ambiente. “De momento —concluye Gómez-Robles—, lo que indican nuestros resultados es que la clave de la plasticidad cerebral no está en una gestación más corta o en una mayor inmadurez al nacer. El desarrollo cerebral más tardío es el que estaría más relacionado con que acabemos siendo como somos”.

Nuestro cerebro ha experimentado cambios peculiares con respecto a los de otros primates y es necesario averiguar cómo y por qué han sucedido

La clave de la plasticidad

“La conclusión principal es muy clara y es genial” asegura el neurocientífico y divulgador Xurxo Mariño. “Los autores se preguntan: si somos tan parecidos a los chimpancés, ¿cómo es posible que seamos tan distintos en el desarrollo? Y la repuesta es la extraordinaria plasticidad”. Juan Ignacio Pérez Iglesias, catedrático de Fisiología de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU), recuerda que el dilema obstétrico sigue siendo un argumento muy poderoso, ya que las mujeres no pueden parir bebés más grandes, y recuerda que el resto de primates tienen periodos de gestación muy parecidos, por lo que quizá hay alguna razón por la que el embarazo no debe durar más. “Es muy llamativo que todas se mueven en el intervalo de las 34 semanas (en el caso de los bonobos) a 38 (nosotros), con lo que la diferencia entre los dos extremos es solo de un 10%, esto indica que es un rasgo muy conservado”. 

Para el paleoantropólogo español José María Bermúdez de Castro, se trata de una investigación muy seria y rigurosa. “El trabajo está bien planteado, es muy pertinente y aborda uno de los aspectos más relevantes de la evolución humana de los dos últimos millones de años”, señala. De manera general, se asume que los niños deben nacer, aún cuando su cerebro no esté plenamente desarrollado como en otros mamíferos por necesidades obstétricas (dimensiones del canal del parto) y metabólicas (las mujeres no pueden soportar tanto estrés metabólico, recuerda Bermúdez de Castro. “Sin embargo, los autores no encuentran que estos factores sean decisivos y, en términos comparativos, otros mamíferos también tendrían el mismo grado de altricialidad al nacer”. 

El trabajo no desmiente que seamos altriciales al nacer, recalca, sino que indica que lo somos de una manera diferente a lo que se ha propuesto hasta la fecha. “Y pone el acento en el papel de la mielina, que se conoce desde hace muchas décadas y sería la razón de nacer tan desvalidos, hasta que todo el proceso se complete en H. sapiens (hacia los treinta años)”, explica. Por eso este trabajo le parece tan pertinente. “El resultado hace hincapié en que este y otros procesos son más decisivos de lo que pensaba con anterioridad para explicar nuestra altricialidad”, concluye. “Nuestro cerebro ha experimentado cambios peculiares con respecto a los de otros primates y es necesario averiguar cómo y por qué han sucedido estos cambios, que nos han llevado a ser lo que somos”.