Según un estudio científico, fiable, serio y revisado por pares, una buena parte de la población euroasiática descendía del gran emperador mongol Gengis Kan. El estudio, de 2010, tuvo una gran repercusión mediática que le convirtió en el gran padre de la humanidad. Hoy sabemos que Gengis Kan no tuvo nada que ver.
Gengis Kan es más una leyenda que un hombre. Ni siquiera estamos seguros de cuándo nació: los historiadores coinciden en que fue en algún momento de la década entre 1155 y 1167. Después de que el ejército mongol subyugara más tierras y personas en veinte años que los romanos en cuatrocientos, el gran guerrero murió en agosto de 1227 y fue enterrado en secreto.
Como el de Alejandro Magno, su cuerpo se ha perdido en la leyenda y la tradición. Todos los proyectos y expediciones que han intentado localizar su tumba han resultado infructuosos. Como no disponemos del cuerpo ni del menor rastro tangible de su paso por la tierra, no sabemos nada de su ADN y mucho menos de su cromosoma Y. Sin embargo, un estudio científico despertó a Gengis Kan de entre los muertos.
¿Un cromosoma Y común?
El ADN de los habitantes de Asia Central contiene fragmentos de todo el planeta. Sin embargo, a finales de los 1990 del siglo pasado era una de las regiones del mundo menos estudiadas genéticamente hablando. De ese vacío surgió en 2003 un artículo de genética de poblaciones, liderado por la bioquímica de la Universidad de Oxford, Tatiana Zerjal, que se centró en el cromosoma Y.
Zerjal y sus colegas usaron tramos de ADN del cromosoma Y de más de 2 000 hombres asiáticos. Lo compararon con poblaciones de todo el mundo y encontraron algo extraño: en su muestra de hombres asiáticos había un haplotipo demasiado común para tener sentido. El haplotipo es una agrupación de variantes genómicas (o polimorfismos) que tienden a heredarse juntas.
El 8% de los hombres tenía este cromosoma Y con un haplotipo tan excepcional que recurrieron al mundo de las galaxias para ponerle un nombre propio: clúster estelar, que en astronomía se refiere a un grupo de estrellas cuyos miembros se mantienen unidos por atracción gravitacional mutua.
Si su muestra era representativa, eso significaba que quienes viven en los territorios del antiguo Imperio mongol, un 0,5% de la población mundial, compartían el mismo cromosoma Y. Así que todos ellos debían estar emparentados por línea paterna.
El azar por sí solo hace demasiado improbable que esto ocurra. Tuvo que haber existido una presión selectiva. Pero el cromosoma Y es muy pequeño, así que la posibilidad de que uno de sus genes proporcionara una clara ventaja competitiva de supervivencia era extraordinariamente pequeña.
La razón alternativa más plausible era que algún hombre había sido extraordinariamente fecundo.
El hombre fecundo que vivió hace 1 000 años
En el estudio liderado por Tatiana Zerjal se estimó que el ancestro común más reciente de todos los hombres que compartían ese cromosoma Y vivió en Asia Central hace unos 1 000 años, el periodo de tiempo que le tocó vivir al gran Gengis Kan.
Como una cosa lleva a la otra, en el artículo sugirieron que todos los portadores de ese cromosoma Y pertenecían a la estirpe del emperador mongol. Dicho de otro modo: actualmente habría entre 40 y 45 millones de personas en el planeta que serían descendientes directos de Gengis Kan.
Razones no faltaban: el burdel personal ambulante de Gengis Kan estaba formado por miles de mujeres que iba repudiando, o incorporando, a medida que conquistaba nuevos territorios, lo que hizo que su ADN se extendiese por una amplia región del mundo.
Gengis Kan tuvo cinco hijas y cuatro hijos con su esposa principal, e incontables con las esposas menores y concubinas que iba incorporando gracias a sus conquistas.
Así que sus genes se expandieron mucho por Asia Central. Al menos teóricamente, porque lo cierto es que faltaba la prueba fundamental para afirmar que eran suyos: el ADN del promiscuo señor de la guerra mongol.
A la búsqueda del ADN de Gengis Kan
Había que encontrar el cuerpo de Gengis Kan. Más de 10 000 voluntarios pasaron un total de tres años y medio revisando imágenes de satélite buscando cualquier rastro que pudiera revelar su sepulcro. Luego se organizó una expedición para explorar los 55 sitios más prometedores surgidos de esa búsqueda virtual. Los restos no aparecieron.
En 2004 se descubrieron cinco tumbas en Tavan Tolgoi, en el este de Mongolia. Los objetos que contenían y la calidad de las maderas utilizadas para los féretros apuntaban claramente a la familia de Gengis Kan. Los científicos analizaron los esqueletos en busca de ADN, pero el cromosoma Y que encontraron en los hombres sepultados no era el del “clúster estelar”.
Otro grupo investigó un clan en China del que se afirmaba que era descendiente de Toghan, el sexto hijo de Gengis Kan. Pero su cromosoma Y resultó ser diferente del descrito en el artículo de Tatiana Zerjal y el encontrado en la excavación de Tavan Tolgoi. Nada tenían que ver con el linaje de Gengis Kan.
La leyenda se derrumba: Gengis Kan no estaba allí
El problema con cualquier muestra poblacional de ADN es que hay que elegir y confiar en que sea representativa. En la investigación que condujo a la publicación de Tania Zerjal la muestra fue de 2 123 hombres. En 2018, un estudio amplió la muestra hasta 18 000 individuos de una región centroasiática más extensa.
Al obtener una imagen más precisa, confirmaron la existencia del haplotipo estrella, pero comprobaron que no tenía 1 000 años de antigüedad, sino 2 600, es decir, era mucho más viejo que el propio Gengis Kan. Al ser tan antiguo, este paquete genético tuvo tiempo sobrado para propagarse entre las tribus de Asia central y dispersarse cuando la región se convirtió en el corazón de la Ruta de la Seda que unió Europa con Asia. La Ruta de la Seda facilitó una gran mezcla genética entre poblaciones.
Los euroasiáticos no somos descendientes directos de Gengis Kan, pero todos llevamos en nuestras células la indeleble huella de la ruta migratoria que siguieron nuestros antepasados al salir de África. En cuanto al gran Kan, su rostro, sus huesos y su propio ADN permanecen ocultos en donde habita el olvido.
Manuel Peinado Lorca es catedrático emérito Ciencias de la vida. Director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Alcalá, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.