Nuestro cuerpo va soltando material biológico y dejando un rastro de ADN a su paso. Y este material puede ser obtenido y analizado por los científicos que recogen ‘ADN ambiental’ sin autorización previa y sin que el procedimiento haya sido bien regulado por comités éticos de investigación.
Esta es la principal conclusión que se desprende de un estudio realizado por David Duffy y su equipo de la Universidad de Florida, que se publica este lunes en la revista Nature Ecology & Evolution. “Nos ha sorprendido constantemente a lo largo de este proyecto la cantidad de ADN humano que encontramos y la calidad de ese ADN”, asegura el investigador. “En la mayoría de los casos, la calidad es casi equivalente a tomar una muestra de una persona”.
El análisis del denominado ‘ADN ambiental’ es uno de los campos más activos de estudio dentro de la genética. La recogida y cribado de sedimentos ha permitido recientemente, por ejemplo, la reconstrucción de un ecosistema de hace alrededor de dos millones de años en Groenlandia, y en otros lugares del mundo los científicos recogen muestras para estudiar la biodiversidad, monitorizar especies invasoras o analizar la presencia de patógenos, como se hace con las aguas residuales.
¿Qué pasa cuando en estas muestras obtenidas en la naturaleza aparece ADN humano? Hasta ahora la cuestión no tenía mayor relevancia porque los científicos cribaban la información genética en busca de especies concretas, pero el equipo de David Duffy acaba de descubrir una posible vía de conflictos éticos y de privacidad en la que nadie había puesto el acento.
Capturas accidentales
Mientras analizaban el ADN ambiental recogido en su estudio de las tortugas verdes (Chelonia mydas), Duffy pensó que sería útil analizar todas las posibles especies que vivían en torno a ellas, además de los virus y bacterias. “Lógicamente, esperábamos obtener una pequeña cantidad de ADN humano, pero esperábamos encontrar mucho más en los tanques de tortugas marinas en nuestras instalaciones que en las muestras de agua tomadas del medio ambiente (ríos y marismas)”, explica a elDiario.es. “Pero cuando llegaron los resultados, nos dimos cuenta de que nuestras muestras ambientales tenían mucho más ADN humano que las tomadas en los tanques de nuestras tortugas”.
Los autores encontraron material genético humano en todo tipo de paisajes, desde los océanos a las montañas
Tras el descubrimiento accidental, los investigadores decidieron seguir recogiendo y buscando ADN humano en las tomas de muestras que hicieron en los siguientes seis años de investigación, con la preceptiva aprobación del comité ético de la universidad. “Y dado que seguimos recuperando ADN humano de una amplia gama de ubicaciones, sabemos que otros estudios de ‘ADN ambiental’ también deben estar capturando inadvertidamente ADN humano”, asegura.
Los autores encontraron material genético humano en todo tipo de paisajes, desde los océanos a las montañas, y solo descubrieron lugares sin ‘contaminar’ en zonas muy remotas como la playa de una isla deshabitada. Allí aprovecharon para hacer un experimento con voluntarios, que caminaron por la arena y el equipo pudo obtener ADN identificable de sus huellas. También repitieron el experimento capturando el aire de habitaciones ocupadas y desocupadas, en las que posteriormente identificaron ADN de las personas que habían estado presentes.
“Quisimos probar la calidad del ADN humano recuperado del medio ambiente (agua, arena y aire) y qué podía decirnos sobre los humanos de los que se originó el ADN”, relata. “Queríamos comprender mejor cuántas preocupaciones éticas pueden surgir del muestreo de ‘ADN ambiental’”. Lo que concluyen en su trabajo es que esta captura accidental de material genético humano plantea preocupaciones éticas y de privacidad que no están necesariamente sometidas al control estricto al que se enfrentan otras formas de investigación que recopilan información identificable sobre humanos individuales. Lo que les preocupa, aseguran, es que pronto se recuperarán potencialmente grandes volúmenes de ADN humano, incluidos datos suficientes para identificar y fenotipar individuos. Y “la obtención de datos genéticos de personas identificables requiere el consentimiento informado”, recuerdan.
Nueva frontera ética
“Si te soy sincero, nunca pensé en las ramificaciones éticas de esto”, reconoce el genetista Tomás Marqués Bonet, investigador ICREA y catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, que no ha participado en este estudio pero sí ha recogido ADN ambiental en sus propias indagaciones sobre poblaciones de chimpancés, aunque siempre ha descartado este material sin analizarlo. A su juicio, este trabajo abre una perspectiva muy interesante y que se debe tener en cuenta en el futuro. “Nos abren una nueva frontera: ¿qué hacer con los datos humanos que se colectan de manera incidental cuando se mide ADN ambiental? Como otras veces en la historia de la genética, la técnica nos sorprende con nuevas adquisiciones que deben ir complementadas con una regulación pertinente para que su uso se adapte a lo que la sociedad nos requiere. Un uso ético y responsable de nuestro legado genético”, explica a elDiario.es.
Nos abren una nueva frontera: ¿qué hacer con los datos humanos que se colectan de manera incidental cuando se mide ADN ambiental?
La catedrática de genética de la Universidad de Barcelona, Gemma Marfany, encuentra estos resultados sorprendentes y del máximo interés. “Lo que te dicen es que es algo que nadie había pensado hasta el momento y que se tiene que regular”, asegura. En su opinión, la principal preocupación es que algunos de estos datos recogidos en bruto se suban a repositorios públicos, con lo que se pierde el control del uso que se puede hacer de ellos. La ventaja del ADN ambiental, señala, es que al estar mezclado no puedes asignarlo a personas, a menos que concurran unas circunstancias muy específicas. “Pero plantea muchas dudas sobre el uso que se puede dar a nivel poblacional o grupal”, asegura.
Marfany recuerda el caso de la tribu Havasupai, del norte de Arizona, que ganaron un juicio contra las autoridades por haber usado material genético de algunos de sus miembros para estudiar la salud del grupo étnico sin consentimiento previo. “Ellos nunca lo han dado y eso contraviene su cultura”, explica. “Estaban usando datos poblacionales para unos fines para los que no les habían dado permiso”.
El ADN ambiental humano podría emplearse para la vigilancia de individuos o grupos minoritarios como las tribus no contactadas
Las aplicaciones de ADN ambiental humano, señalan explícitamente los autores del estudio, “podrían emplearse para la vigilancia de individuos, grupos minoritarios (ascendencia genética) o discapacidades genéticas, o para obtener información genómica de poblaciones locales sin su conocimiento o consentimiento, incluso de indígenas genéticamente diversos 'valiosos' (tribus no contactadas, grupos étnicos particulares, etc.)”. Dichos escenarios, señalan, amplían los problemas actuales relacionados con la mercantilización de la información genómica.
Los usos más perversos del ADN
Llevado al extremo más negativo, los autores temen que este ADN captado del ambiente pudiera ser utilizado para determinar si los miembros de un grupo genéticamente distinto estaban presentes en una población determinada. Se podrían monitorizar las aguas residuales o la filtración de aire en áreas urbanas o en viviendas privadas, por ejemplo. “Ese potencial es particularmente escalofriante dada la propensión de los humanos a llevar a cabo persecuciones étnicas y genocidios a lo largo de nuestra historia”, subrayan.
“Ya se han producido abusos documentados de los derechos humanos mediante el uso de bases de datos nacionales de ADN en China con otros datos de vigilancia para monitorear poblaciones minoritarias”, explica Jessica Farrell, coautora del estudio, en referencia a la persecución de la minoría uigur. “Esto no se hizo con ADN ambiental, pero en el futuro la tecnología podría aplicarse de manera similar”.
La genetista Gemma Marfany señala otros amagos de uso perverso de la información genética, como la campaña que se hizo en la ciudad de Hong Kong hace unos años, donde se reconstruía —a partir del ADN— el posible aspecto anatómico de los propietarios de la basura arrojada en las calles para señalarlos como malos ciudadanos. “Los laboratorios forenses ya trabajan con estas ideas y algunas empresas, como Parabon nanolabs, ofrecen una inferencia de los rasgos de la persona a partir de su ADN”, señala. “Cogen tu cara y la convierten en una matriz de puntos, lo único que tienen que hacer es correlaciones genéticas. Y esto es algo que va a estar encima de la mesa”.
Medidas de precaución
Sin llegar al extremo de lo que hace la cantante Madonna, cuyo equipo esteriliza el camerino después de sus actuaciones para que nadie pueda obtener material genético de la estrella, Farrell cree que “en el futuro tendremos que ser conscientes del material genético que dejamos atrás”. Pero la parte buena, añade, es que “con una regulación adecuada, deberíamos poder evitar el mal uso de este ADN esparcido por ahí”.
Es hora de que los legisladores y las comunidades científicas se tomen en serio estos problemas, dicen los autores
Este resultado es una llamada de atención sobre un asunto que puede presentar variantes inesperadas y vulnerabilidades de la privacidad que no habíamos tenido en cuenta. Ahora que está claro que el ADN humano se puede muestrear fácilmente del ambiente, los autores del trabajo consideran que es hora de que los legisladores y las comunidades científicas se tomen en serio los problemas relacionados con el consentimiento y la privacidad y los equilibren con los posibles beneficios de estudiar este ADN disperso en la naturaleza.
“Cada vez que hacemos un avance tecnológico, hay cosas beneficiosas para las que se puede usar la tecnología y cosas preocupantes para las que se puede usar la tecnología. Aquí no es diferente”, concluye Duffy. “Estos son temas que estamos tratando de plantear temprano para que los legisladores y la sociedad tengan tiempo de desarrollar regulaciones”.