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Las dos adolescencias de las personas LGTBI
Madrid, 26 jun (EFE).- A Fabiola le hubiera gustado vivir su primer beso y su primer amor con una chica cuando tenía 16 años, como hicieron sus amigas con sus novios de entonces. Pero, como les ocurre a muchas personas LGTBI, las vivencias y anhelos típicos de la adolescencia se vieron frustrados por estar dentro del armario.
“Echo de menos el primer beso en condiciones o la primera vez que sales con una persona que te gusta. Todo eso yo no lo he tenido, y me gustaría haberlo tenido”, reconoce a Efe Fabiola (27 años, Málaga), quien no se visibilizó “propiamente” como lesbiana hasta hace escasos tres años.
En una etapa de despertar sexual, de descubrimiento personal y de exploración en el amor, muchas personas del colectivo se ven obligadas a postergar esas experiencias hasta que salen del armario, son conscientes de quiénes son o se han podido marchar a lugares con mayor libertad e igualdad.
El estreno en Netflix de la serie Heartstopper, que narra el romance entre dos chicos en su etapa en el instituto, devolvió a las redes sociales el debate de la “adolescencia robada”, las ausencias compartidas entre la gente de la comunidad y la segunda juventud que experimentan algunos cuando, por fin, viven en libertad.
“No viví mi adolescencia plenamente. Mi primer beso y mi primera vez fueron con chicos que me daban absolutamente igual, lo hacía por presión social”, relata Fabiola
Años más tarde salió del armario y pudo conectar con otras realidades y personas del colectivo, lo que la llevó a vivir una especie de segunda adolescencia: “Por primera vez estaba haciendo lo que yo tendría que haber hecho cinco años atrás. (…) Tenía ese sentimiento de adolescencia”.
“Y, aunque yo sabía que realmente no era mi época, me sentía plena viviendo eso”, admite.
LA ADOLESCENCIA TARDÍA Y LA SALUD MENTAL
Retardar las experiencias habituales de la adolescencia puede tener consecuencias también en el desarrollo sexual y afectivo, apunta Adrián Viedma, psicólogo especializado en asesoramiento LGTBI.
En primer lugar, porque la primera vez puede “llegar mucho más tarde, con más nervios y muchísima menos información” en comparación con las personas heterosexuales, explica Viedma. Lo mismo ocurre con el hecho de no poder “hablar de quién te gusta o con quién estás” lo que provoca “al final una distancia entre tú y los demás”.
“Las típicas dudas y los típicos problemas que podría tener un adolescente si está en el armario, a la larga lo que hace es emponzoñarse y lo hace todo mucho más complejo, lo cual puede derivar en problemas de ansiedad o de depresión”, advierte Viedma, quien señala que las personas LGTBI son más susceptibles a sufrir problemas de salud mental.
Y una de las razones, argumenta, es no poder vivir una adolescencia al uso.
EL ARMARIO SOCIAL
“De alguna forma a todas nos robaron esa adolescencia, del primer amor vivido con normalidad y no desde la humillación y el ostracismo”, subraya Sergio (25 años, Tenerife) quien salió del armario a los 15 años y ahora preside la asociación LGTBI+ Diversas.
Visibilizarse durante su adolescencia no se tradujo en la posibilidad de disfrutarla. “Eso no me permitió vivir fuera del armario social que implica ser gay, Yo salí, pero la sociedad entera seguía metida dentro del armario”, dice.
A ello se suma el hecho de la falta de referentes y personas LGTBI en su entorno en aquel momento. Él no pudo vivir una historia de amor real hasta que se fue de su pueblo a la universidad. “Fue una suerte de exilio”, afirma este tinerfeño.
LLEGAR TARDE A LA ADOLESCENCIA
Pablo (26 años, Córdoba) comenzó a vivir muchas de las experiencias típicas de la adolescencia ya bien entrada la universidad, lo que le produce una sensación continua de “llegar tarde” y de haberlo hecho “todo mal”.
Pese a haber pasado toda la época del instituto en el armario, siempre le persiguió el calificativo del “marica de clase”.
Por cosas como esta, cree que haberse visibilizado antes hubiera incluso empeorado las cosas. “Me robaron la adolescencia porque me obligaron a callar. Porque yo decía, si lo que tengo es una puta mierda, encima si lo hago público va a ser mucho peor”, lamenta.
Desde hace un año, Pablo hace Drag bajo el nombre de Lucy Octopussy. Para él, supone cerrar un círculo con su yo adolescente que no era capaz de ser quien quería ser.
“Pienso en esa imagen del Pablo de 7 años, siendo muy consciente de que hay cosas que la sociedad no le deja. Y pienso en el Pablo de ahora convertido en Lucy Octopussy haciendo lo que me da la gana y es como darle un abrazo a mi yo de pequeño y decirle: ‘Mira, no pasa nada, todo está bien y por fin eres libre’”, relata a Efe.
LAS PRIMERAS VECES
La bandera trans cuelga de la pared de la habitación de Elena (22 años, Algeciras) mientras hace sus directos en la plataforma Twitch. Fue precisamente en uno de ellos donde confesó a sus seguidores que era una chica trans.
Esta joven comenzó la transición hormonal hace unos cuatro meses. Desde entonces dice sentirse un “poco adolescente”. “El ver cómo crece mi cuerpo y la euforia de género que eso me da, lo noto como si estuviera viviendo una segunda adolescencia, una alegre y real”, cuenta, aunque confiesa que también le hubiera gustado vivirlo en su momento.
Una cosa tan común como ir de compras, Elena no la pudo disfrutar hasta su cumpleaños de este año. Aquel día, cogió a un par de amigas y se fueron de tiendas.
“Fue la primera vez que fui verdaderamente feliz. Me hice fotos y me iba al probador, aunque al principio me dio un poco de reparo por si me decían algo”, dice mientras se le ilumina la cara con una sonrisa.
Señala su entorno, su colegio católico y los roles de género tan fijos que imperan en la sociedad como algunos de los factores que la forzaron a “tapar su feminidad” y que no fuera consciente de quien era realmente durante la adolescencia.
Ahora, después de todo el camino transitado, tiene claro lo que le diría a su yo de 16 años: “Le explicaría qué es ser LGTBI, que tiene que salir de allí y que explorara sin miedo”.
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