Agresiones grupales o bajo sumisión química: el nuevo relato del terror sexual para las mujeres
En noviembre de 1992, tres chicas de 14 años –Miriam, Toñi y Desirée– desaparecían en Alcàsser (Valencia). Sus cuerpos fueron encontrados tres meses y medio después: las tres adolescentes habían sido secuestradas, torturadas, violadas y asesinadas. El crimen conmocionó a la sociedad española y dio lugar a una cobertura mediática sin precedentes por su sensacionalismo y duración que años después fue duramente criticada. Varias generaciones de mujeres jóvenes crecieron con Miriam, Toñi y Desirée en la cabeza. Casi 30 años después, una investigadora, Nerea Barjola, puso la lupa feminista al caso y concluyó que aquel crimen sexual no sirvió para hacer una revisión del machismo de la sociedad y de la construcción de la masculinidad, sino para disciplinar a las mujeres. El caso Alcàsser creo un discurso del terror sexual para las mujeres.
Es mayo de 2022 y varias agresiones sexuales en grupo copan los titulares de los medios esta semana. Hace solo unos meses eran las violaciones bajo sumisión química las que ocupaban minutos y minutos en informativos y programas. Los dos hechos –sumisión química y agresiones sexuales en grupo– compiten en los últimos años por la atención mediática, a pesar de que los datos disponibles no permiten saber si este tipo de violencia sexual ha aumentado realmente en los últimos años. Entonces, ¿estamos contando la violencia sexual o estamos espectacularizando un tipo concreto de violaciones y opacando otras, menos llamativas pero más frecuentes? ¿Estamos creando un nuevo relato del terror sexual para las mujeres?
La investigadora y autora de esa revisión crítica sobre el crimen de Alcàsser, que plasmó en el libro Microfísica sexista del poder, Nerea Barjola, confirma que las agresiones múltiples han existido siempre. Para su tesis, Barjola hizo una revisión bibliográfica sobre la cobertura mediática de la violencia sexual durante la década de los 70 y hasta 1993 y encontró noticias “plagadas de agresiones múltiples”. “Quizá ahora el contexto ayuda a denunciarlas y antes no”, apunta. La investigadora ve con preocupación que el foco de atención esté en esos casos, en los que media sumisión química o autor múltiple, porque cercena la posibilidad de introducir el discurso de que son solo una parte de las agresiones “en una sociedad que permite la violencia cotidiana contra las mujeres, una sociedad donde existe una misoginia y una cultura de la violación sustentada por patrones y valores socialmente aceptados”.
Se habla de que el consumo de la pornografía está detrás de las agresiones. Pero en Guatemala, en la antigua Yugoslavia o en la Guerra Civil española no había ese consumo y sí violaciones en grupo. Hay muchos factores; el principal se llama patriarcado
“Se está mostrando una parte de la violencia sexual, una que escandaliza y que la sociedad rechaza, pero que en realidad evita que se haga un análisis político y feminista de la violencia. Esa sociedad que se escandaliza permite la existencia de múltiples violencias sexuales cotidianas, poner el foco en estas agresiones parchea un problema social, que no es otro que el de la violencia machista. Suelen ser tratadas además desde el morbo y se centran en detalles que tienden a responsabilizar a la víctima y que afianzan la divulgación del terror sexual”, subraya.
La experta en violencia sexual Bárbara Tardón menciona que las fuentes historiográficas hablan de violaciones grupales en la Edad Media o la Edad Moderna. “Es un rito que siempre ha existido”, explica. Allá por 2014, ella y otras compañeras ya asistían a víctimas de violaciones grupales. “Existe esta explicación, que no está contrastada, de que el acceso fácil y el consumo de la pornografía está detrás de estas agresiones. Pero tenemos muchos ejemplos en los que no existía ese consumo y las violaciones grupales sí existían. En Guatemala, en la antigua Yugoslavia o en la Guerra Civil española no había ese consumo y se cometían violaciones en grupo. Hay muchos factores que influyen y el principal se llama patriarcado y la ideología que hay detrás”, subraya.
La cifra oculta
Un estudio reciente de la Universidad de Barcelona, el primero nacional de estas características, que estima la envergadura de la violencia sexual en nuestro país y que fue encargado por el Ministerio del Interior, señala que cada año en España tienen lugar hasta 400.000 incidentes de violencia sexual, la inmensa mayoría contra mujeres o niñas. El 25% de esos incidentes son contra menores de edad. La estimación de la detección general de violencia sexual se sitúa en Europa en el 2,17% y en España, dice el informe, el valor es parecido, lo que quiere decir que el sistema solo llega a detectar el 2,2% de este tipo de delitos e incidentes. Las agresiones más graves son las que se detectan casi en su totalidad, destacaba el estudio. Es decir, “la cifra oscura” de la violencia sexual esconde una cantidad ingente de agresiones que quizá son menos espectaculares, y que ni llegan al sistema ni a los medios.
Hay fenómenos que hay que poder entender para luchar contra ellos y que socialmente parecen afectar más, pero la violencia sexual es violencia sexual y es contra una víctima
“Si se informa de que han aumentado los delitos de agresión sexual grupal porque han aumentado las denuncias se suele concluir que este tipo de sucesos violentos y sexuales han aumentado. Es una conclusión prematura que puede ser errónea. Las denuncias pueden haber aumentado, pero no sabemos si ha aumentado la realidad socio-comunitaria de esos hechos o si la proporción de denuncias de los mismos ha sido la que realmente ha aumentado”, decía el informe.
Ante la percepción de que la violencia sexual está aumentando, el estudio hablaba, sin embargo, de una estabilización de los delitos sexuales, incluso de una tendencia algo a la baja, salvo en el caso de los nuevos delitos online. “No podemos asegurar con certeza que estos hechos estén aumentando o que aumente su denuncia, aunque en el caso de los delitos online sí es fácil que crezca porque es un fenómeno nuevo”, explicaba uno de los autores, Andrés Pueyo. La evolución mostraba un descenso de los delitos más graves y un aumento de otros incidentes.
Una violencia que afecta igual a quien la sufre
Teresa Echevarría es enfermera y fue la fundadora de la Comisión de Violencia Intrafamiliar y de Género del Hospital Clínic de Barcelona, que tiene un protocolo de atención a víctimas de agresiones sexuales desde hace 20 años. Echeverría es contundente respecto al enorme foco mediático y social que tienen las violaciones grupales o con sumisión química: “Es más espectáculo que realidad”. Y no porque no existan; su propio hospital ha atendido en los últimos años más casos de víctimas de agresiones grupales que antes, pero cree que el foco desmedido y en ocasiones espectacular no ayuda a analizar el fenómeno con proporcionalidad y desde una óptica multidisciplinar.
El 20% de las violaciones las perpetran desconocidos frente al 80% de conocidos, familiares o amigos. El 44,2% de las mujeres cuentan que sucedió en una casa. El 32%, en zonas abiertas, el 17,8%, en bares, discotecas o restaurantes
En cualquier caso, Echevarría insiste en que, más allá del detalle de cómo se comete, la violencia sexual es siempre grave y la víctima la sufre igualmente: “Siempre insistimos en que, sea como sea, para la víctima es igual de grave, esa violencia sexual le afecta y hay que atenderla igualmente. Hay fenómenos que hay que poder entender para luchar contra ellos y que socialmente parecen afectar más, pero la violencia sexual es violencia sexual y es contra una víctima”. En su hospital, señala, llevan décadas atendiendo a mujeres que han sufrido agresiones grupales, de la misma manera que agresiones cometidas bajo sumisión química, en la que también se incluye el alcohol.
“El problema está en otro sitio y no se ataca: la estructura patriarcal que designa quién es el dueño de qué y de quién. Empecemos a analizar la complejidad del fenómeno desde una perspectiva multidisciplinar. Cuando haces una noticia superficial sobre algo así casi que dices que la solución también es superficial, unidireccional, casi nadie se identifica con lo sucedido”, insiste. La mayor parte de la violencia sexual que atienden ni se produce bajo sumisión química –en cerca del 30% de las víctimas sí detectan la presencia de sustancias, una cifra que incluye los casos en los que las mujeres se encontraban voluntariamente bajo los efectos de alcohol o drogas– ni es grupal, es más bien “abrumadoramente individual”.
La dificultad de denunciar
La última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer publicada por el Ministerio de Igualdad en septiembre de 2020 mostraba que el 60% de las agresiones sexuales las cometen hombres conocidos. En el caso de las violaciones, el 20% las perpetran desconocidos frente al 80% de conocidos, familiares o amigos. El 44,2% de las mujeres que relatan violencia sexual cuentan que sucedió en una casa. El 32%, en zonas abiertas; el 17,8%, en bares, discotecas o restaurantes.
Solo el 8% de las mujeres que sufren agresiones sexuales fuera de la pareja acude a los juzgados, la Policía o la Guardia Civil. Los motivos para no denunciar dan idea de hasta qué punto la violencia sexual sigue estigmatizando a las mujeres. El 40,3% de quienes sufrieron violencia sexual y el 20,6% de las mujeres que fueron violadas no denunciaron por vergüenza. El 8,4% porque sintió que no era lo suficientemente importante. El 40,2% relata también que el hecho de ser menor las desincentivó a acudir a la justicia. El 36,5% de las mujeres que sufrieron violencia sexual y no denunciaron mencionaban el miedo a no ser creídas como factor clave.
Para Bárbara Tardón, la conclusión es similar a la de Echeverría y Barjola: el foco en estos casos “genera una alarma, invisibiliza otras violencias que son realmente las más estructurales” y finalmente contribuye a crear “un terror que nos disciplina una vez más”. Cuidado, no salgas con tíos. Cuidado en los entornos de ocio. Cuidado con tu copa. Cuidado con quedar con hombres a través de apps. Cuidado, no te subas a ese coche. Cuidado, siempre nosotras, cuidado.
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