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Aguja e hilo, las armas de un grupo de mujeres kenianas para sobrevivir

EFE

Nairobi —

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Jerusa Angokho tenía casi 40 años cuando tuvo que hacerse cargo sola de sus cinco hijos. Sin ninguna profesión, esta mujer originaria del este de Kenia encontró en la costura una vía para subsistir y progresar.

“He aprendido a hablar con libertad. Al principio me daba miedo expresarme, pero ahora sé que puedo crear, coser y luego vender lo que produzca”, explica a Efe Angokho, que ahora, con 52 años, se siente “una mujer distinta”.

Ella es una de las 30 mujeres que forman parte del proyecto Mrembo Africa (“Mujer bella en África”, en suajili), un taller con fines sociales que proporciona una profesión y empleo a mujeres kenianas y refugiadas que viven en el barrio bajo de Kangemi (oeste de Nairobi).

En este suburbio de unos 100.000 habitantes, que no cuenta con alcantarillado, miles de mujeres forman parte del sector informal, donde trabajan más del 80 % de los kenianos, una salida que les permite contribuir a la economía familiar con unos ingresos de 500 a 700 chelines kenianos al día (entre 4 y 6 euros).

Frente a esto, nacen iniciativas como Mrembro Africa, cuya impulsora, la keniana Alice Eshuchi, inició sin apoyo del Gobierno o de ninguna otra organización, con el único objetivo de poder obtener beneficios y proporcionar un salario digno a estas mujeres.

“Empezamos en 2016 siendo muy pequeños y enseñando a las mujeres, kenianas y refugiadas, desde cero. Nuestro objetivo es darles poder a ellas para que puedan empoderar a otras”, explica Eshuchi.

Con más de 25 años de experiencia en gestión de programas sociales y de empoderamiento de mujeres y niñas, así como otros grupos vulnerables, Eshuchi decidió empezar el proyecto al observar la situación en la que se encuentran las mujeres de este barrio, muchas sin acceso a una educación y con muy pocos recursos.

“Las mujeres aquí son increíblemente creativas, siempre traen consigo nuevas ideas, sólo necesitan la confianza para alcanzar sus objetivos. Tras pasar un tiempo con nosotras, se convierten en empresarias”, detalla.

Según el último informe de 2016 sobre pequeñas y medianas empresas elaborado por el Instituto Nacional de Estadística de Kenia, las mujeres son propietarias de más del 60 % de las empresas informales del país, y esta cifra baja al 32,2 % en las formales.

Tener un taller propio es el sueño de Millicent Nakhumicha, de 25 años, que empezó a trabajar con esta organización en 2014, justo después de graduarse, sin contar con ninguna formación específica ni los recursos para seguir estudiando.

“Me quiero centrar en mi carrera, no puedo depender de un hombre, sólo de mí misma”, afirma Nakhumicha, quien confiesa que para sus diseños se inspira en la gente que ve en la calle, en la televisión y las revistas, y cuya especialidad son los bolsos y las mochilas.

Esta joven de aspecto tímido se ha convertido también en la modelo de Mrembo Africa, además de en su diseñadora estrella, siendo la encargada de elaborar los bolsos, mochilas y otros complementos que fabrican en el taller, que reconoce son “su debilidad”.

“Mi sueño es tener un taller en el que trabajen cientos de mujeres sin recursos y poder ayudarles así a pagar el alquiler, la comida o el colegio para sus hijos”, cuenta, ilusionada.

Los pedales de las viejas máquinas de coser -algunas de los años 50- y las bobinas de hilo no dejan de correr en este pequeño taller, donde coloridas telas africanas se combinan en todo tipo de estilos y diseños, incluida moda, accesorios y decoración para el hogar.

En 2018, esta organización entrenó a 42 mujeres y niñas, algunas ya casadas y con hijos, aunque, según reconoce Eshuchi, la tarea “no es siempre fácil” y se dan algunos casos de fracaso entre las participantes en el proyecto.

“Nos llegó una chica de 15 años, había sido violada y tenía un bebé. Estaba traumatizada, pero cuando llegó su confianza aumentó mucho”, señala la directora, quien lamenta que muchas de estas madres rechazan a sus hijos al ser fruto de una violación.

Mrembo Africa proporciona a algunas de estas mujeres la única comida que podrán tener ese día, pero con el claro objetivo de que “no sean dependientes” y puedan cosechar ellas mismas su sustento.

“Cualquier mujer puede hacer lo que hacemos aquí. Sólo hay que mirar a cada estudiante y ver de lo que es capaz”, concluye Eshuchi.

Edurne Morillo y Lucía Blanco