El golpe no es el inicio como tampoco es el fin. Ni la violencia es solo física ni sus consecuencias acaban con la desaparición del último moratón. La huella queda, existe y es notable. El miedo, la culpa, la dependencia, el aislamiento y el trauma sexual que siguen a los episodios violentos pueden acompañar a quienes los sufren para siempre.
“La violencia física no se suele dar en un comienzo”, explica Timanfaya Hernández, psicóloga experta en asistencia a mujeres maltratadas. “Las primeras formas de violencia hacia la mujer aparecen representadas en control psicológico, celos y sometimiento de la víctima”, argumenta Hernández, que asegura que la violencia machista aparece a través de un “fenómeno de escalada”.
“Los episodios violentos van aumentando de intensidad progresivamente”, especifica la psicóloga, que aclara que en los casos que ella conoce “el maltratador pasa del control psicológico a los golpes”. En este proceso la víctima se siente sola, humillada y acaba dependiendo emocionalmente de su agresor.
Marcas invisibles
Es cuando una mujer está inmersa en el ambiente violento cuando la culpa empieza a aparecer. “Al inicio está confusa, no sabe qué está pasando y cree que es su culpa”, explica Timanfaya, que añade que esta sensación viene provocada por el agresor, que “se encarga de que la víctima sienta que es ella quien provoca que él se descontrole”.
Pero esta sensación no acaba cuando las agresiones desaparecen. La culpa las persigue en el tiempo. “Cuando ya has salido sigues sintiendo que es culpa tuya”, explica Exdra Noguera, víctima de malos tratos y una de las fundadoras de la fundación Miriadas, formada por mujeres víctimas de la violencia de género. “Una situación así te deja sin autoestima, te sientes desprotegida”, añade Exdra, que asegura que esta sensación provoca que muchas víctimas acaben volviendo al lado de su maltratador.
“La huella de la violencia se te impregna para siempre”, cuenta la fundadora de Miriadas, que asegura que lo más importante para la recuperación emocional de una mujer maltratada es la asistencia psicológica continuada. “Cuando sales de esta situación tienes miedo, ansiedad, insomnio y aunque pasen tres años y creas que estás bien, de repente pueden volverte las pesadillas o darte cuenta de que de vez en cuando te giras por la calle”, añade Noguera, que se no se define como una víctima del machismo, sino como “una superviviente”.
La experta de la Asociación Vida sin Violencia, autores de la Guía de Violencia de Género, Beatriz Morales añade más posibles consecuencias de la violencia de género. “Todo depende de cada caso, de la intensidad de los episodios violentos y sobre todo del tiempo que han estado sometidas”, explica Morales, que enumera como posibles consecuencias de los ataques el desarrollo de fobias, cambios en en el estado de ánimo, bloqueo emocional, estrés postraumático, trastornos psicosomáticos, cambios en el estado de ánimo y posibles ideas suicidas.
Beatriz recuerda que aunque la principal huella es psicológica, algunas de las mujeres que han soportado las agresiones durante mucho tiempo pueden tener incluso consecuencias físicas. Los dolores de cabeza, los trastornos de la conducta alimentaria, la fatiga y el dolor constante son también consecuencias de la violencia machista, así como en algunos casos el desarrollo de dolor muscular crónico.
La importancia de la asistencia psicológica
“Cuando acaba el maltrato tú eres tu última preocupación y tus hijos la penúltima. La primera es él”, cuenta Exdra Noguera basándose en su propia experiencia y en la de sus compañeras de la fundación. Desde Miriada recalcan la importancia de recibir asistencia psicológica, lo que consideran de “vital importancia” para recuperar la autoestima y la independencia.
Solo el 45% de las víctimas ha acudido a algún servicio médico, legal o social a solicitar ayuda, según los datos de la macroencuesta 2015 sobre la violencia contra la mujer elaborada por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. De éstas, únicamente el 29,22% ha recibido asistencia psicológica.