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Alumnos y profesores piden cambios en el máster obligatorio de Secundaria: “Acabó con mis ganas de ser docente”

Un profesor imparte clase en el Campus Ciutadella de la Universidad Pompeu Fabra. EFE/Quique García/Archivo

Daniel Sánchez Caballero

20 de noviembre de 2022 22:28 h

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Han pasado 14 años desde que se instauró. Entre quejas constantes del alumnado desde prácticamente la primera edición hasta hoy. El Máster Universitario de Formación de Profesorado de Secundaria (MUFP) es imprescindible para ser docente en la ESO y Bachillerato, pero no convence a (casi) nadie en su actual forma.

“No se enseña nada”. “Acabó con mis ganas de ser docente”. “Fue un mero trámite la mayor parte del tiempo y muchas cosas que nos enseñaban no aportaban nada”. “Lo hice en una pública presencial. Mi experiencia: no sirve de nada”. “Llevo una semana y lo quiero dejar”. Lo anterior son opiniones de alumnos que cursaron o están cursando el máster.

También los profesionales que en él trabajan son conscientes de que es mejorable: “Está muy asentado que es un trámite y no se va a enseñar”, cuenta su experiencia una profesora. “El problema es que se quedó sin perfilar bien la parte práctica” cuando se diseñó el plan de estudios, explica Antonio Moreno, catedrático jubilado de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los padres del máster, “y a enseñar se aprende en la obra”, remata. “Para mí faltan algunas cosas y sobran otras”, concede Susanna Aranega, responsable de estos estudios en la Universidad de Barcelona, “pero lo encuentro totalmente imprescindible”, añade.

Como Aranega, la idea de que exista un máster para formar al futuro profesorado de Secundaria sí parece tener una buena aceptación, incluso entre sus críticos. Quienes ejercen la docencia en la ESO y el Bachillerato son licenciados en los grados de sus especialidades (con matices, se puede dar clase en asignaturas similares), estudios que no contemplan ningún tipo de formación docente. Son biólogos que saben de Biología o matemáticos graduados que dominan su materia, pero nadie les ha enseñado a dar clase porque no es el objetivo de esas carreras.

“Como idea no está mal”, resume María, una de las personas que gestiona la cuenta de Twitter FilolCabreados,y que prefiere mantenerse en el anonimato porque habla desde la experiencia de haber impartido clase en él este mismo curso en una universidad pública. “Porque es verdad que tú haces un grado y nadie te enseña a enseñar, pero [tal y como está planteado] la sensación generalizada es que no te da medios ni herramientas para atender una clase”.

En el horizonte asoma una futura remodelación de estos estudios, aunque aún en un estadio muy inicial. La nueva la ley educativa (Lomloe) y la futura aprobación de la ley universitaria (LOSU), actualmente en trámite en el Congreso, contemplan una reforma de los estudios tendentes a ser profesor. Hacia dónde se dirigirá esa reforma está aún por ver.

El profesorado, entre lo peor valorado

Un estudio de la Agencia para la Calidad del Sistema Universitario de Catalunya (AQU) sobre la satisfacción de los estudiantes con este máster ofrece algunas conclusiones más formales que las opiniones personales, aunque estas apunten todas en la misma dirección. Dice la AQU que “la satisfacción global con el MUPF (acrónimo del máster) se sitúa dos puntos por debajo de la alcanzada por los másters de Ciencias Sociales y del Sistema Universitario de Catalunya”, según la opinión de los egresados entre 2017 y 2019.

El informe destaca que los procesos de enseñanza-aprendizaje y el profesorado que imparte las clases son las dimensiones peor valoradas, con un aprobado raspado, mientras las prácticas “son el único aspecto en el que los titulados se muestran claramente satisfechos”, con un 8,1 sobre 10, una nota superior a la de otras formaciones.

La AQU entra después en algunos detalles y constata que hay “una discrepancia significativa” entre los resultados académicos del alumnado (la tasa de abandono, uno de los indicadores habituales, es del 2,5% cuando la media en Catalunya es del 15%), la valoración que ellos mismos hacen del grado de adquisición de conocimientos (no llega al suficiente) y lo que manifiestan los “empresarios” sobre las competencias que cabe mejorar en la formación: la detección de dificultades (de aprendizaje, de comportamiento, etc.) y cómo afrontarlas; la contribución al equilibrio personal del alumnado (estrés, gestión del tiempo y las emociones); los conocimientos psicopedagógicos básicos; y la gestión del aula.

“El quid de la cuestión es el prácticum”

Si algo pone de acuerdo a todas las partes es que, como explica Moreno, “el quid de la cuestión son los respectivos”. La parte práctica, cuando el estudiante baja al aula. Para Moreno, el máster falla porque el diseño de las prácticas se quedó a medias cuando se estaba desarrollando el máster porque se cambió el gobierno.

“La regulación del practicum había que hacerla de manera que hubiera una inmersión lo más completa posible en la práctica docente en los institutos. Eso se quería organizar dándole algunas orientaciones porque cada universidad tiene autonomía para desarrollar el máster, pero siempre cumpliendo los mínimos que se ponían en el decreto. Ahí se dejaba abierta la posibilidad de hacer un máster muy profesionalizado y eso no se ha hecho”, sostiene. El diseño que realizó el ministerio, que fijó la duración mínima que debía tener cada bloque, dejaba ocho créditos para que las universidades los dedicaran a lo que quisieran, pero la idea de Educación entonces era al menos buena parte de ellos fueran para las prácticas. Pero como no se estableció negro sobre blanco, según la versión de Moreno, cada centro hizo de su capa un sayo.

Aranega explica que están tendiendo hacia esa practicidad de la formación. “Este año hemos empezado una metodología muy idónea para desarrollar las habilidades docentes, que es una simulación, como se hace en Medicina y Enfermería. Se les plantea a los estudiantes la necesidad de tener vínculos con la realidad y saber desarrollar situaciones concretas y les pone en una situación de aprendizaje extraída de la realidad simulada con actores para que ellos intervengan. A partir de ahí ubicamos los aprendizajes que les pueden ayudar a tener respuestas”, explica. “No nos ponemos tanto en cómo explicar la Biología, sino cómo tratar con los adolescentes o con una familia”, relata.

Esta responsable coincide en que el máster necesita estar más pegado al aula. “Le falta más tratamiento de la tutorización, cómo intervenir en el aula, mejorar la convivencia... Cuando se pensó se hizo más pensando en cómo explicar una disciplina concreta”, reflexiona. En su opinión, el máster debería durar medio año más para dedicarlo a las prácticas. “Pero no para hacer lo mismo. Serían unas prácticas de inducción a la profesión en las que se puedan abordar las competencias docentes en el contexto de trabajo”.

¿Es un negocio?

Y luego está la sensación, abundante entre los estudiantes, de que el máster se ha convertido en un negocio. En un peaje que hay que pagar –y bien pagado– en el camino hacia la profesión docente.

Sucede, además, que ser profesor tiene tanta demanda que los másteres cuentan con una gran afluencia. Y con las universidades públicas llenas, el siguiente sitio al que recurrir son las privadas. La diferencia entre un centro y otro puede ir de los aproximadamente mil euros que cuesta cursarlo en la Universidad Complutense de Madrid (y Madrid está entre las comunidades autónomas más caras) a los entre 5.000 y 8.000 que puede cargar una privada.

Un ejemplo de esto sería el incumplimiento de la previsión establecida por el Gobierno de que “con carácter general, han de ser presenciales al menos el 80% de los créditos totales del Máster”, con la salvedad de las universidades “que por su especificidad diseñan, programan y desarrollan las enseñanzas exclusivamente a distancia” (las universidades online). Pero actualmente los centros privados ofrecen indistintamente presencial, semipresencial o a distancia independientemente del tipo de universidad que sea.

María, profesora de instituto y que ha debutado este año como docente asociada en el máster, comparte con buena parte del alumnado esa impresión de que el máster apenas sirve para nada. “Me lo contaban los compañeros y lo he podido observar este año dando clases de didáctica como asociada: no se enseña nada. Fui antes de oyente a algunas clases para ver cómo era la cosa y el profesorado no se basa en ningún método científico, hablan de su experiencia (con aspectos como ”me va bien hacer un resumen en clase“). Es la ley del mínimo esfuerzo, se pide poco porque está muy asentado que es un trámite”, cuenta su experiencia.

Este tuit que puso en la cuenta de Filólogos cabreados que cogestiona y las respuestas que recibió forman todo un glosario de lo que muchos piensan que está mal con el máster.

Para esta profesora buena parte del problema está en el profesorado que lo imparte, en línea con una de las conclusiones que destacaba el informe de la AQU. “Hay que cuidar al profesorado. Se escoge para esto a mucha gente joven, asociados sin experiencia a los que pueden explotar”, sostiene.

¿El problema con esta situación? Que tiene su coste. “El máster de la UB tiene más de 500 estudiantes, lo que significa 260 profesores. Movilizar todo esto no es fácil, pero no tiramos la toalla, creo que es importante”, informa la responsable Aranega.

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