Que el entorno de las víctimas debe denunciar la violencia machista es un mensaje que en los últimos años se ha convertido en un habitual de las campañas institucionales que buscan combatirla. El llamamiento tiene sus motivos: es ínfimo (un 1,8%) el número de denuncias presentadas por familiares o allegados a pesar de que no es poco frecuente que tras un asesinato se oigan los “se veía venir” o “todo el mundo lo sabía”. Sin embargo, la complejidad de este tipo de violencia y sus características, que la alejan de la imagen estereotipada de víctima con un ojo morado, puede hacer sentir a quienes están a su lado que no pueden hacer nada o dudar de hasta dónde llegar.
Gritos y golpes fuertes en el piso de al lado y una llamada a la Policía para alertar es la situación que con más frecuencia acude a la mente a la hora de hablar de denuncias de terceros. Pero habitualmente las víctimas son hijas, hermanas, amigas, primas o compañeras de otras que a lo mejor no están planteándose acudir a una comisaría, pero sí las ven o conversan habitualmente con ellas y se han convertido en uno de sus puntos de apoyo. Quizás no les digan que son víctimas de nada, no le hayan puesto palabras a lo que viven, no cuenten todo lo que hay detrás o haya días en los que actúan como si nada pasara, pero es que es así como suele manifestarse la violencia machista.
“La idea que manejamos socialmente de la violencia de género tiende a ser simplista y reduccionista, pero hay que pensar un poco más profundo. Denunciar si ella no lo hace puede ser necesario para algunas situaciones, pero muchas mujeres no llegan habiendo sufrido una agresión física grave en una situación límite, esa es la punta del iceberg, la mayoría son mujeres como tú y como yo”, empieza explicando la psicóloga especializada en violencia machista Olga Barroso.
Hay que tener muy en cuenta las características individuales de la mujer y de la propia violencia porque denunciar puede llegar a ser contraproducente, sobre todo sin el consentimiento de ella.
La autora de El amor no maltrata (Shackelton) apunta a que “lo que seguramente a alguien en su situación le va a ayudar” es “acabar viendo por ella misma que la solución es salir de esa relación”, pero “¿eso lo voy a conseguir si pongo una denuncia? Probablemente no y quizá pueda llegar a ser contraproducente”. Antes de eso “hay otras muchas cosas importantísimas que se pueden hacer”, prosigue la experta: “Sobre todo ofrecerle un espacio seguro para hablar, darle la oportunidad de que exprese cómo está sintiéndose y quizá así pueda empezar a pensar cómo el comportamiento de él está siendo el origen de sus malestares”.
La también psicóloga Bárbara Zorrilla se expresa en la misma línea y asegura que a la hora de plantearse una denuncia “hay que tener muy en cuenta las características individuales de la mujer y de la propia violencia” porque “puede llegar a ser contraproducente, sobre todo sin el consentimiento de ella”. Por eso, entender cómo funciona el maltrato “es básico” para prestar apoyo. “He tenido casos de mujeres a las que sus amigas han acompañado incluso a poner una denuncia y luego se han enfadado por que ella retome la relación, a pesar de que ese ir hacia adelante y hacia atrás es algo muy habitual. Hay que saber que la alternancia en el afecto es lo que les engancha”, subraya.
Dejar los imperativos
En lo que coinciden las expertas es en que son las víctimas las que deben reconstruir su propio relato: espetar un 'lo que estás sufriendo es violencia de género y tienes que dejarle' no es la mejor opción y probablemente acabe provocando el efecto contrario, que la mujer se cierre y deje de hablar. Insiste en ello la socióloga de la Universidad Complutense de Madrid Elena Casado: “A estas mujeres todo el mundo les decimos lo que tienen que hacer y cómo te tienen que sentirse, pero no podemos combatir una situación en la que otro está anulando la capacidad de alguien con esa misma herramienta. Y creo que nos pasa mucho. Debemos acostumbrarnos a dejar de usar tanto imperativo: 'tienes que', 'no sientas que'...”.
Por contra, las especialistas deslizan posibles maneras de afrontar una conversación de este tipo. “'Antes no pensabas así ¿qué ha podido pasar?' O 'desde hace tiempo te veo así', 'estoy preocupada por esto...', '¿Qué necesitas?', '¿te has planteado empezar terapia?”, enumera Zorilla, que pone el foco en la importancia de “no forzar que ella vea lo que nosotras queremos que vea” sino “darle un lugar en el que expresar cómo se siente”.
En este sentido, Casado llama a que cualquiera se ponga en el lugar de alguien a quien una amiga o familiar querido “le dice lo que tiene que hacer cuando no se siente en condiciones objetivas de hacerlo”. “En muchas ocasiones eso acrecienta la mala vivencia y el sentimiento de estar decepcionando a los demás”, sostiene la socióloga, que cuestiona ese impulso que puede surgir de buscar que la víctima se reconozca como tal. “Nos hemos hartado de decir que no hace falta denunciar para acceder a derechos, pero ¿por qué lo exigimos en el plano personal? El objetivo no es que se nombre como víctima de violencia machista sino que esté mejor. Ese pequeño cambio de foco ayuda... es más bien 'te noto triste', 'cuenta conmigo'... no es 'cuéntame que eres víctima de tal'. Eso irá saliendo. O no, porque igual nunca llega a nombrarlo así”.
Lo que es eficaz es que encuentren un lugar en el que poder expresarse. No es 'reconoce ya que es un maltratador y denuncia', sino 'puedes hablar conmigo'
Barroso lo explica acudiendo a los datos de la última Macroencuesta de Violencia sobre la Mujer: del total de mujeres que aseguró haber sufrido maltrato por parte de una pareja o expareja hombre en algún momento de su vida, el 92,4% de las que denunciaron acabaron saliendo de la relación, pero también lo hicieron el 88,2% de las que recurrieron a algún servicio de atención y el 82,2 de las que lo compartieron con alguien de su entorno. “Lo que es eficaz es que encuentren un lugar en el que poder expresarse. No es 'reconoce ya que es un maltratador y denuncia', sino 'puedes hablar conmigo'”, ilustra la psicóloga.
Trascender el 'nosotras y ellas'
Porque afrontarlo desde la insistencia en que se dé cuenta de lo que está viviendo “reproduce un diálogo que no es simétrico”, explica Casado, que recuerda el comentario que le hizo una mujer en una entrevista para una investigación de hace años. “Me dijo 'claro porque a ti no te hubiera pasado ¿no? Eres más lista que yo...' Aquello me hizo reflexionar mucho. Por eso creo que esto se trata de pensar juntas y en colectivo, no desde el 'yo sé y tú eres tonta', cómo podemos hacer para encontrarnos todas mejor: quienes tenemos la preocupación por otras, quienes tuvimos una relación de mierda, quienes la tienen hoy... Pero no desde esa división del 'nosotras y ellas, ellas son a quienes les pasa y a nosotras no'”.
Hay otro elemento al que apuntan las especialistas: la incondicionalidad. Zorilla considera que “es mala idea hacerle elegir” a la víctima “entre él o nosotras” y señala “mantener el vínculo” como una de las cuestiones más importantes. “No podemos pedirle a una persona que rompa un vínculo si no tiene otros. El buen trato de otros será lo que amortigüe los efectos del agresor, igual no puedo hacer que lo deje, pero sí acompañarla y reducir los efectos de la violencia”.
Cuando les decimos en las campañas 'no estás sola' es mentira en muchos casos. El abandono institucional ahí y está y en parte el de las redes de apoyo también.
Casado cree que tener esto en cuenta ayudará a evitar que el aislamiento que ya de por sí es común en estas relaciones se acreciente y apuesta por mostrarse disponible con un 'hagas lo que hagas cuenta conmigo para lo que quieras'. “Pero eso –apostilla– tiene que ser real. Cuando les decimos en las campañas 'no estás sola' es mentira en muchos casos. El abandono institucional ahí está y en parte el de las redes de apoyo también”, lamenta la socióloga.
Por último, una duda que a veces asalta a quienes ven comportamientos problemáticos y manipulación emocional en una relación ajena: si esta será una relación de violencia o no. “Si las cosas van muy mal, es un imbécil o es un maltratador. Creo que en la primera opción esa persona lo va a pasar mal pero no va a estar atrapada sin poder salir de ahí ni vas a verla deteriorándose y cada vez menos capaz de pensar en sí misma”, esgrime Barroso. “¿Y qué más da?”, responde por su parte Casado: “Tratarme mal, hacerme la vida más triste... Si fuera jurista tendría que preocuparme por qué se define como violencia. Hay cosas que no sé si son delito pero me provocan dolor y me están costando terapia, ¿a eso cómo lo llamamos?”.