El relato del 'si quieres, puedes' ha llegado también al amor. Como si de un trabajo personal se tratara, de una receta que seguir, de un entrenamiento en el que aplicarse, la idea de que reforzar la autoestima y solventar los conflictos propios es la 'solución' para tener relaciones satisfactorias y no sufrir ha invadido la sabiduría popular. Los mensajes se repiten en las redes sociales, en perfiles de 'coaches' y psicólogas, en las estanterías de las librerías. “Nadie merece más amor que tú misma”. “Si atraes a hombres inmaduros y egoístas será por algo”. “Amarse no es difícil si haces esto”. “Conoce tu estilo de apego para atraer la relación que deseas”. “Hoy me elijo a mí”. La formadora feminista Laura Latorre lo resume así: “Nos lanzan un mensaje muy individualista, que al final funciona como un mecanismo de control. En la medida que pienso que es un problema mío no voy a mirar cuáles son los discursos dominantes, qué estructuras favorecen que yo viva eso de esa manera, cómo nos socializan…”. Si la incertidumbre y el 'dejar fluir' son la marca de las relaciones contemporáneas, ¿estamos individualizando el problema y las soluciones?
La dibujante y guionista sueca Liv Strömquist retrata en su cómic No siento nada (Reservoir Books) este fenómeno. Lo llama la doctrina del 'otro tú en un minuto', esa idea de que con “tu propio rendimiento, con la disciplina y la seguridad en ti mismo puedes crear una relación amorosa satisfactoria de la misma forma que puedes triunfar en cualquier otro proyecto, como una oposición o una dieta”. Una idea fantasiosa asociada a los dogmas del rendimiento y el control personal, un “ideal contemporáneo de empoderamiento” en el que los límites, las banderas rojas y una dosis adecuada de autoestima nos salvarán de 'lo malo' y nos acercarán a 'lo bueno'.
“El mensaje dominante es el que prácticamente te está diciendo que para que te quieran los demás te tienes que querer tú, que lo primero es construir una buena autoestima, que tu problema es tu estilo de apego o que no te quieres lo suficiente, o que tienes que conseguir no ser dependiente. Todo esto se vende como algo neutral pero va unido a una idea de libertad individualista”, explica Latorre, que propone tanto repensar el concepto de autoestima como algunas de las premisas amorosas modernas, como el desapego emocional o el triunfo del 'fluir' en las relaciones.
La experta explica que la construcción actual de vínculos está atravesada por esa idea de que las mejores relaciones son las más desapegadas o en las que los miembros están más impasibles. “Parece que eso te haga más libre. Casi que tienes que entrar en las relaciones emancipándote de los demás, dejando fluir pero desde un lado muy individualista. Eso hace que las relaciones sean difíciles”, apunta. Frente a la fantasía de independiente, Latorre apuesta por recordar la interdependencia, “que no es ser una marioneta en manos de otras personas, es tener agencia y criterio” pero también asumir que el amor propio no puede ser entendido como la ausencia de afectación o dolor.
Individualismo y 'dejar fluir'
El sexólogo Miguel Vagalume habla del “kit Ikea del amor” que está de moda: límites y necesidades, pactos y acuerdos, gestión emocional y deseos, duelos y transiciones a otras relaciones. “Hay una creencia de que si entras en cada uno de esos temas ya está todo resuelto, como una ITV de cada persona en cada uno de esos temas. De base existe una gran mentira: que somos sujetos que vivimos aislados del resto del planeta y que debemos resolverlo todo por nuestra cuenta y de repente volvemos y decimos 'ya está'”, cuestiona. Vagalume subraya que nadie existe de manera independiente y que ni los conflictos personales ni la autoestima o el apego pueden separarse del entorno y de las personas con las que nos relacionamos y de sus propios asuntos.
“Es todo mucho más complejo, hay que entender que es una cuestión más contextual y biográfica, no es tan fácil como reprogramarse personalmente, hay un montón de factores que influyen en las relaciones. También en función de con qué personas te encuentras te van surgiendo unas cosas u otras”, asegura el sexólogo. Bajo este paradigma del esfuerzo, el trabajo propio y la autoestima, las relaciones, dice, se están convirtiendo casi en un trabajo, en algo que optimizar, que hacer perfecto, con lo que cumplir objetivos.
El 'anarcocapitalismo del amor' sería, entonces, esta doctrina de “que cada cual se prepare para lo que se vaya a encontrar”, dice Vagalume. “Lo más humano es querer conectar, es humano vincularse mucho, y ahora vivimos en una especie de desconfianza a vincularnos mucho. Estamos muy en el fluir, en querer vincularse pero no demasiado por si duele o por si afecta a tu autonomía. Entiendo la parte de no querer que tu identidad dependa de tener pareja, pero una cosa es eso y otra hacer un pack y asumir que todo lo que se parezca a una pareja tiene algo de malo porque lo que tenemos que ser es autosuficientes”, reflexiona.
Si la estadounidense Jo Freeman escribió La tiranía de la falta de estructuras para analizar cómo esa ausencia de normas y de estructura formal en los grupos feministas generaba de facto relaciones de poder y jerarquías, la idea puede aplicarse al amor. “En una ausencia de estructura sale más beneficiada la persona que esté en mejor posición, con más privilegios”, apunta el sexólogo. Y las mujeres, con una autoestima socialmente construida alrededor de la mirada masculina, del ser queridas y deseadas, parten con desventaja.
La incertidumbre
En El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas (Katz), la socióloga Eva Illouz indaga en la relación entre la vida emocional, el capitalismo y la modernidad. lllouz apunta hacia una característica esencial de las relaciones actuales: la incertidumbre emocional, que, dice, ni existió siempre ni lo ha hecho antes con esta magnitud. “La incertidumbre emocional en el ámbito del amor, el romance y el sexo es el efecto sociológico directo de las maneras en que la ideología de la elección individual –que ha pasado a ser el principal marco cultural para la organización de la libertad personal– ha ensamblado e imbricado el mercado de consumo con la industria terapéutica y la tecnología de Internet”, dice. Los dilemas, las dificultades y las ambigüedades que caracterizan a muchas relaciones son la expresión, subraya, de una incertidumbre generalizada de las relaciones.
Es la psicología, prosigue Illouz, quien ha asumido la tarea de “reparar, moldear y guiar” nuestras vidas sexuales y románticas. “Aunque han tenido, en general, un éxito notable en convencernos de que sus técnicas (...) pueden ayudarnos a vivir mejor, sus aportes hacia una comprensión de lo que devasta colectivamente nuestra vida romántica han sido escasos o nulos (...) Lo que tienen en común las preguntas que reverberan hasta el infinito en las sesiones, los talleres y los libros de autoayuda de la ubicua e invasiva consejería terapéutica es una incertidumbre profunda y agobiante respecto de la vida emocional, una dificultad para interpretar sentimientos propios y ajenos, para saber cuándo y en qué cosa transigir, así como una dificultad para saber qué les debemos nosotros a los demás y qué nos deben ellos a nosotros”.
En esa cultura de la terapia y el trabajo personal, cualquier fracaso, dolor o contratiempo se asocia con un problema del individuo, desarrolla Illouz. “Por supuesto que todos podemos trabajar nuestra idea de nosotros mismos, por ejemplo, e ir mejorando cosas. Pero esa idea de 'crossfit' emocional en el que parece que te tienes que preparar para todo, que te digan lo que te digan no te puede afectar, que tienes que saber que eres una persona valiosa todo el rato... eso no es tener una imagen sana de ti ni una buena autoestima, es tener una imagen todopoderosa”, afirma Miguel Vagalume, que en todo caso advierte de que ese trabajo personal es eso, personal, y no asegura “cómo bailarás” con un otro.
Repensar la autoestima
Laura Latorre propone repensar la autoestima, un concepto muy ligado a una idea muy concreta del individuo. En sus talleres, quienes definen a una persona con buena autoestima mencionan, por ejemplo, la seguridad, la autonomía, la iniciativa, el control de las emociones... “Todo eso suena a masculinidad hegemónica, a una idea androcéntrica y neoliberal de estar todo el rato bien y de darle a la identidad una noción fija, como si el amor propio no fluctuara, no fuera relacional y contextual y no algo que solo cultivas solo o sola”, explica. Frente a esa definición, Latorre propone la autoestima como autoaceptación de las dificultades y contradicciones, cuidar “tu centro” o estar cerca de una misma.
Latorre concluye: “Acoger el dolor, derrumbarse o desbordarte de emociones también pueden ser actos de amor propio y algo casi contracultural porque estamos en un momento en el que el amor propio es no sentir, no afectarte, estar impasible. Hay quien viene diciendo 'es que tengo que conseguir que lo de los demás no me afecte' y eso es como decir que tienes que dejar de vivir, perder de vista la posibilidad de vivir todas las emociones. Y en esa interdependencia, el amor propio también tiene que ver con las relaciones: si te relacionas con personas que te hacen sentir inadecuada o que te machacan, el problema no es tu autoestima, sino esas relaciones”.