2018 ha sido el año de las mujeres, del feminismo y la sororidad. También en el fútbol. En España, la selección ha logrado su primer Mundial sub-17 y ha sido finalista del mismo torneo en la categoría sub-20. Las futbolistas están inmersas en la negociación del primer convenio colectivo y la Liga no para de crecer. Fuera, la noruega Ada Hegerberg se ha convertido en la primera ganadora del prestigioso Balón de Oro, y Francia se engalana para recibir en junio de 2019 el Mundial absoluto más disputado que se recuerda.
Según datos del Consejo Superior de Deportes (CSD), las licencias de mujeres que practican fútbol federado en España pasaron de 36.282 en 2011 a 60.329 en 2017, un crecimiento del 60% en apenas seis años y a la espera de ver el efecto del gran año del fútbol español en las cifras. Cada paso de las futbolistas ha sido trascendental en un ámbito donde casi todo se hace por primera vez en femenino. En el horizonte se percibe una proyección imparable, pero existe el riesgo de crecer bajo el tutelaje de clubes tradicionalmente masculinos, de un fútbol inerte más preocupado de vender igualdad que de creer en ella.
La delantera Vero Boquete, —una de las mejores jugadoras españolas de la historia ganadora de la Champions League y con una exitosa carrera en clubes como Portland, Frankfurt, Bayern o PSG—, daba nombre femenino por primera vez a un estadio en Santiago de Compostela. Pero mientras, la Real Sociedad era sancionada por tener a 15 jugadoras con contratos a tiempo parcial. El mismo año que la jugadora del Ajax de Ámsterdam Chantal de Ridder era renovada automáticamente tras quedarse embarazada, el Huesca menospreciaba a la campeona del mundo sub 17 Salma Paralluelo públicamente en un fallido homenaje. Futbolistas, entrenadores y dirigentes de la élite masculina han reiterado el mensaje de que éste es un deporte de hombres, concretamente “de cojones”, como diría el entrenador del Real Madrid. “Yo de dinero no hablo, y menos con una mujer”, contestó el presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo, a una periodista.
Mientras ellos excluyen públicamente a las mujeres de este negocio, ellas siguen trabajando en la igualdad. “Las futbolistas han tomado conciencia este año, con la negociación del convenio colectivo y con las respuestas ante actitudes machistas. No es que se produzcan más hechos, sino que ya no nos callamos”, explica Fe Robles, presidenta del Comité de Fútbol Femenino de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE). “Nosotras sabemos que esto no se puede cambiar de un día para otro. El fútbol es de todos y todas, pero el cambio tiene que partir desde la educación, de tener una visión más amplia y no solo una androcentrista”.
Según el último estudio de FIFPro publicado en 2017, realizado a través de encuestas anónimas a futbolistas de todo el mundo, un 90% de las mujeres cree que dejará el fútbol pronto para iniciar una familia o por motivos económicos. Con un salario medio de 600 dólares anuales, ellas no se plantean la profesionalidad como una opción. Se trata de un “problema estructural”, según recalca el sindicato internacional, que se ve además contaminado por las actitudes sexistas por parte de los aficionados, origen del 70% de las agresiones que reciben por el mero hecho de ser mujeres.
Con el Balón de Oro que le acredita como mejor jugadora del mundo, la noruega Ada Hegerberg no quiso olvidarse de esta realidad en su discurso. Mientras su imagen daba la vuelta al mundo por negarse a bailar twerking, ella dirigió el foco hacia la base, a las niñas y jóvenes que quieren cumplir su mismo sueño: “Por favor, no dejéis de creer”. Era plenamente consciente del machismo imperante a su alrededor, donde ella era la excepción.
Se trata del mismo espíritu que Sita Méndez lleva promoviendo en las últimas dos décadas. Esta asturiana de 52 años, presidenta del Femiastur, lidera la causa para que el fútbol base sea ejemplo de la igualdad a través de equipos completamente mixtos, 50-50, hasta los 12 años. “Hay que hacer una apuesta de futuro”, dice. “Las mentalidades adultas son difíciles de cambiar, tenemos que ir a la base. Hay estudios que muestran que no hay diferencias de actitudes ni aptitudes hasta el desarrollo, y educar a todos los niños y niñas juntos es lo que provocaría un cambio sustancial y generacional”.
Pero más allá de la legislación y la educación, el ejemplo de los líderes en la élite es clave. A lo largo de este año, diferentes futbolistas y dirigentes han lanzado mensajes opuestos a esta lucha, excluyendo a las mujeres de un entorno en el que ya les cuesta entrar. El portero Antonio Adán llamó “putas” a las sevillistas —incluida su novia—; el presidente de la Federación dijo que varias internacionales iban “en paños menores”, aludiendo a un pantalón corto; Vitolo, Simeone, Emre Can e Íñigo Martínez hablaron de partidos “de hombres”; Solari inició su andadura madridista apelando a los “cojones” para ganar partidos. Todos ellos protagonistas de una larga lista de actitudes cuestionables que dejan en evidencia al entorno de este deporte.
“En la igualdad hay que creer. Y dentro del fútbol ni creen en ella ni tienen la más mínima intención de formarse”, explica Sita. “Aquí es cuando se producen estos patinazos en público, cuando les salen las cosas de dentro. De cara al escaparate se vende mucho la igualdad pero es mentira. Lo que ocurre es que hay un nuevo mercado en el que están interesados: se cree en el fútbol femenino pero no como un sinónimo de igualdad, sino como negocio. No hay más que ver el tutelaje que se está produciendo desde los clubes tradicionalmente masculinos”.
En la misma línea se expresa Fe Robles, quien considera que la respuesta a la cuarta ola del feminismo, también en el fútbol, va a ser dura. “Hay cuatro tarugos que no quieren ceder su espacio porque tienen privilegios que no quieren perder”, lamenta. “Cualquier acto por nuestra parte va a tener como respuesta mucha más dureza, y eso lo estamos empezando a ver con más insultos en los campos. Se están revolviendo ante la evidencia de nuestro trabajo por la igualdad”.
Un club de lectura feminista en un vestuario
Para erradicar del fútbol todo lo que pone en riesgo los valores del deporte, nacieron los clubes del llamado fútbol popular. Fútbol de la mano de socios, lejos del negocio y las presiones mediáticas y económicas, que tiene como objetivo asociar a personas en un ambiente menos tóxico. El U.C. Ceares de Gijón, pionero en España, trabaja en esa dirección también desde la igualdad. Y lo hace incluso con gestos simbólicos, como la creación de un club de lectura feminista dentro del vestuario local. Feminismo en territorio hostil, donde los primeros viernes de cada mes una docena de personas—la mayoría mujeres—toma las instalaciones. “Reivindicamos un espacio que también nos pertenece, que es nuestro y que lo tenemos que ocupar”, explica Lucía Rodríguez, socia del club y fundadora de 'Pa cruz la nuestra', en respuesta al nombre del campo de fútbol, 'La cruz'.
Lucía cree que la clave para acabar con el machismo en el entorno futbolístico está en involucrar en ello a la sociedad. “Hay una responsabilidad de los aficionados que es esencial y que debería darse así en todos los clubes. Tenemos que enfrentar las cosas con las que no estamos de acuerdo e impedir que las actitudes machistas crezcan”. Además del club de lectura feminista, ponen en marcha actividades concretas como una mesa redonda sobre mujeres y lucha obrera, recogida de libros para presas o participación activa en fechas clave como el 8-M. “Intentamos, en definitiva, tener una actitud normal. O lo que debería ser normal. ¿Qué hacer para cambiar esto en clubes tradicionales? Si no se hace desde dentro de la institución, la presión social tiene que ablandar este tipo de expresiones. Es complicado, pero no debería ser imposible”.
Francia 2019 será el verdadero inicio del cambio. Con la fecha marcada en el calendario, el segundo Mundial para la selección absoluta será la piedra de toque definitiva, el momento cumbre en el que la revolución de las mujeres con el esférico se verá materializada, donde ellas sabrán si siguen siendo cuestionadas por un deporte de hombres donde ellos se niegan a ceder el espacio que les corresponde, o si rompen definitivamente con los estereotipos y sienten el respaldo social para buscar un futuro plenamente profesional.