La anorexia y la bulimia alcanzan ya a las niñas: “Vemos casos con nueve años”

David Noriega

2 de noviembre de 2023 21:50 h

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Carla ingresó en el Hospital Niño Jesús de Madrid el 4 de julio. Estaba en una situación extremadamente crítica. Tenía una atrofia cardíaca y la creatinina del riñón al límite. Cuando los sanitarios intentaron sacarle cinco pequeños tubos de sangre, tuvieron que parar a la mitad porque no salía ni una gota más. Con su poco más de metro y medio de altura, pesaba 31 kilos. Con tan solo 11 años, la niña había desarrollado un trastorno de la conducta alimentaria (TCA). La anorexia nerviosa que la mantuvo cinco semanas hospitalizada distorsiona la realidad que refleja el espejo. Está convencida de que está gorda. “Y me dice que antes muerta que gorda”, explica Elena, su madre.

Casos como el de Carla son cada vez más habituales. La pandemia disparó las patologías como la anorexia y la bulimia y las expertas han detectado una disminución de la edad a la que comienzan a aparecer estos trastornos graves, que afectan sobre todo a las jóvenes, adolescentes y niñas. “El hecho de ser una mujer de entre 12 y 25 años es un factor de riesgo, pero la edad de inicio es cada vez menor. Estamos viendo casos por debajo de los 10 años”, indica la responsable de prevención de la Associació contra l'Anorèxia i la Bulímia de Catalunya (ACAB), Anna Figuer.

La edad media, de los 17 a los 12 años

Según la Guía de Práctica Clínica sobre los TCA del Ministerio de Sanidad, antes de la pandemia un 5% de niñas y mujeres sufrían alguno de estos trastornos. Pero los datos se han disparado. Por ejemplo, los últimos datos del Departament de Salut de la Generalitat de Catalunya, recabados por ACAB, muestran un incremento del 61% de nuevos casos entre 2018 y 2021 y la asociación, de referencia en todo el Estado, atiende más del doble de casos que en 2019. A falta de un registro oficial, calculan que “es muy probable que actualmente en torno a un adolescente de cada diez padezca” alguna de estas patologías y tres de cada 20 esté en riesgo.

La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) sitúa la prevalencia de estos trastornos en España entre un 4,1% y un 6,4% de las mujeres de entre 12 y 21 años y en un 0,3% de los hombres y la edad media está en los 12 años. En un protocolo de la Asociación Española de Psiquiatría Infanto-Juvenil, fechado en 2008, la edad media entonces rondaba los 17 años.

La cultura de la imagen que ha homogenizado el ideal de belleza y se difunde por internet, máxime ahora con las redes sociales, ha cambiado, igual que han cambiado los contenidos y la difusión tan masiva de este tipo de imágenes

Eva Ribas es miembro de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente y trabaja en el centro de salud mental de Moratalaz. “Nos llegan problemáticas que antes eran más propias de la adolescencia y ahora vemos a los nueve, los diez o los once años”, explica. Una precocidad que atribuye, en parte, al efecto de los cánones estéticos, mucho más presentes en los y, sobre todo, las menores, con el acceso más temprano a internet y las redes sociales. “La cultura de la imagen que ha homogeneizado el ideal de belleza y se difunde por internet, máxime ahora con las redes sociales, ha cambiado, igual que han cambiado los contenidos y la difusión tan masiva de este tipo de imágenes”, razona.

Un estudio, publicado en la revista International Journal of Mental Health and Addiction, con una muestra de más de 600 jóvenes de 12 a 17 años del Valle de Ricote, en Murcia, indica que las imágenes editadas, los filtros irreales y los cuerpos canónicamente pero artificialmente perfectos potencian los TCA. El investigador principal, José Francisco López-Gil, publicó en Jama Pediatrics otro trabajo en el que concluía que un 22% de los menores de edad presenta desórdenes alimentarios, como inducción al vómito, restricciones de comida o la toma de pastillas para adelgazar.

“Dentro del trabajo buscamos explicaciones basadas en la ciencia que puedan explicar por qué tenemos esa prevalencia tan elevada en la población infantil y adolescente. Una de las hipótesis que planteamos fue el uso de, por ejemplo, las redes sociales”, explicaba el científico y nutricionista en una entrevista en elDiario.es. “El mayor uso de redes sociales se asocia con mayor probabilidad de presentar estos comportamientos, sobre todo en Instagram y TikTok, donde la persona está más expuesta a que la vean y a recibir mensajes sobre su imagen”, señalaba.

Una de las causas de que la edad de inicio sea cada vez menor es el acceso a las redes sociales y al consumo de determinado tipo de contenido, que tiene un impacto negativo en la percepción de su propia imagen

No hay un único botón que activa la anorexia o la bulimia. Su desarrollo es multicausal, pero las expertas apuntan al uso de las redes sociales como un agente extra. “Hay muchos factores que pueden desencadenar la enfermedad. A nivel individual están los psicológicos, pero también hay cierta predisposición genética, factores familiares y sociales. Y una de las causas de que la edad de inicio sea cada vez menor es por el acceso a la redes sociales y el consumo de determinado tipo de contenido en edades tempranas, que tiene un impacto negativo en la percepción de su propia imagen corporal”, explica Figuer.

“Ahora mismo tenemos un porcentaje mayor de casos de menores que de mayores de 15 años”, coincide Cristina Andrades, que es psicóloga sanitaria especialista en alteraciones alimentarias y tiene un centro de psicología, pedagogía y nutrición en Lebrija. “Vemos que, desde muy pequeñitas, cuando empiezan a decir eso de 'dulces no, que engordo', a los adultos les hace gracia, porque piensan que lo habrán escuchado en algún sitio y lo repiten. Después se van saltando poco a poco comidas y cuando esos saltos son reiterados, es cuando las familias empiezan a pedir ayuda”, desarrolla.

Buenos recursos para lo grave, escasos para el inicio de la enfermedad

Uno de los problemas para el abordaje de estas patologías es la falta de recursos para un tratamiento inicial. “Si hay una situación de gravedad, los recursos públicos son fantásticos, pero hasta llegar a esa situación, la espera se puede alargar en el tiempo”, señala Fernández. “Nos encontramos con que, para entrar en la sanidad pública, la paciente tiene que estar en un peso de riesgo vital, pero antes, para una familia sin recursos es complicado contar con un equipo de pediatra o endocrino, psiquiatría, psicología, dietista/nutricionista... Por suerte hay asociaciones que ofrecen algunos servicios, aunque no llegan a ser completamente gratuitos, y acompañamiento a la familia”, coincide Andrades.

Júlia tenía 12 años cuando ingresó en el Hospital de Santa Caterina de Gerona. “Nos dimos cuenta de que había algún problema porque no se sentía bien, no le gustaba estar con gente, tenía problemas de socialización y para concentrarse, y empezó a decir que no quería comer esto o aquello hasta que un día se puso a temblar al ver la comida”, recuerda su madre, Irene. Lo que ha olvidado, casi como una forma de autoprotección, es el peso de su hija. “Era exagerado, todo huesos. Unos días antes habíamos ido a comprar un bañador y tenía la talla de una niña de cinco años”, explica.

Al principio piensas que es culpa tuya, que lo has hecho todo mal, pero después vas viendo que hay muchos factores que les afectan

“Al principio piensas que es culpa tuya, que lo has hecho todo mal, pero después vas viendo que hay muchos factores que les afectan. Un día te toca a ti y otro, a otra”, indica Irene, que enumera entre esas causas “la separación (de los padres), el confinamiento, las hormonas revolucionadas, las exigencias a los niños, las nuevas tecnologías...”. Esta madre señala que, durante la pandemia, permitió a su pequeña tener TikTok para entretenerse. Un consumo limitado y bajo supervisión. “En aquel momento todavía podíamos verlo juntas y de forma crítica explicarle si algo era real o no, si estaba retocado o si había un filtro. Con el tiempo, me he enterado de que accedía a cuentas donde les explicaban cómo no comer y engañar a los padres, manipularnos...”, desarrolla.

Un estudio publicado el noviembre pasado en la revista Plos One, titulado Los mensajes de peso normativo predominan en TikTok: un análisis de contenido cualitativo, afirmaba que, de cerca de un millar de vídeos analizados en esta red social, “casi todos mostraban contenido que era notablemente normativo en cuanto a peso”. En concreto, los contenidos giraban en torno a “la glorificación de la pérdida de peso” y los “alimentos para lograr salud y delgadez”. Otro hecho preocupante era que estos mensajes no eran difundidos por voces expertas ni divulgaban factores de estilo de vida que influyen en el peso y la salud.

“Hacen falta factores de riesgo previo, pero es cierto que TikTok es un machaque continuo sobre alimentación y bajar de peso que, en un momento muy difícil como es la adolescencia, te afecta mucho. Y si no tienes esos factores de riesgo, igual coqueteas pero no llegas al trastorno. ¿Cuántas mujeres no hemos hecho alguna tontería con la alimentación a esas edades?”, se pregunta Marián Fernández, que es psicóloga en la Asociación en Defensa de la Atención a la Anorexia Nerviosa y Bulimia.

Antes del diagnóstico, Carla había empezado a expresar algunos de los síntomas que las expertas atribuyen a estas patologías pero que, ante el desconocimiento de la enfermedad, pasan desapercibidas para las familias. La niña empezó a obsesionarse con las notas y a prescindir de determinados alimentos. Dejó de comer pan, pero comía dulces. O le pedía a su madre que, en lugar de un bocadillo, le preparase fruta para el recreo. “Con 10 años, ¡lo que hacía era contar calorías!”, indica Elena quien, tras ponerle nombre al problema de su hija, encontró en su habitación una libreta con la equivalencia en calorías de una larguísima lista de alimentos, sacadas del historial de Google.

“En el caso de mi hija, creo que internet ha sido una herramienta auxiliar más que un detonante. Cree que está gorda, le dicen que tiene los pechos grandes y quiere perder peso, así que entra en Google y empieza a tirar del hilo”, desarrolla Elena. El relato no es figurado: en el colegio de la niña circuló una lista ordenada por el tamaño de los pechos de las niñas y la mayoría de sus amigas centraban sus conversaciones en la pérdida de peso. Un contexto que supone un plus de riesgo para una menor que pega el estirón unos meses o un año antes que el resto. “Me preguntaba que si ellas con 31 o 32 kilos dicen que están gordas, ¿cómo estaba ella?”, recuerda la madre.

Las páginas donde se da información para promover la anorexia se denuncian y se cierran, pero con la aparición de las redes sociales, se utilizan los comentarios para captar a jóvenes vulnerables y derivarlas a grupos de Telegram, más fáciles de ocultar

“Las páginas donde se da información para promover la anorexia y la bulimia se denuncian y se cierran, pero con la aparición de las redes sociales, se utilizan los comentarios para captar a jóvenes vulnerables y las derivan a canales o grupos de Telegram, que son más fáciles de ocultar y hay familias que ni siquiera saben que sus hijas tienen una cuenta”, advierte Andrades.

No demonizar las redes sociales

Con todo, las expertas recomiendan no demonizar las redes sociales. “La primera vez que dejamos a los niños utilizar un cuchillo, no les dejamos solos con la herramienta. Con el móvil e internet ocurre lo mismo: es una herramienta muy buena para tener contactos sociales, para poder tirar de los amigos si se sienten solos pero, como con el cuchillo, si no les enseñamos a usarla, se pueden hacer daño”, pone como ejemplo Ribas.

Precisamente, la Universitat Oberta de Catalunya ha puesto en marcha una investigación para darle la vuelta al problema y averiguar cómo hacer viral la información sobre salud mental para que llegue a los jóvenes igual que llegan esos mensajes perjudiciales para su autoestima y autopercepción. “El uso que la población adolescente hace de las redes sociales se ha demonizado en exceso y nosotros creemos que pueden ser una herramienta para llegar a ellos y ponerles al alcance recursos que les ayuden a mejorar su salud mental y emocional”, indicaba la responsable del trabajo y psicóloga Eulàlia Hernández en la presentación.

“La prevención es el desarrollo de las variables protectoras. Podemos estar horas criticando las redes sociales, pero es mejor educar a los niños en hacer un uso responsable de las pantallas”, coincide Andrades. Figuer indica que ellas trabajan en prevención inespecífica. “Antes se pensaba que lo mejor era hablar de los trastornos, sus características, las conductas... pero se vio que ser demasiado explícito daba demasiadas ideas a personas con cierto riesgo. Ahora fomentamos los factores de protección, que ayudan a minimizar ese riesgo, como trabajar una autoestima saludable, que se acepten como son, potenciar su personalidad, su carácter y sus aptitudes y el respeto a la diversidad corporal”, señala la experta.

En algunos centros se trabaja también la figura del amigo cuidador. “Es el primero que se da cuenta de las señales de alerta, como cambios en la alimentación, que come a escondidas, que no no ha traído bocadillo o en el comedor deja comida, que rechaza ir a la playa o la piscina, cambios de humor, irritabilidad... Tenemos que entender que los TCA son trastornos mentales graves y que la persona sufre muchísimo”, indica Figuer, que recuerda que “el trabajo preventivo tiene que darse también a nivel social, desde los medios de comunicación, la publicidad o la moda”.

Salir del hospital y que una talla S te quede pequeña

A los cinco días de salir del hospital, Carla fue con su madre a los cines de un gran centro comercial. Elena no tenía previsto entrar a ninguna tienda, pero la niña se lo pidió. En una conocida cadena de ropa se probó una camiseta de la talla S, para adultos. Le quedaba pequeña. “A una niña de 11 años, con anorexia nerviosa y un índice de masa corporal de 15 (en su caso, unos 36 kilos), una talla pequeña le queda grande. Eso es delincuencia”, denuncia Elena.

En el proceso de recuperación, que la pequeña acaba de comenzar, todavía se encuentra muy mal. Lleva una dieta estricta y en el colegio y en casa se aísla a causa de la depresión que padece. Pero, aunque son largas, las recuperaciones llegan a buen puerto en la mayoría de los casos. Según los datos de ACAB, la media para recuperarse se sitúa entre los cuatro y los cinco años y, aunque la tasa de mortalidad está en el 5%, el 70% se recupera. Júlia está todavía en seguimiento y una vez al mes visita al psicólogo, pero se encuentra mucho mejor. Como explica su madre, es el ejemplo de que hay salida: “Ahora tiene 15 años y es una chica normal, con sus amores, desamores y las cosas normales de una chica de 15 años”.

Aunque los de las madres son reales, en este reportaje se han empleado nombres ficticios para proteger la privacidad de las menores.