ENTREVISTA

Antonio Alcamí, virólogo del CSIC: “En una de las islas de la Antártida, todas las aves analizadas tenían gripe aviar”

La gripe aviar ya está en la Antártida y amenaza a los pingüinos. Un equipo internacional de investigadores, con participación del CSIC, ha identificado el virus de alta patogenicidad en varias aves del norte del Mar de Weddell, el primer brote identificado en territorio antártico y la primera prueba de que se está extendiendo entre la fauna de este continente. 

El virólogo Antonio Alcamí, del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CSIC-UAM), y la investigadora Begoña Aguado instalaron un laboratorio de diagnóstico molecular a bordo del velero Australis (HPAI Australis Expedition) con el que recorrieron la región de la Península Antártica y el norte del Mar de Weddell. Durante la expedición, en una pequeña embarcación de apenas 23 metros de eslora, el equipo examinó muestras obtenidas de las aves muertas halladas en diez áreas y confirmaron la presencia del virus en restos de skúas o págalos grandes (Stercorarius skua) en cuatro puntos de desembarco. En la isla de Beak, el punto más caliente, encontraron 80 skúas vivas y más de 50 muertas, de las que se analizaron 10 y todas dieron positivo.

El virus HPAI H5N1 evolucionó inicialmente en aves de corral, pero desde 2020 se está extendiendo por todo el planeta y su propagación sin precedentes ha causado mortalidades importantes de aves salvajes y mamíferos en casi todo el mundo. Tras su entrada y rápida progresión por Sudamérica a finales de 2022, su llegada a la Antártida se confirmó en febrero de 2024 y ahora estos nuevos datos muestran el primer brote en una colonia antártica de aves. Antonio Alcamí atiende a elDiario.es por videoconferencia desde Ushuaia, en Tierra de Fuego (Argentina), donde se halla en su camino de regreso a España.

¿Qué es lo que ha visto su equipo en esta última expedición antártica?

Ya teníamos evidencia de que el virus de la gripe aviar de alta patogenicidad había entrado en la Antártida de forma muy puntual, con el primer caso en la base argentina que confirmamos a finales de febrero. Lo que hemos hecho ahora es ir a muchos de estos sitios de la península antártica por el mar de Wedell donde había evidencias reportadas de casos posibles y sospechosos. A bordo de un velero, el Australis, hicimos un recorrido maratoniano en diez sitios, casi a un sitio diario, con toda la complejidad de llegar a estos lugares y examinar las muestras in situ. De estos diez lugares, en cuatro hemos demostrado la presencia de gripe aviar, lo que sugiere que se está extendiendo. Llama la atención uno de los sitios, donde cuando llegamos encontramos 80 skúas vivas y 50 muertas. Y, de las diez aves que analizamos, todas eran positivas en la prueba del virus.

¿Se trata de un brote masivo de gripe aviar como se ha dicho?

En esa isla aparecimos en el lugar en el momento del brote de gripe aviar. Pero el término masivo es un poco confuso. Sí que lo es en este punto concreto, porque encontrar 80 vivas y 50 muertas es una mortalidad importante, pero es que venimos de ver colonias de pingüinos donde puede haber 100.000 individuos. 

¿No hay ninguna prueba de que la gripe aviar haya llegado aún a los pingüinos? 

No hemos visto ningún efecto. Estuvimos dos meses monitorizando en isla Decepción y no hemos visto nada raro. Lo que sí observamos en esta expedición fueron cientos de cadáveres de pingüinos, cerca de 500, en la isla Heroína. Pero esas muestras son negativas para gripe de alta patogenicidad, no sabemos qué ha ocurrido. Es posible que haya habido otro patógeno y eso lo vamos a seguir estudiando. Es verdad que era impresionante, porque ibas andando y veíamos muchos cadáveres, pero no queremos transmitir la idea de que esto es por la gripe aviar. Al final el gran riesgo es ese: que el virus entre en las colonias de pingüinos. Sería un desastre.

El gran riesgo es que el virus entre en las colonias de pingüinos, sería un desastre.

Volviendo a las aves contagiadas, ¿tienen alguna idea de cómo ha podido llegar el virus hasta las skúas?

Podría haber sido a través de un mamífero marino infectado, que se hayan comido ese animal muerto. Otra opción es que se hayan infectado en el continente y hayan migrado con el virus. Tampoco sabemos si son más vulnerables que los petreles y cormoranes, en los que no hemos encontrado el virus. Lo hemos visto claramente en las skúas desde el principio, también en la base argentina. Todas hacen lo mismo, son aves carroñeras. Y si el virus se transmite entre estas aves no habría impedimento para que saltara a otras, porque comparten momentos; cuando hay un pingüino muerto se las ve juntas picoteando el cadáver.  

¿Qué escenario es peor, que haya llegado a través de los mamíferos o que las aves lo trajeran?

Eso da un poco igual. Lo que no sabemos es cómo de fácil se transmite. Aún hay muchas dudas. La gente que trabaja en esto, tanto especialistas en aves como nosotros que trabajamos con el análisis molecular, tenemos muchas preguntas.

¿El análisis del genoma nos dirá por qué vía llegó el virus?

Eso es lo que vamos a hacer ahora, hicimos un primer diagnóstico con PCR, incluso conseguimos secuenciar un pequeño fragmento del virus en el velero, que es todo un hito. Pero el trabajo que nos traemos a Madrid es secuenciar el virus completo, que nos permitirá deducir de dónde viene, si está relacionado con los virus que se han secuenciado en Sudamérica o de las islas subantárticas. Con esto podríamos establecer el origen. Y también es relevante que es un virus que se transmite a mamíferos (se han visto grandes contagios en leones marinos en Sudamérica), pero nosotros no hemos visto elefantes ni lobos marinos afectados. Estos sí tienen unas secuencias un poco diferentes, con lo cual sí podríamos averiguar si se ha transmitido de mamífero a mamífero o de ave a ave. Pero ese es un trabajo que tenemos que hacer ahora. 

¿Qué significa el hallazgo en aves de la Antártida de la gripe aviar y qué puede venir?

Nosotros fuimos a investigar con el programa polar porque esperábamos una entrada masiva de este virus. No sabemos muy bien cómo van a ser de susceptibles las especies de pingüinos, pero puede llegar a tener mortalidades del 30%. Así que imagina, en una colonia de 100.000 individuos nos vamos a encontrar 30.000 cadáveres, que es muy impactante. Lo que hemos visto nos muestra que el virus ha entrado tarde, de forma muy puntual, muy ocasional, y quizás tarde en el verano, con lo cual cuando ha llegado las colonias ya han tenido las crías, han madurado y se han ido. De hecho las pingüineras estaban casi vacías.

¿Qué puede pasar el año que viene?

El mayor impacto puede suceder si el año que viene el virus entra antes, porque ya está allí probablemente, y si los pingüinos son susceptibles de contraerlo (que aún no sabemos) puede tener un impacto muy importante en la población. Porque en las pingüineras, como se ve en las fotografías, los animales están hacinados. Es decir, ahí entra un virus y es el paraíso para él, todos los animales juntos, amontonados, pasándose aerosoles, heces, compartiendo todo… La transmisión puede ser a la velocidad del rayo. Esa es la gran amenaza.

¿Por qué no se ha producido ya ese escenario?

Hay mucha gente que piensa que al estar la Antártida tan aislada es muy poco probable que el virus salte, porque el animal tiene que atravesar el paso de Drake, una zona muy difícil, de vientos, de borrascas… Y si hay un ave enferma posiblemente no llegue. Hay una barrera física que ha protegido a la Antártida, pero algún animal quizá ya lo ha conseguido, como son las skúas. Así que lo que es novedoso es que el año que viene el cronómetro ya no está a cero, ya hay algo aquí introducido, ya no es el cero del año pasado.

Hay una barrera física que ha protegido a la Antártida, pero las skúas lo han conseguido. Así que el año que viene el cronómetro ya no está a cero

¿El virus se conservará allí durante el invierno?

Es lo que nos preguntamos los científicos. No lo sabemos. Hemos tomado muestras de agua y suelo, para ver si hay restos. Estas pingüineras están en zonas sin hielo donde están criando, que en invierno se vacían. Las aves se retiran a otras zonas de la Antártida, en el mar principalmente. Cuando vuelvan, ¿hay que hacer una reintroducción del virus o ya se ha quedado? No lo sabemos. Las skúas son aves migratorias, se van a Sudamérica y tienen que volver. Hay unas pocas aves que se pueden quedar aquí, pero es una pregunta que no sabemos responder. A lo mejor el año que viene lo que encontramos es lo mismo, una introducción muy puntual, sin mucho impacto general. Serían buenas noticias. Creo que hay un límite. Si pasamos ese límite de infecciones de pingüinos en época temprana de reproducción, puede ser un desastre. Si llega tarde de nuevo, tendremos la suerte de que el impacto sea pequeño. Hay que vigilarlo. 

¿Cuál es el peor escenario que esperan encontrar al analizar el virus ya en Madrid?

Sabemos que el virus tiene la secuencia de alta patogenicidad y este sitio de corte de la proteasa que le permite infectar el sistema nervioso y el cerebro. O sea, que la mala noticia ya la tenemos: es un virus capaz de infectar el cerebro y capaz de matar en un porcentaje alto de los animales infectados. Puede ser una secuencia de aves que se transmite entre ellas o que haya pasado de mamíferos marinos. Otra pregunta es si el virus se está adaptando, porque es un virus RNA que se adapta a todo lo que puede. A lo mejor se adapta al pingüino con algunas mutaciones y se hace más transmisible en ellos, o más infeccioso.  

Es un caso muy preocupante comparado con casos anteriores, porque está causando unas mortalidades que no se han visto en el pasado en animales salvajes

¿Es el peor caso de transmisión de enfermedades en la Antártida conocido hasta ahora?

El virus de gripe aviar de alta patogenicidad que está circulando ahora mismo por todo el planeta, no en la Antártida, está siendo un caso especialmente negativo, en el sentido de que se está extendiendo por muchas especies, del hemisferio norte a Sudamérica, donde ha adquirido una velocidad de transmisión muy rápida. Es un caso muy preocupante comparado con casos anteriores, porque está causando unas mortalidades que no se han visto en el pasado en animales salvajes.

¿Hasta qué punto podemos achacar la extensión de este virus a la actividad humana?

Lo hemos discutido en la expedición. En este caso hay muchos barcos turísticos por la zona, uno podía argumentar que hemos sido nosotros los que hemos introducido esto. Yo creo que no. Primero, los buques han tenido muchísimas precauciones este año, hasta el punto de que el protocolo es que si en un sitio aparecían unos cuantos animales muertos, sin una causa clara y con sospecha, se cerraba automáticamente la zona y no entraba nadie. Y eso se ha hecho, se ha mantenido. De hecho algunos de los sitios en los que hemos estado nosotros han estado cerrados este año. Creo que en este caso no ha habido una transmisión en la que nosotros hayamos participado o creado este problema.

Pero en origen sí parece que se debe a la forma que tenemos de criar animales, ¿no?

Sí es verdad que este virus se ha generado en grandes explotaciones. Esto puede favorecerlo, pero también es cierto que los animales viven hacinados en la naturaleza y hay grandes colonias donde tiene oportunidades. En este caso no sé cuánta culpa han tenido las explotaciones humanas de animales.

En todo caso, ¿la llegada del virus no es un síntoma de que la Antártida está menos aislada y más expuesta a nuestra influencia?

Bueno, yo creo que sigue igual de aislada que antes, es un sitio complejo. Ahora, al verlo en un velero de cerca, te das cuenta de que esto es un terreno difícil. Fue una expedición tardía, el capitán nos decía que la Antártida te da mensajes de que tienes que irte, de que esto no es para ti. Y la sensación que te da es esa; entran los fríos, entran los hielos y los pingüinos se están yendo. Todo el mundo sale corriendo porque viene algo terrible. Es un lugar inhóspito. Eso lo ha sido siempre y lo va a seguir siendo en gran parte.

Lo que hemos visto es que hacer el diagnóstico en el sitio es importante. No funciona mandar una muestra al continente y que al cabo de un mes te den el resultado

¿Cuál ha sido el gran valor de esta expedición?

Lo importante es vigilar, lo que hemos hecho en esta expedición es demostrar que somos capaces de monitorizar una zona grande y tener capacidad de respuesta rápida. Creo que ese ha sido el valor. Y, de hecho, el año que viene, a principio de temporada, vamos a tener que hacer un trabajo de monitorización extenso para ver cómo está entrando. Y también la asociación de buques turísticos [IAATO] que ha financiado la expedición Australis junto al proyecto Kappa-Flu del programa Horizonte Europa de la UE y el CSIC, porque querían saber qué es lo que han visto en esta temporada. Ellos mismos han identificado zonas y nos han financiado para ver si había o no había gripe aviar. Se han cerrado zonas a principio de temporada y no hemos encontrado ninguna evidencia. Si lo hubieran sabido antes, habrían podido abrir. Hay mucha discusión de cómo gestionamos esto el año que viene, tener una forma de monitorizarlo les beneficia, porque antes se despeja la duda y se retoma actividad.

¿Cuál era el desafío logístico?

Lo que hemos visto es que hacer el diagnóstico en el sitio es importante. No funciona mandar una muestra al continente y que al cabo de un mes te den el resultado. Hemos llevado lo que hay que llevar, unos robots de preparación de muestras, lo que se hacía con las PCRs en la pandemia de covid, que todos conocemos. Y parece mentira que podamos estar secuenciando en un cuartucho pequeño con equipos en miniatura, en un velero de 23 metros de eslora en el que cabíamos 11 personas. Esto ningún país lo ha hecho, ni siquiera en las bases. Yo propondré el año que viene tener algún laboratorio en la Antártida donde nos puedan traer las muestras, un sitio de referencia para saber qué ha ocurrido. El siguiente paso sería hacerlo en un buque, ya moviéndose.  

¿Cuáles eran los protocolos de seguridad?

Hemos estado trabajando toda la campaña con los equipos de protección individual (EPIs), disfrazados. La seguridad equivalente a un laboratorio con un nivel 3 de bioseguridad, con EPIs homologados, desechables que usamos en el laboratorio en Madrid. Antes de salir de la isla nos rociábamos con agentes inactivantes y hemos tenido un protocolo de seguridad muy bueno. Pero hay que saber hacerlo y en las bases no tienen los equipos necesarios. Eso también es algo que hay que incorporar.

Es muy improbable, pero la mortalidad en humanos es del 40%. Yo lo explicaba en la base: si entra el virus, el 40% no vuelve a casa.

¿Cómo de incómodo es trabajar con EPIs en un barco que se mueve? 

El agobio es que tienes que llevar tallas XXL porque debajo llevas toda la ropa de abrigo, ya que trabajas a bajo cero. El inconveniente es la incomodidad. Es más problemático la estabilidad de los equipos y poder trabajar cuando se está moviendo el barco, así que intentábamos aprovechar cuando estaba parado. Se pueden hacer las pruebas con un balanceo, pero un velero se mueve mucho y trabajar cuando no te puedes mantener de pie es complicado. Eso es una limitación. 

¿Se protegen para no contaminar las muestras o para no contagiarse del virus?

Una razón es monitorizar el virus, pero otro trabajo que hemos hecho en las bases es asegurarnos de que los protocolos funcionan para evitar una transmisión a humanos. Aunque la probabilidad es muy baja, y hay muy pocos casos, en Estados Unidos ha habido casos de contagio en vacas y de vacas a humanos. Es muy improbable, pero la mortalidad en humanos es del 40%. Yo lo explicaba en la base: si entra el virus, el 40% no vuelve a casa. Y eso es algo muy relevante. Una parte del trabajo que hemos hecho es asegurarnos de que podemos manipular de forma segura las muestras. Para evitar cualquier posible transmisión y evitar el riesgo de que infecte a humanos, aunque sea improbable.