Antonio Esquivias vivió dentro del Opus Dei durante treinta años. Ahora, después de haber sufrido mobbing por parte de la Obra, lograr salir de la organización y fundar una familia, destila en El Opus Dei: el cielo en una jaula (editorial Libros.com) su vida su salida de la Prelatura, a la que califica de “una prisión”. “Estás tan institucionalizado que cuando sales no sabes qué es un tetra-brick, cómo usar una tarjeta de crédito o cómo relacionarte con la gente”, subraya Esquivias, quien convivió durante años con insignes miembros de la Obra, como el diputado Martínez Pujalte (PP) –quien ya no forma parte de la misma– o el ministro De Guindos, “que sigue siendo supernumerario”.
En el libro habla de una pertenencia al Opus Dei total, hasta el punto de que los que salen están tan “institucionalizados” que no saben vivir fuera de ese ambiente. ¿Es realmente así?
Cada uno lo hemos vivido de forma diferente, pero el proceso que has mencionado, de “institucionalización”, lo pasamos todos. Tengo un amigo con el que he seguido en contacto que me contó que, después de salirse, fue al funeral de una persona cercana a él, que vio allí a toda la gente llorando y que se dio cuenta de que él no podía; que no sabía llorar. ¡Qué cosa tan sencilla como llorar en un funeral de alguien que no conoces!
¿Por qué no se podía llorar? ¿Era obligatorio ser fuertes?
Es una educación fortísimamente controladora de las emociones. Se pide que des la respuesta adecuada en cada momento. Adecuada no en el sentido de que te hayas adecuado emocionalmente a la situación, sino adecuada a lo que te dicen que tienes que hacer en ese momento.
Cuando deja el Opus, no sabe utilizar un teléfono móvil, una tarjeta de crédito, se pierde en un supermercado... No es autónomo.
La gente, al leerme, ha recordado cosas y me ha escrito que no sabían lo que era un tetra-brik. Elegir un paquete de leche, fíjate que cosa tan sencilla, y no la sabía hacer un hombre que es filósofo. Has perdido el contacto con las cosas más normales de la vida. Cuando salgo del Opus Dei no sé ni manejar una tarjeta de crédito, es como venir de Marte a la Tierra. Yo me mareo en los supermercados viendo los tipos de aceitunas que hay porque no sé cuál tengo que coger.
La gente, durante un tiempo, se mete contigo: yo trabajé en una empresa y se reían de que no sabía quién era Espinete. En España todo el que ha tenido infancia sabe quién es Espinete, pero en el Opus todo eso de la televisión está tan controlado; en la empresa terminaron por llamarme así, Espinete.
Lo que es extraño es que en la Obra se vanaglorian de ser “apóstoles en medio del mundo”, de estar dentro de él como políticos, abogados, empresarios... ¿Están en la tierra o desconectados de la realidad?
Sorprende mucho, porque sólo por trabajar ya tienes contacto directo con la gente, pero esa conexión la vives desconectado. Ves las cosas, pero como desde tu burbuja. Suena como a Matrix, pero es cierto: vives una contradicción entre lo que hay en la calle, esa libertad, y tus modos, esas normas. En el Opus Dei hay montones de normas: lo llaman criterios. Yo lo sé muy bien porque en la oficina de numerarios donde trabajaba preparaba todos los años los criterios que les íbamos a dar. Había que repasarlos, aunque la mayoría eran los mismos todos los años. Había que ser exacto con las normas. Sobre las mujeres, sobre las relaciones sociales, sobre los libros, normas sobre todo.
¿Y ahora?
Tiendes a repetir esquemas y además, como mientras estuviste con ellos te hicieron creer que estabas en medio de la calle, tardas mucho tiempo en darte cuenta de que estás metiendo la pata horrorosamente. Para ti lo que haces es normal. Lo de la tarjeta de crédito al final te lo explican y ya está, pero las actitudes como lo de no llorar... O cómo planteas las relaciones. La gente te pregunta quién te crees que eres.
¿En algún momento se arrepiente de haberse salido? ¿Puede más la sensación de estar perdido o la de no mirar más hacia atrás?
Sinceramente, nunca he vuelto a pensar si hice bien o si debería volver, aunque me haya costado manejarme. Sí que he tenido en algún momento la sensación de andar por un bosque muy oscuro hasta preguntarme si en algún momento seré capaz de dominar yo esto o si siempre va a cubrirme. Yo entré, como la mayoría de numerarios, con 16 años. ¿Cómo iba a conocer ni la cosa más sencilla del mundo exterior? En algunas cosas eres, todavía, un adolescente. Incluido el tema sexual, claro.
En todo ese aprendizaje de vivir, todavía tiene un conflicto con la Obra: no reconoce todavía lo que hizo con ellos.
Sí. Normalmente, cuando uno cambia de empresa, aunque afronte un cambio tiene su hipoteca, su casa, sus cosas. Yo salí sin nada en absoluto y me lo tuve que trabajar sin ahorros. Pero lo que no me puedo inventar es que estuve treinta años sin cotizar, que ahora no hay quien los cubra.
¿Sufrió acoso laboral?
Yo he empezado este movimiento un poco por eso, porque he llegado a los 60 años y de pronto me encuentro que tengo cotizados los años después de salir de la Obra, pero no los treinta años que trabajé para ellos. Yo salí con 45 años, y no tenía nada: no tenía una casa, no sabía ni manejar un banco, ni ropa, porque tenía ropa de sacerdote, sotanas y tal, pero no podía quedármela. Trabajaba como un loco, en horarios de catorce o dieciséis horas. La Obra es especialmente dura en hacerte sentir desprotegido. Todas mis relaciones las he tenido dentro de la Obra, porque he estado treinta años. Salvo mi familia, no conocía a nadie fuera de allí.
'El Opus Dei: el cielo en una jaula'. ¿Ha hecho que se sienta en una prisión?
Los tres últimos años de antes de dejarlo, sí. Estaba sin trabajo –hacía una misa por la mañana y nada más– pero estaba encerrado. Encerrado de relaciones, de posibilidades. Cuando te hacen mobbing en un trabajo, a fin de cuentas tienes tu sueldo y llega un momento que te vas a tu casa. Para mí, esa situación no eran ocho horas, sino las 24. No salía ni podía tener otras relaciones y la gente que me rodeaba dentro estaba tratada psicológicamente. Estaba en una prisión y me di cuenta de que no era sensato dejarme hacer eso. Si aceptas estar dentro de una burbuja pero encima no hay nada que hacer dentro de la burbuja... Realmente, yo no digo que no pueda estar ahí el cielo; sólo sé que no puede haber tanta norma, tanta jaula. Tendrían que respetar los derechos laborales y así, quien pensara en dejarlo, lo haría tan libremente como el que quisiera permanecer dentro.