No es una acción de caridad. No se trata de dar pena. Ni de pobres jóvenes que no se pueden pagar la carrera. “Es una iniciativa de denuncia y con un mensaje en positivo”, explica Cristina Sanz, miembro de La Facultad Invisible (LFI) y una de las encargadas del proyecto Apadrina a un Becario, que pretende recaudar 14.000 euros para sufragar los estudios de nueve universitarios con un expediente brillante.
Un movimiento de denuncia contra la subida de las matrículas universitarias un 45% de media en los últimos años (la horquilla va del 20% al 70%, según la región y el grado). De protesta contra la caída de la cuantía de las becas un 21%. O para visibilizar que, como le ha ocurrido a alguno de los protagonistas de esta historia, una enfermedad de un familiar provoque que un universitario no solo pierda su beca, sino que sea vea con una deuda de 3.500 euros con el Ministerio de Educación.
El grupo pretende fomentar un debate que a buena parte de la población le queda muy lejano. “¿Por qué en otros países las matrículas son gratis? ¿Es viable en España?”, se pregunta Sanz. “No queremos sustituir el modelo de becas, no es el objetivo”, explica Juan Margalef, presidente de LFI. Ni pueden hacerlo ni sus becarios están necesariamente en esa situación de extrema necesidad. “Pero sí queremos que haya un modelo más justo, en el que nadie se quede sin entrar en la universidad por no tener recursos. Luego ya que continúe o no dependerá de su esfuerzo”, sostiene. “La gente que no está en la universidad no sabe cómo funciona”, cierra.
La Facultad Invisible, la asociación que agrupa a los Premios Nacionales de Excelencia Académica que concede cada año el Ministerio de Educación a los mejores universitarios, ha lanzado un crowdfunding para que Apadrina un becario, permita a esos nueve estudiantes con dificultades económicas que han seleccionado puedan proseguir con sus exitosas (deben serlo para entrar en el programa) carreras.
“Ni siquiera igualdad de oportunidades”
“Las políticas de recortes y las subidas de tasas de los últimos años han puesto en jaque a todo nuestro sistema educativo que, lejos de apostar por la excelencia, ya no es capaz siquiera de garantizar una auténtica igualdad de oportunidades”, explican desde LFI. Cada vez más, para ir a la universidad hay que tener dinero. Y, en consecuencia, cada vez más jóvenes se quedan fuera de esta institución.
Los datos dicen que hay 127.000 estudiantes menos ahora que cuando Mariano Rajoy y su política de subida de precios y bajada de las becas entraron en La Moncloa. El Gobierno achaca casi toda esa caída a cuestiones demográficas. No se conoce cuántas bajas se podrían adjudicar exclusivamente al encarecimiento de los estudios, pero el propio exministro de Educación, José Ignacio Wert, ideólogo del actual sistema, calculaba hace unos años que 10.000 se quedarían sin ayudas con el endurecimiento de los requisitos académicos para mantener una beca.
Diego Trujillo, uno de los agraciados por Apadrina un becario, se vio en esa situación. De origen ecuatoriano, Trujillo tuvo que dejar de estudiar y volverse a su país de origen a cuidar a su padre, que cayó enfermo. Cuando las circunstancias mejoraron y consiguió juntar dinero, regresó a España para encontrarse con que la beca que tenía (unos 1.500 euros para la matrícula y otro tanto para gastos) se había convertido en una deuda de 3.500 intereses por haber dejado los estudios a mitad de curso.
Sí, le dejaron 3.000 euros y tenía que devolver 3.500 porque las becas también generan intereses. Incluso a un estudiante de Ingeniería Mecánica, con una media previa de 8,93 y que saca matrículas de honor de vez en cuando. “Mi meta es poder agradecerle a mi madre todo lo que ha hecho por mí”, cuenta Trujillo.
“Prácticamente ella sola nos ha sacado adelante a mi hermana y a mí”. Su salario de limpiadora da para lo que da. Trujillo echa una mano en casa de vez en cuando dando clases a niños o atendiendo a personas mayores. Este estudiante sueña con “poder devolver a la sociedad la oportunidad que me ha dado de formarme aquí y en un futuro ayudar a una persona que esté en una situación similar a mi caso”.
De tasas y becas
El debate que surge es doble. Por un lado está el precio de las tasas universitarias. El encarecimiento de los últimos años, desde que el PP permitió a las comunidades autónomas subir el precio del crédito hasta cubrir un 25% de su coste real –pese a que ninguna universidad sepa cuál es el coste real de un crédito–, España es el noveno país europeo (de 37) donde más caro resulta cursar un grado y el octavo para los másters, según datos de la Comisión Europea facilitados por CCOO. En muchos países, la universidad es directamente gratis, como Alemania, Austria Noruega o Finlandia.
Por otro están las becas en su doble vertiente: cuántos las reciben y cuánto reciben. Cada vez hay más becarios, probablemente como consecuencia de la crisis y de la caída de las rentas: cada vez más familias cualifican para pedir una. El número de beneficiarios ha pasado de 300.000 a 324.000 en los últimos cuatro años.
Pero los números también dicen que cada vez la cuantía es más pequeña. Al mismo tiempo aumentaban los becarios, caía la cantidad que recibían. De 2.500 euros se ha pasado a 2.166 de media (siempre hablando de universitarios).
Tengo beca, pierdo beca
Nerea Cruz, murciana, otra de las futuras becadas por LFI, no es una de ellas. Pese a su 7,5 de media, pese a que su padre, en paro, no les pasa la pensión debida, pese a que su madre es limpiadora “y trabaja mucho para pagar la universidad”, no le corresponde. ¿Por qué? “Porque no me presenté a algún examen y me la quitaron. Sí que tuve en 1º”, admite.
Aunque su madre no quiere que trabaje para que se centre en los estudios, Cruz echa unas horas los fines de semana para echar un mano. Aún así no le da para pagarse el curso entero y va avanzando al ritmo que puede. Estudiante de tercero de Derecho, fue seleccionada por LFI por su carta de motivación, en la que narraba episodios de bullying en su infancia y su deseo de colaborar en una sociedad más justa. Aspira a ser fiscal.
Ilda Mar Martín es otra de las beneficiarias de esta iniciativa. Como Nerea, también perdió la beca que tenía durante un año, aunque en su caso por cuestiones burocráticas relacionadas con el banco y la ha vuelto a recuperar. Martín observa que, con ella, son cuatro (de nueve) los becados de León. “Será porque Castilla y León es la tercera comunidad con las tasas más altas”, después de Cataluña y Madrid, aventura.
Natural de Astorga, los 1.400 euros anuales que le cuesta la matrícula en la Universidad de León supone un reto para su familia. Su padre, panadero a media jornada, no puede con todos los gastos, aunque tienen un colchón familiar que le permite estudiar. Como sus otros dos compañeros de beca de LFI, también trabaja algún fin de semana o en verano en lo que surge. Pero matiza que no es exclusivamente para pagarse los estudios. “Puedo estudiar gracias a los ahorros de mis padres”, recalca. Y, cuando hay beca, gracias a ella también.