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Un asesinato machista cada tres días: la pérdida de control de los maltratadores dispara los casos tras el estado de alarma

Manifestación feminista en Barcelona tras los últimos asesinatos machistas en España.

Marta Borraz

16 de junio de 2021 22:43 h

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El pasado 9 de mayo España salía del estado de alarma tras meses de restricciones para controlar la pandemia y se hicieron virales las imágenes de grupos celebrando la última noche con toque de queda y fronteras cerradas. Ese mismo día una mujer de 60 años moría asesinada en Sagunt (Valencia) a manos de su pareja, de la que tenía una orden de protección. María Soledad se convirtió en la novena víctima mortal por violencia machista en lo que va de año e inauguró una lista acelerada que las últimas semanas ha supuesto un repunte de los asesinatos: uno cada tres días; más de la mitad de los casos desde el 1 de enero de 2021 se han producido en este último mes y medio. La muerte de una mujer de 81 años asesinada por su marido en Madrid este martes ha elevado la estadística a doce mujeres y un niño. A todo esto hay que sumar los casos de Ana y Olivia, las dos hermanas de Tenerife.

La cifra de asesinatos machistas a estas alturas no es muy diferente al habitual de años anteriores, incluso en varios casos es más baja, pero si 2020 cerró con el menor número de crímenes de la serie histórica, lo que llama la atención ahora es que la elevada cantidad producida en un espacio tan corto de tiempo. Esta es precisamente una de las claves que resaltan las expertas: durante el año pasado las restricciones y la crisis sanitaria y económica derivada de la COVID-19 facilitaron la dominación de los agresores, por lo que no necesitaron violencia física grave para controlar a las víctimas, su objetivo último. Sin embargo, el decaimiento del estado de alarma y el fin de las limitaciones supuso un cambio de dinámica.

Tantos asesinatos en un mes y medio no es habitual, pero que se acumule una cadena de casos en un tiempo determinado de casos no es un fenómeno nuevo. “Ocurre con cierta periodicidad”, explicaba el exdelegado del Gobierno contra la Violencia de Género Miguel Lorente en esta entrevista. Y la primera causa que hay detrás es el machismo, insiste en conversación con elDiario.es: “Estamos ante un problema estructural potenciado y elevado por el negacionismo. El asesino de género es un criminal moral, piensa que está haciendo lo que tiene que hacer”, dice el también médico forense en referencia a la defensa que hacen los agresores de un modelo, el de la dominación y el control sobre la mujer, que forma parte de “la normalidad” social.

Sobre esta base fluctúan otros factores, que “pueden ser individuales o contextuales”, esgrime Lorente. No es una ciencia matemática y las variables que influyen en esta realidad nunca con monocausales, pero las expertas coinciden en que en este sentido las dinámicas impuestas por la pandemia han sido determinantes. Y eso sí es algo nuevo respecto a otros años. Lo explica Carla Vall i Duran, criminóloga y abogada penalista especializada en violencia machista que define el momento actual como “escenario de máxima gravedad”: “Lo que hemos ido viendo desde el inicio es un fenómeno asociado a la modificación de las restricciones, el estado de alarma y las fluctuaciones de acceso a las libertades, que han condicionado a las mujeres y a los agresores”.

La acumulación del riesgo

Con el fin de las limitaciones, señalan las expertas, hay mayores posibilidades de que las mujeres víctimas tomen la decisión de salir de las relaciones violentas. La sensación de que el final de la pandemia está cerca, junto a perspectivas económicas más positivas han impulsado “la percepción de que pueden salir, de que hay una manera de vivir al margen de la situación. A todo el mundo le llamaron mucho la atención las fiestas y botellones de la noche en la que decayó el estado de alarma, pero esa percepción de posibilidades también la tenían ellas”, ilustra Lorente. Precisamente ese momento, en el que la mujer rompe la pareja o advierte que lo hará, es considerado “de muy alto riesgo” de agresiones graves o asesinatos, porque el agresor suele sentir que pierde el control sobre la víctima.

La pandemia ha sido este año cómplice del dominio de los maltratadores. “El agresor, aplicando menos violencia física, tenía una mayor capacidad de control de la víctima; el propio contexto ya conseguía ese objetivo”, añade Vall i Durán. Y es algo que se observa en el recorrido de los feminicidios en 2020. El año cerró con el menor número de mujeres asesinadas desde que en 2003 empezó el conteo oficial. Entre abril, dos semanas después de declararse el estado de alarma, y julio ocho mujeres murieron a manos de sus parejas o exparejas, mientras que la media de los cinco años anteriores fue de 18. Con la desescalada y el verano, la tendencia cambió y en agosto hubo ocho víctimas mortales, cuando la media de los últimos cinco años había sido de 4,8. Es el mismo fenómeno, una “acumulación de tensión o de riesgo” que luego estalla, coinciden las expertas, que estaría ocurriendo ahora.

Lo mismo opina Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que esta semana ha analizado la situación. Según Carmona, la acumulación de asesinatos en las últimas semanas “pone de manifiesto que la violencia machista ha estado larvada durante la crisis sanitaria” y que la vuelta a una cierta normalidad, a los “hábitos previos a la pandemia” la situación ha cambiado: “Ha desaparecido ese férreo control y la consecuencia es la que estamos presenciando”. No significa eso, sin embargo, que durante los peores momentos de la pandemia desapareciera o mermara la violencia. “Ha habido violencias más sutiles, más psicológicas y sexuales”, dice Vall i Durán. De hecho, es algo que demuestran las llamadas al 016: solo entre marzo a mayo, las atenciones escalaron un 41% respecto al mismo periodo del año anterior.

Más allá de la denuncia

La confirmación como crimen machista del asesinato de la joven de 17 años Rocío Caíz en Sevilla y el hallazgo del cuerpo sin vida de Olivia en Tenerife fueron la gota que colmó el vaso el pasado viernes. Miles de mujeres salieron a las calles contra la violencia machista para mostrar su indignación y pedir un mayor esfuerzo social, político e institucional. El Ministerio de Igualdad anunció el pasado 21 de mayo un plan para revisar los protocolos y herramientas vigentes para evaluar “donde se están produciendo los fallos”, ha vuelto a detallar este martes el departamento dirigido por Irene Montero tras una reunión conjunta con el Ministerio del Interior, pero de momento no se ha concretado en una propuesta específica.

El reto sigue estando en proteger a las mujeres independientemente de que denuncien o no. De hecho, la mayoría no lo hacen. Del total de asesinadas este año habían interpuesto denuncia un 21%. Ambos departamentos “han analizado conjuntamente vías de refuerzo de los protocolos” e Interior está ultimando una herramienta para utilizar los testimonios del entorno de la víctima “para generar mecanismos policiales de protección y ayuda” aunque decida no denunciar.

Vall i Durán cree indispensable “tener mayor recursos para dotar de mayor celeridad a los casos” y “ser proactivos desde los diferentes servicios”. Reconoce que “es más difícil”, pero “debemos poder identificar el riesgo e intervenir desde otros estamentos” más allá del policial y judicial. Lo mismo opina Lorente, que además de reclamar una mejora de la detección e investigación de la violencia psicológica por parte de los operadores jurídicos, insiste en la necesidad de “una respuesta más amplia a nivel social y asistencial”. Es “clave”, dice, “facilitar los mecanismos de detección, por ejemplo a través de las consultas médicas. No todas las víctimas denuncian pero el 100% va al médico”.

A María Soledad, asesinada el mismo día que decayó el estado de alarma, le siguieron seis crímenes mortales en dos semanas: Warda Ouchene y su hijo de siete años en Baleares, Betty y Lucía Dotto en Catalunya, María Teresa en Laviana (Asturias), Katia en Zaragoza y Nicoleta en Guadalajara. Nada más empezar junio, el marido de Alla Bukanocova la asesinaba en la vivienda que compartían en Girona y lo mismo hizo la pareja de Katerine en Pozuelo de Alarcón (Madrid). Unos días después el exnovio de Rocío Caíz Pozo, de 17 años y madre de un niño de cuatro meses, desaparecida desde el 2 de junio, confesaba haberla matado. Esta semana el Gobierno ha confirmado el asesinato como un crimen machista de Alicia Rodríguez, en Jaén. Y aún con la investigación abierta se encuentra el asesinato este martes de la mujer de 81 años en Madrid y el de las hermanas Olivia y Ana, cuyo cuerpo y el de su padre, Tomás Gimeno, siguen buscando.

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