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Japón lidera el boicot a crear un santuario de ballenas en el Atlántico Sur

Caza de ballenas en las Islas Feroe.

Raúl Rejón

Los 88 países de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) deciden desde este 20 de octubre si el Atlántico Sur se convierte en un santuario para los cetáceos: 20 millones de km (como Rusia y la India juntos) que protegerían a 51 especies.

Esta parte del océano –entre el ecuador y el paralelo -40– ha sido el cazadero más grande de la historia. La pesca de ballenas ha supuesto probablemente la mayor cacería que ha ejecutado la humanidad: tres millones de presas en un siglo, hasta 1999, de las que el 70% se abatieron en esas latitudes, según los datos de la comisión.

Aunque la pesca comercial está mayoritariamente suspendida desde 1986, miles de ballenas y delfines mueren cada año por acción humana directa: caza denominada científica, capturas de los países que no respetan la moratoria comercial, choques con el tráfico marino, lesiones con las artes de pesca industrial… El documento de propuesta sometido a votación, presentado por Brasil, detalla cómo se “reducirían a cero las capturas deliberadas, y se reduciría la mortalidad debida a las artes de pesca y las colisiones”.

Declarar estas aguas zona segura exige conseguir un 75% de los votos presentes en la convención. Pero con un mecanismo sui generis en el que cada voto negativo resta tres votos afirmativos. En el anterior intento por convertir el Atlántico Sur en santuario, con el 68% de apoyo, no hubo declaración.

“Es un momento histórico y muy importante”, explica Celia Ojeda, responsable de Océanos y Pesca de Greenpeace. Para esta bióloga marina, la importancia radica en que “el hemisferio sur es donde muchas especies van a alimentarse y reproducirse” antes de sus kilométricas migraciones. La reserva les daría un respiro.

Si el plan está impulsado por Brasil y copatrocinado por Argentina, Gabón, Suráfrica y Uruguay, la oposición tiene a Japón como punta de lanza. El país nipón es uno de los que más ejemplares caza cada año: 520 ballenas en 2015, bajo el epígrafe de captura científica. En este grupo también se encuentran estados que no respetan la moratoria comercial como Noruega (que cazó 660 rorcuales el año pasado) o Islandia (que capturó 189 la mayoría en su llamado Fiordo de las Ballenas). Entre 2014 y 2015, la caza de ballenas subió un 18% entre todas las modalidades, según el informe bianual de la CBI.

Celia Ojeda cuenta que la presión para que no exista santuario se basa en convencer a “pequeños países que tienen poco o ningún interés ballenero”. Ilustra ese juego la última votación sobre este santuario llevada a cabo en 2014 en la que estados como Granada, Gabón, Eritrea, Kiribati, Laos, Mongolia, San Kitts & Nevis, Tanzania, Camerún o Antigua se opusieron a que el Atlántico Sur fuera refugio. “Los intereses comerciales son muy fuertes”, concluye Ojeda.

El mar no es solo de los buques

Actualmente existen dos santuarios de ballenas: uno poco conocido en el Índico Sur y otro, mucho más célebre en el Antártico. El proyecto que se vota en Portoroz (Eslovenia), crearía una zona de seguridad o protección más allá de la mera prohibición de la caza.

De hecho, el informe técnico justificativo de la propuesta remitido a la convención especifica que el mayor peligro para los grupos de cetáceos son los accidentes de pesca: “Actualmente, las capturas accidentales (fruto de la actividad de las flotas que persiguen otras especies) son la causa potencial más significativa de muerte inducida por los humanos” y añade: “Se sabe que ocurre con pesqueros en el Atlántico Sur”.

Además, acotar esta área debería atenuar otro de los motivos principales de mortandad de cetáceos: los choques con buques en el mar. Los barcos son cada vez “más grandes y precisan canales más amplios y profundos”, señala el mismo informe.

La cuestión es que la recuperación de algunas variedades de ballenas y el incremento del tráfico marino ha creado “una competencia por las aguas costeras según crece el número de buques cada vez más grandes y veloces que tocan puerto en los países de la zona”. Los registros de choques han ido aumentando tanto en Brasil como en Argentina y Uruguay, así como la llegada a las playas de ejemplares severamente heridos por golpes o cortes con las hélices.   

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