La sexta ola ha sido un batacazo. Estas no son unas navidades normales como era la esperanza tras el éxito de la campaña de vacunación y llevar la circulación del virus de la COVID al nivel más bajo muchos meses. Aunque los científicos y los sanitarios no han dejado de repetir que la pandemia no había terminado, la vacuna había supuesto, también, una dosis alta de optimismo. Pero llegó noviembre y con ómicron, una nueva variante a las puertas de la Navidad que, según está demostrando, es mucho más contagiosa que la anterior. Ómicron es una muestra de que la pandemia de COVID-19, aunque con características diferentes, continúa.
Renunciar a las cenas de empresa, a los reencuentros con amigos, revender los billetes con los que te ibas a ir a casa e incluso no acudir a cenas en familia ha podido provocar mucha frustración, sobre todo, después de venir de un tiempo de calma. Sin ir más lejos, la incidencia acumulada llegó a estar en 41 casos a mediados de octubre. Ahora mismo supera los 900 casos, algo muy lejano hace solo un par de meses.
Elvira ha vivido una semana “un poco rara”. A pocos días de Nochebuena, cita que iba a pasar con su madre en Madrid, una compañera de trabajo les comunicó que tenía coronavirus. “Yo entré en pánico porque estás a muy pocos días de Nochebuena y se monta el cirio”, explica algo resignada y sin saber qué hacer. Elvira se puso a contar días en el calendario, a hacer cálculos por si podía haberse librado del contagio. “Mi Nochebuena ha sido un petit comité: mi madre y yo. Y nos tenemos yo a ella y ella a mí, por así decirlo. Aunque pueda sonar un poco dramático. Si te encuentras cada una cenando en tu casa es un poco triste”.
La avalancha de casos ha colapsado de nuevo los servicios sanitarios de atención primaria y ha empujado a muchos ciudadanos a tener que autodiagnosticarse en casa con tests de farmacia. El desasosiego ha aumentado todavía más al ver que las pruebas de antígenos se iban agotando con poco margen antes de celebrar la Navidad y la Nochevieja. Esta frustración es comprensible, explican los expertos, que recomiendan vivir el día a día y seguir tomando medidas sanitarias.
“Estamos todos con la pila casi agotada”, reconoce el psicólogo clínico de Center Psicología Clínica, Manuel Oliva, tras dos años de pandemia. “Después de la vacunación se había producido un cierto estado de euforia, de que ya habíamos vencido al virus. Quizá en muchos casos hemos ido descuidando medidas de seguridad”, comenta Oliva. “También es verdad que desde las instituciones se ha transmitido una mayor calma y eso ha relajado a la población”, valora el especialista.
Después de “esa euforia”, continua el experto, “empezamos a ver que hay una nueva variante y que se generan contagios en personas que están vacunadas” y termina por aparecer una sensación de incertidumbre, hartazgo y descontrol, enumera el psicólogo. Aunque la alta incidencia no se ha traducido en una escalada similar en casos graves, el gran número de contagios impacta primero en la atención primaria y luego se traslada a los hospitales. Las cifras de ingresos suben y eso añade otro revés como el que describía el clínico.
Celia Ruiz trabaja en Bruselas desde septiembre de 2019 y la peor parte de la pandemia (confinamiento y cierres aéreos) le pilló allí. De aquellos días recuerda muy bien la parte positiva, nada más llegar hizo un grupo de amigos y entre ellos se sostuvieron hasta la llegada del verano. Pero también rememora la peor parte, la de sentirse aislada sin poder regresar a España para ver a su familia. Con esta sexta ola le viene a la mente todo lo vivido y, aunque ha podido volver unos días a su pueblo, Villanueva de los Infantes en Ciudad Real, siente cómo “las sucesivas olas están minado el ánimo, como si esto no fuera a acabar nunca”.
“Yo vivo sola y al final el aislamiento y la responsabilidad de reducir contactos te afecta. Lo que más ansiedad me genera es verme de nuevo 'atrapada' en Bruselas y pensar que si pasa algo en España no tengo manera de venir”, reconoce. “Se que ese escenario es casi imposible”. Esta joven relata que ha vivido dos veces la bofetada de aumento de contagios en las últimas semanas: “Estoy viviendo dos veces el mismo escenario porque la explosión de contactos que estamos viendo ahora en España yo ya la he vivido en Bruselas”.
Salvando las distancias, la profesora de Sociología de la UCM, Celia Díaz, cree que esta situación podría tener trazas parecidas a lo que se produjo durante la Gran Recesión de 2008. “Se hablaba todo el rato de la crisis y también había mensajes de algunas instituciones buscando soluciones individuales a un problema social mundial”, compara. “Me recuerda un poco, aunque con muchísimas salvedades”.
¿Se ha transmitido una sensación de calma o de victoria que no era real? ¿Debíamos estar mentalizados para esto? Algunos apuntan directamente a los medios y a los políticos; otros recuerdan que la Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha dejado de repetir que aún quedaba camino por delante. En todo caso, los epidemiólogos alertan de que aún debe pasar tiempo para dar por concluida la pandemia. Es momento de estudio, de recolección de datos y de seguir acumulando inmunidad.
Para el epidemiólogo Mario Fontán uno de los problemas parte de un error de comunicación, “tanto de gobiernos como de personas expertas” y que se haya dado a entender que “la vacunación iba a resolver la pandemia de una manera rápida”. “Creo que esto se puede haber comunicado mal, porque, por ejemplo, los gobiernos ponían mucho énfasis en llegar al 70% de vacunación, cuando muchos decíamos que esto no tenía sentido”, comenta. Sí que tiene sentido, considera, “establecer ciertos horizontes”, pero no hablar de “la inmunidad de grupo como si de un día para otro cambiara la situación radicalmente”.
"Después de la vacunación se había producido un cierto estado de euforia, de que habíamos vencido al virus. Quizá en muchos casos hemos descuidado medidas de seguridad
“Creo que la gente pensaba que estas vacunas iban a funcionar como las vacunas que conocemos para otras enfermedades cuando su situación es radicalmente distinta”, apunta Fontán. “La varicela o el sarampión son enfermedades que circulan a niveles epidemiológicos muy diferentes y que por lo tanto esas vacunas pueden funcionar mejor en ese escenario que en uno de pandemia”. La vacuna es una de las mejores herramientas, recuerda el científico, pero no la única. “Todos estos matices no los hemos comunicado bien y pueden llevar a esa sensación de desánimo”.
Díaz piensa algo similar. La socióloga también cree que parte del problema con el que se encuentra ahora la gente que pasará estos días lejos de su familia “viene de esas euforias”. “De verdad creo que todas las instituciones deberían contenerlas, de la misma manera que sí que han sido contenidas por parte de los científicos y del personal sanitario”.
“Estamos en un momento cambiante y teníamos un optimismo porque en nuestro Estado las vacunas han sido un éxito, pero no podemos olvidar que esto es una pandemia. Hasta que no tengamos soluciones mundiales hay que contener esta euforia”, zanja la profesora.
“Ese optimismo mundial era muy privilegiado”
“Esta variante nos ha enseñado que ese optimismo mundial era muy privilegiado y que tenemos que salir todos los países al mismo ritmo de esta situación si queremos que el escenario cambie”, recita como un mantra Fontán. Esta idea es la que más repiten todos los especialistas en la materia. Mientras que las dosis no lleguen a todas las partes del mundo, a todos los países, las variantes seguirán apareciendo.
“He ido pasando etapas. Hace dos meses, a mí me dieron un papel de que la cosa estaba tan bien, porque en Teruel había dos o tres hospitalizaciones por COVID, diciendo que las medidas se habían relajado y a las que acabásemos de parir nos dejaban tener hasta dos personas en la habitación y me puse súper contenta”, cuenta Raquel que dio a luz el día del sorteo de la lotería de Navidad. Sin embargo, todo cambió con el gran aumento de casos y, pocos días antes del parto, Aragón hizo obligatorio el pasaporte COVID para hacer visitas en hospitales y ni su marido ni su madre lo tenían hecho. “Me empecé a agobiar un montón cuando las hospitalizaciones subieron. Pero lo peor fue que el viernes Lambán impuso pasaporte COVID para venir a hacer visitas en hospitales. Como hasta ese momento el pasaporte solo hacía falta para salir de fiesta o asistir a grandes eventos, no lo teníamos nadie. Entró en vigor un viernes. En mi casa fue una locura”, relata todavía desde el hospital y se pregunta qué habría pasado si se hubiera puesto de parto el sábado sin que ninguno de sus acompañantes hubiera logrado concluir el trámite.
Sin embargo, esta situación no es la de hace un año y en nada se parece a la de marzo de 2020. Se ha acumulado aprendizaje, inmunidad y se sabe qué medidas funcionan. Fontán cree que es momento de volver al teletrabajo y de poner en marcha “circuitos ajenos al sistema sanitario” que permitan al ciudadano hacerse un test o solicitar una baja sin colapsar al sistema de salud.
“No analizar España como un todo, transmitir los matices de las vacunas y que eventualmente la situación cambiará a mejor, pero eso no quiere decir que hayamos salido ya. Hay que acumular vacunación e inmunidad natural”, explica sobre lo que deparará 2022.
Tampoco hay que olvidar que la pandemia no seguirá ascendiendo de manera infinita. En algún momento se frenará y será momento de analizar cómo ha respondido la vacuna y de plantear futuros escenarios. Mientras tanto: “Lo importante es que nos adaptemos a la situación actual. A día de hoy se están produciendo contagios por esta nueva variante. ¿Qué podemos hacer en este momento? Tomar medidas, seguir las pautas de vacunación y tratar de vivir lo mejor que podamos dentro de las posibles restricciones”, recomienda Oliva. “Esto nos aumenta un poco la sensación de cierto control y nos reduce la incertidumbre”.