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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La historia del batallón Lincoln sobre el que conversaron Pablo Iglesias y Barack Obama

“En toda sociedad y en todo momento histórico un reducido círculo de hombres y mujeres sabe cómo actuar. Dentro de ese grupo hay un círculo todavía más pequeño que sabe cuándo actuar. Y entre ellos hay un número aún más reducido que sabe por qué actúan. Los hombres y las mujeres de la Brigada Lincoln sabían cómo, cuándo y por qué actuar”. Es la historia que le regaló Pablo Iglesias a Obama en su visita a Madrid y en forma de libro.

La descripción de los que combatieron en nuestro país contra la sublevación franquista es de Anthony L. Geist, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Washington. Su compatriota, el historiador y profesor de la Universidad de Stanford, Peter N. Carroll, va un paso más allá: “Fue un hecho sin precedentes en la historia militar de los Estados Unidos. Era un pequeño ejército basado en principios e ideología. No había mercenarios ni soldados de fortuna…Los voluntarios no ganaban nada por su sacrificio, salvo el orgullo y la satisfacción de saber que habían intentado detener la expansión del fascismo”. El origen de lo que meses más tarde serían los batallones Abraham Lincoln y George Washington se remonta a comienzos del mes de noviembre de 1936.

En un sótano del bajo Manhattan (Nueva York), tres destacados miembros de organizaciones comunistas asentadas en la ciudad comentan las instrucciones llegadas desde Moscú. El Komintern instaba al pueblo estadounidense a sumarse a la movilización internacional para defender la República española de la rebelión militar apoyada por la Alemania nazi y la Italia fascista.

Unos días antes ya habían llegado a la península los primeros voluntarios europeos para unirse a un Ejército Popular que los líderes republicanos habían logrado organizar para sustituir a las combativas pero desorganizadas y poco preparadas milicias. La lejanía geográfica y la propia situación política interna había provocado que los camaradas estadounidenses atendieran con retraso al llamamiento de Moscú. Sin embargo, el reclutamiento comenzó inmediatamente y los primeros yanquis pisarían territorio español en enero de 1937.

Jóvenes maduros, inconformistas y urbanos

Owen Appleton fue uno de los primeros en alistarse. Graduado con honores por la Universidad de Harvard llegaría a ser secretario del Batallón Lincoln y acabó muriendo en una trinchera del frente del Ebro. El perfil de Owen se corresponde con el de buena parte de los compañeros con los que combatiría en España. Entre ellos había marineros, desempleados y obreros industriales, pero un importante porcentaje estaba formado por profesores, estudiantes, artistas e intelectuales.

Incluso los hijos del alcalde de Los Ángeles, que también moriría en suelo español, y del gobernador de Ohio decidieron dejar atrás la comodidad y seguridad de sus hogares para participar en la que consideraban, con acierto, la primera gran batalla contra el fascismo internacional. Unas 60 mujeres se sumarían durante los años de la guerra al contingente norteamericano.

No se trataba, por tanto, de jóvenes impulsivos. De hecho, la media de edad rozaba los 27 años, sino de personas formadas y comprometidas ideológicamente con la arriesgada empresa que iban a acometer. Comunistas (en mayor porcentaje) socialistas, progresistas… los historiadores coinciden en que más que una ideología concreta, lo que empujó a cerca de 2.800 estadounidenses a cruzar el Atlántico para combatir en España fue un espíritu de solidaridad internacional y un profundo sentimiento antifascista.

Uno de cada tres voluntarios era judío que ya veía en el triángulo Hitler-Franco- Mussolini una clara amenaza para la supervivencia de su pueblo. La miseria provocada por la Gran Depresión incrementó, además, la conciencia de clase de estos jóvenes que veían como crecía en su país, día a día, la desigualdad social, al tiempo que se mantenía una brutal discriminación racial contra las minorías.

Tom Page fue uno de los 85 afroamericanos que formaban parte del contingente de voluntarios estadounidenses: “Fue la primera vez en mi vida que me sentí tratado con dignidad, como un ser humano y por eso lamenté siempre haber dejado aquel país”, afirmaba al recordar su dura experiencia en España. “Durante el tiempo que estuve en España nadie miró mi color de piel. Cuando regresé a EE.UU pensé que las cosas habrían cambiado. No fue así” añadía Salaria Kea, la única mujer negra que formó parte de la Brigada Lincoln.

Gloria, sangre y derrota

Los primeros voluntarios estadounidenses llegaron a España en enero de 1937 y se integraron en la XV Brigada Internacional. Posteriormente, otros norteamericanos se integrarían en diversos cuerpos del Ejército Popular republicano. Es por esta razón por la que los supervivientes y sus descendientes utilizarían, y siguen utilizando hoy en día, el término “Brigada Lincoln” para referirse al conjunto de los estadounidenses que sirvieron en diversas unidades durante la Guerra de España.

Tras un demasiado corto periodo de entrenamiento en Tarazona de la Mancha (Albacete) y Villanueva de la Jara (Cuenca) los batallones Lincoln y Washington tuvieron un sangriento bautismo de fuego en la batalla del Jarama. Se calcula que entre el 6 y el 27 de febrero perdieron a 400 hombres, la mitad del total de bajas que sufrirían durante toda la guerra. Sin apenas tiempo para restablecerse, los voluntarios combatieron en Boadilla del Monte, Villanueva de la Cañada y Brunete donde cayó Oliver Law, el primer afroamericano en la historia de los Estados Unidos que comandó una unidad militar. Bajas como la de Law provocaron que los dos batallones se fusionaran, a la vez que se creaba otro, el Mackenzie-Papineau en el que se integrarían nuevos voluntarios recién llegados desde Nueva York.

El recorrido bélico de los estadounidenses continuó por las batallas más sangrientas y decisivas: Belchite, Teruel y, finalmente, el Ebro donde el batallón Lincoln acabó de labrarse un prestigio glorioso por su forma de resistir ante la ya evidente superioridad del Ejército franquista.

El 22 de septiembre de 1938 los internacionales de la XV Brigada recibieron la orden de retirada. La República había adoptado esta sorprendente medida con la ilusoria esperanza de que arrastrara a Hitler y a Mussolini a tomar idéntica decisión. A finales de octubre los brigadistas desfilaban por Barcelona donde les despedía una multitud encabezada por Dolores Ibárruri, La Pasionaria: “No os olvidaremos; y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República española, ¡volved!...”

Héroes y villanos

Una parte importante de los 2.000 supervivientes combatió en la II Guerra Mundial. Sus superiores se debatían entre la admiración por quienes tenían en sus espaldas una impagable experiencia en el combate y la desconfianza por los ideales que les habían llevado a pelear en España. Sus expedientes fueron marcados con las iniciales P.A. (premature antifascist), un estigma que les pondría en el punto de mira, años después, pero del que los miembros de la Lincoln se sentirían orgullosos hasta el final de los días.

Tras la caída de Hitler, los veteranos de la Brigada tuvieron que hacer frente a una nueva amenaza. Los años del macartismo y de la llamada caza de brujas les convirtió en sospechosos en una época en que el Estado creía ver conspiradores comunistas detrás de cualquier cortina. Resignados a no recibir reconocimientos oficiales, en los años 70 crearon el ALBA (Archivos de la Brigada Abraham Lincoln) para preservar y difundir su memoria. Igualmente, el único monumento que les recuerda en su patria, ubicado en San Francisco, fue financiado por ellos mismos.

Quizás el reconocimiento final les llegue muy pronto, ahora que todos los supervivientes han fallecido, y de la forma más inesperada. David Simon, creador de la célebre serie de televisión “The Wire”, afirmó recientemente que “sueña con realizar una serie sobre la Brigada Lincoln”.