Bolsas, envoltorios y redes de pesca: los plásticos más mortales del menú de basura vertido al mar

Raúl Rejón

20 de diciembre de 2020 22:16 h

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El plástico que se acumula en el mar se está convirtiendo en una dieta letal de basura para la vida marina. Ahora se ha constatado qué desechos son los más mortales para los animales que se los comen en los océanos: las bolsas, los envoltorios y los restos de redes de pesca. “Son desproporcionadamente responsables de la muerte de fauna” como acaba de describirlos la Agencia Australiana de Investigación Científica (CSIRO).

La simple bolsa de súper o el envoltorio de las hamburguesas pueden convertirse en una bola mortal de plástico en el estómago de una ballena franca, un delfín mular o una tortuga de carey. De hecho, cada vez ocurre más: 1.400 especies de animales ingieren basura marina. Más allá de la acumulación en su organismo de sustancias tóxicas, comerse pedazos de plástico se ha vuelto común y letal. Más de 80 especies de mamíferos, todos los tipos de tortugas marinas y la mitad de todas las variedades de aves marinas comen plástico, recuerda la CSIRO, que admite que “la basura marina mata la fauna. Está ya reconocida como una importante y creciente amenaza para la fauna”, resalta.

No todos los objetos son igual de letales

La revisión científica muestra cuáles son los objetos que más muertes causan: bolsas de plástico, paquetería, que “están entre los diez objetos más habitualmente encontrados en las costas y en los cursos hacia el mar”, las redes de pesca y los guantes de látex encabezan la lista de este menú tóxicos.

Los cetáceos, como las ballenas y los delfines, y las tortugas padecen más la ingesta de plástico blando mientras las aves picotean pedazos más duros. Las focas y leones marinos son víctimas de comerse las líneas de pesca que quedan abandonadas en las aguas, a veces, todavía armadas con anzuelos perdidos que van directos a sus estómagos.

Estos animales se comen la basura tanto por confundirla con alimento como por accidente cuando sí se llevan alimento de verdad a la boca. “Entender qué objetos producen más muertes permite priorizar las acciones para reducir ese tipo de desechos y con ellos la mortalidad de la fauna afectada”, reflexionan los autores.

Los investigadores han comprobado que, al ingerir plástico blando y flexible como el de las bolsas o la paquetería, se terminan por producir “obstrucciones intestinales fatales”. Los cachalotes son el tipo de ballena más vulnerable. Han podido encontrar un espécimen con 135 objeto de plástico en su estómago, la mayoría simples y mundanas bolsas de plástico que han viajado hasta alta mar para ser devoradas por algún pariente de Moby Dick. Las tortugas tienen problemas similares: se comen el plástico que les bloquea el aparato digestivo.

Además de obstruirles por dentro, tanto las ballenas como los delfines y las tortugas ven perjudicada su flotabilidad al comer basura. Distorsionada esta capacidad acuática, se convierten en más vulnerables a colisiones con embarcaciones.

Las aves parece que tienen mayor predilección por los pedazos de menor tamaño y duros, ya que “son comunes en especímenes sanos atrapados en redes de pesca activas”, aunque no tengan en ese momento efectos sobre su salud. Aunque un solo trozo no sería suficiente, comer habitualmente trozos plásticos pequeños es la principal causa de muerte por ingesta dañina. El problema es la acumulación. Y la oferta de basura no es escasa.

El tamaño sí que importa

Los microplásticos, trozos menores a 5 milímetros, infestan todos los océanos. Y sus consecuencias se acumulan a lo largo de años. Especialmente en peces o crustáceos, que los confunden con alimento. Pero este trabajo sobre megafauna ha evidenciado que el tamaño de los objetos que flotan por el mar sí que importa. Al menos en cuanto a estas especies se refiere. “Los objetos que causan muerte suelen ser grandes y sólidos” más que pequeños fragmentos. Eso, si esos pequeños trozos no se aglomeran hasta alcanzar mayor volumen.

El plástico blando como el de las bolsas se convierte en más letal cuando se combina con otros objetos más duros y forman esos tapones en los tubos digestivos de los animales. Estos materiales suelen encontrase flotando en la columna de agua donde las especies van a alimentarse, así que están en el peor sitio y en el peor momento para hacer daño: las áreas de alimentación a la hora de comer.

“Debido a las bajas tasas de reciclaje, millones de toneladas de desperdicio plástico se generan cada año”, explican los investigadores. En España se recicla alrededor del 36% de los residuos urbanos. “Controlarlas en su origen es la fórmula menos cara y con más probabilidad de éxito para mitigarlo”, concluyen estos científicos. Reducir su abundancia en el medio ambiente reducirá directamente la mortalidad: “Los responsables deben focalizarse en esa reducción mediante la regulación, la prohibición y la sustitución de estos objetos por otros”.

El mar se lo traga todo

Pero siempre hay cierto choque a la hora de poner en marcha estas políticas. Además de que su activación exige sus plazos. En España, el Gobierno aprobó el anteproyecto de ley para introducir un impuesto en los envases de un solo uso no retornables el 2 de junio pasado. Prevé cargar con 0,45 euros cada kilo de plástico. Responde a la estrategia de economía circular que llega desde la Unión Europea. Su tramitación se prolongará casi todo 2021, según ha reconocido en otoño el secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán.

A eso se le añade que la pandemia de COVID-19 ha dado un nuevo aire al sector de plástico que ha podido presentar su producto como una garantía sanitaria ante el riesgo de contaminación por el nuevo coronavirus. La plataforma EsPlástico destacó durante la primera ola de la enfermedad el trabajo de sus empresas para dotar de material a sectores considerados esenciales. La patronal de fabricantes incluso afirmó que disponer de alimentos frescos recubiertos de filme plástico ofrecía seguridad.

“El riesgo es que haya más mascarillas que medusas”, alertaban varias organizaciones ambientalistas el junio pasado ante el incremento del uso de cubiertas faciales y guantes de látex y el peligro de que acabaran en las aguas marinas. Una mascarilla común puede perdurar entre 300 y 400 años en el entorno natural antes de degradarse, según calcula el Ministerio de Transición Ecológica.

“Luego se justifica que el mar se lo traga todo”, se quejaba un tripulante del buque insignia de la organización Greenpeace, el Rainbow Warrior, durante una campaña de detección de basura plástica en el corredor de cetáceos del Mediterráneo español en junio de 2017. Se lo traga, pero se atraganta hasta la muerte.