Una oleada de nueva política entre negacionista y antiecológica cruza América de norte a sur. Al presidente de EEUU, Donald Trump, se le añade el favorito para ganar las elecciones en Brasil, Jair Bolsonaro. El ultraderechista ha avanzado su idea de abrir más la Amazonía a la explotación comercial y descolgarse del Acuerdo de París contra el cambio climático como ya hizo Trump. Ambos países son dos de los principales emisores de gases de efecto invernadero.
“Soy admirador del presidente Trump”, ha reiterado Bolsonaro. Su agenda ambiental casa con la intención de anular el compromiso climático de Brasil: amenaza con eliminar el Ministerio de Medio Ambiente y supeditarlo al de Agricultura. Y potenciar actividades agrícolas, ganaderas o mineras a costa de la selva amazónica.
Sus anuncios han sido música para los oídos de la industria agropecuaria y han disparado las alertas en los sectores ecologistas y de lucha contra el cambio climático. El lobby político de diputados y senadores agrupados en el Frente Parlamentario Agropecuario ha apoyado públicamente su candidatura.
“Los problemas se resolverán en gran parte fundiendo ambos ministerios”, anunció a principios de octubre este frente que también sustentó la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. Brasil es el segundo país del planeta con más número de vacas y supera los 200 millones de cabezas. Es el primer exportador de carne de vacuno del mundo con 1,8 millones de toneladas en 2016, según el Ministerio de Agricultura español. Una de sus miembros, la senadora Ana Amelia, ha aparecido como probable ministra de Exteriores.
Marcio Astrini, coordinador de Políticas Públicas de Greenpeace en Brasil, entiende que “enviar el Ministerio de Medio Ambiente a Agricultura y reducir las competencias de la Agencia Ambiental Brasileña, combinado con los ataques a las comunidades indígenas, envía un claro mensaje de que se reducen los esfuerzos para combatir la deforestación de la Amazonía”.
El candidato ha prometido abrir las tierras indígenas a la minería y otras actividades económicas. El 13% del bosque tropical brasileño está protegido por ser territorio indígena. Esto ha supuesto, hasta ahora, un muro, casi infranqueable para la deforestación. “La minoría ha de adaptarse a la mayoría”, ha vaticinado Bolsonaro. El secretario ejecutivo del Consejo Indigenista, Cleber Buzatto, recuerda que “es urgente adoptar criterios humanitarios en los negocios agrícolas y minerales de Brasil”.
La coordinadora de Amigos de la Tierra en Brasil, Lucía Ortiz, cuenta desde la cumbre sobre empresas transnacionales y derechos humanos en Ginebra que “estamos más que preocupados por la segunda vuelta de las elecciones”. En su organización opinan que “muchos de los retrocesos de la candidatura de Bolsonaro pueden ser irrecuperables”. Se refiere, entre otros peligros, a la “ausencia de propuestas contra la deforestación” y la “expansión extractivista en la Amazonía”.
Astrini explica que en las áreas forestales casi vírgenes “las respuestas de las mafias que deforestan suelen ser inmediatas y perversas: así se crea una atmósfera de violencia y disputa por el territorio”. El ultra ha azuzado este sentimiento asegurando que existe una conspiración auspiciada por la ONU para desposeer a Brasil de su soberanía sobre sus bosques tropicales: “Ha sido discutido un corredor de 136 millones de hectáreas que estaría bajo su control. No el nuestro”.
Agricultura, deforestación y cambio climático están íntimamente ligados en Brasil, en el top diez de emisores de gases de efecto invernadero del mundo. Brasil lanza casi tres veces más CO por la deforestación y los incendios forestales que por el uso de combustibles fósiles: 1.000 millones de toneladas por los cambios en el suelo frente a 398 millones de la combustión de gasolina, gasóleo o carbón, según los datos del Observatorio del Clima de Brasil.
De hecho, la digestión de la enorme cabaña ganadera brasileña produce 323 millones de toneladas de gases invernadero. El sector agrícola y la pérdida de bosque son el 95% del inventario de emisiones de Brasil. Los dos estados que más peso tienen son el de Pará, en el centro de la Amazonía, y el de Mato Grosso, convertido en llanuras de cultivo de soja. Brasil es el segundo productor mundial de esta semilla con más de 100 millones toneladas. Más del 90% está destinado a la fabricación de piensos para ganado.
“Para la cuestión climática, Trump es un desastre y una desgracia y Bolsonaro lo ha hecho su referente”, sentencia el ecologista brasileño Astrini. “Ambos serán recordados como enemigos de las futuras generaciones”. Bolsonaro no niega directamente el cambio climático, pero abandonar el Acuerdo de París evaporaría los compromisos del país sobre reducción de emisiones. La solución del candidato es controlar “la explosión demográfica mundial”.
Nueva etapa de negación: dudar del origen humano
Precisamente, Donald Trump, el referente climático del brasileño, anunció oficialmente que sacaría a EEUU del Acuerdo de París el 1 de junio de 2017. El presidente norteamericano va cubriendo etapas al frente del negacionismo climático: negó la existencia misma del fenómeno (lo llamó cuento chino) para auparse en el cargo. Recientemente, en una entrevista televisiva en la NBC, sí declaró que “hay algo ahí. Algo está cambiando. Va y viene”, aunque le puso otra de las sordinas manejadas por los negacionistas: la duda sobre si tiene origen humano. “Provocado por el hombre o no”, añadió, a pesar del enorme consenso científico del carácter antropogénico del calentamiento global disparado.
Este año, su Administración ha decidido derogar las regulaciones sobre eficiencia de los combustibles utilizados en coches y furgonetas a partir del año 2025: básicamente establecen que emitan menos gases. La evaluación de impacto ambiental sobre este proyecto realizada por el Gobierno llega a la conclusión de que el calentamiento global es un problema casi irresoluble con los niveles actuales de emisión por lo que esta derogación no implicaría mucho más perjuicio ni afectaría desproporcionadamente a EEUU. Visto bueno.