La brecha digital se ceba con la población gitana: cuando solo hay un móvil en casa, o trabaja el padre o estudia la hija

En casa de Emilio Salazar o trabaja el padre o estudia la hija. Con un único teléfono móvil como todo el parque tecnológico del hogar, todo a la vez no puede suceder, explica este vecino del barrio de La Coma, en Paterna (Valencia), un entorno marginal y con mucha pobreza.

Salazar tuvo que romper el confinamiento durante las primeras semanas para acercarse al colegio de su hija a recoger material educativo para que la pequeña pudiera seguir –intentar seguir– con el curso escolar. “Me sentí como un delincuente”, explica. Lo mismo le sucedió a decenas de sus convecinos, en peores condiciones aún que él. “Ni un móvil tienen”. Todos tuvieron que ir furtivamente al colegio a por ejercicios y material.

Salazar, como muchos de sus vecinos, como Fali, en Madrid, como Teresa Hernández, en Sevilla, o como miles de familias por todo el territorio sufren la brecha digital, este concepto tan en boga estos días. “Brecha social”, corregirán los expertos, bajo el argumento de que la falta de ordenadores o internet en el hogar no es más que el síntoma de una enfermedad peor.

Y estudiar en casa sin ordenador ni tablet, o sin internet, es entre complicado e imposible. “La brecha digital es muy importante porque la escuela pública es la única herramienta que tenemos para garantizar la igualdad de oportunidades, y ahora mismo esto está en serio riesgo porque hay niños que no pueden ejercer el derecho a la educación”, cuenta Araceli Cañadas, de la ONG Camelamos, de apoyo al pueblo gitano.

Porque las familias gitanas son las que más están sufriendo la falta de acceso a los medios tecnológicos que permiten seguir las clases a distancia, o al menos intentarlo, explica Sandra Heredia, concejala de Adelante Andalucía en el Ayuntamiento de Sevilla, donde se localizan siete de los quince barrios más pobres de España, según explica.

“Nos hemos encontrado chicos y chicas que iban estupendamente bien durante el curso y ahora no están pudiendo seguir las clases. De hecho, hay colegios que han pedido a sus AMPA que se acerquen a las casas de algunos alumnos de los que no saben nada desde que empezó el confinamiento”, comenta.

¿Y las tablets y ordenadores que dice haber repartido la administración? Todas las fuentes consultadas para este reportaje coinciden: entre pocas y ninguna. “Aquí han dado 30 tablets para tres colegios” en un barrio de 10.000 personas, explica Salazar.

89% de pobreza infantil

El confinamiento forzado por la COVID-19 y la consiguiente necesidad de equipos tecnológicos para estudiar y trabajar a distancia ha sacado a la superficie una realidad que se conocía, pero a la que quizá no se prestaba demasiada atención, según denuncian expertos y familias que la padecen.

“Vivimos en una sociedad muy desigual, ahora se visibilizó”, valora Jurjo Torres, catedrático de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de A Coruña. “Pensábamos que todo el mundo era clase media acomodada, con ordenador, tablet, conexión... Pero no. ¿Qué van a hacer los chicos de clases populares?”. Y recuerda que la clase a distancia es más que la conjunción de profesor-internet-ordenador-alumno. “Hace falta una familia que esté, que sepa, que pueda ayudar, un espacio físico... Son todo un conjunto de habilidades”.

La estadística dice que un 14% de los hogares con menores no tienen ordenador en casa, dato que sube hasta el 30% cuando se habla de familias con pocos recursos. Tengan o no menores, el 58% de los hogares más pobres tiene un PC o ninguno en casa, mientras que seis de cada diez familias con medios tienen tres o más.

Si se acota a la población gitana específicamente, un 79% de los hogares no tiene ordenador, según datos de la Fundación Secretariado Gitano. Con carácter general, este colectivo tiene una tasa de pobreza infantil del 89%.

Las familias se organizan como pueden, explica Cañadas. Teresa Hernández, activista en el barrio de Torreblanca, en Sevilla, ayuda a través de la asociación Solidaridad Torreblanca Ahora, que ella misma ha fundado. En su entorno, principalmente de población gitana, asegura que un 60% de las familias sufre la brecha digital.

“No podemos dejar atrás a nuestros niños, hacerles pagar esto”, cuenta. En su asociación se dedican a imprimir material escolar para un centenar de familias que no tienen otra manera de acceder a recursos educativos. “Y no se trata solo de eso. En este barrio hay mucha diversidad de familias. La gente no sabe descargarse una aplicación, registrarse... Lo estamos sufriendo muy fuerte, nuestros niños se van a quedar atrás y es muy importante que vayan preparados al curso siguiente”, afirma.

Dos adultos, tres pequeños, un móvil y 30 metros

Fali vive al sur de Madrid con su pareja y sus tres hijos en 30 metros cuadrados. Como Salazar, solo tienen un teléfono en el hogar. Hasta ahora, cuenta, les había sobrado. “Los niños iban al colegio de 9 a 16, luego extraescolares, deberes y estaba el día hecho. El móvil era para los adultos”.

Pero la escuela cerró y la tarea empezó a llegar a través de internet. “No tenemos internet en casa, los emails no llegaban. Le pedí a la profesora que me contactara por Whatsapp aunque tengo los datos del móvil en prepago. Y así vamos”, cuenta.

A la falta de recursos tecnológicos une la del material educativo que proporcionaba el colegio y las dificultades que tiene para ayudar a su hijo con los deberes en un colegio que, para más inri, es bilingüe. “Nos daban los libros cada trimestre, pero como ahora está cerrado el libro del tercer trimestre no lo tenemos. Nos dijeron que nos los mandaban virtual, que lo descargáramos, que ya tiene su aquel. Pero de todos modos, como son en inglés y yo no sé inglés, no puedo ayudar”, se lamenta.

Y se preocupa. “Ves que otras madres comentan en el grupo de whatsapp que tienen tablet, impresoras... Y da mucha impotencia ver que tu hijo no, que se está quedando atrás. Te preguntas por qué la vida te ha golpeado a ti. Bueno, si fuera a mí aún, pero es a tus hijos pequeños”, cuenta mientras se le corta la voz.

Una clase online es mucho más que un ordenador

“Es bastante grave que estos grupos de contextos más vulnerables vayan a salir seriamente desfavorecidos de esta situación”, sostiene Antonio Bolívar, catedrático de Didáctica en la Universidad de Granada, quien mira a septiembre con preocupación. “Tener a la mitad de los niños en casa y la mitad en la escuela va a agravar aún más las desigualdades que la escuela quería corregir. Ese papel liberador, poder ir más allá del grupo social en el que se vive”, explica.

Cañadas, de Camelamos, explica que el problema es que la enseñanza online se ha visto siempre como un complemento, no algo básico, por lo que no se ha considerado. “Ningún ministerio ha contemplado que el acceso a datos o a la red sea un derecho básico, pero ahora estamos viendo que igual sí debería plantearse como tal, porque si no tienes te quedas sin acceso, estás fuera”, argumenta.

Y más todavía, tercia la concejal Heredia, cuando muchas de estas familias están peleando día a día por comer: “Tenemos mucha gente sin trabajo, que literalmente vivía al día con una economía de subsistencia. Ahora se pasan el día peleando por poner un plato en la mesa. Por mucha voluntad que tengan los padres o madres de estar pendientes... Si al menos tuvieran la herramienta”.

Fali bien podría ejemplificar esta situación. “Estamos fatal. Mi pareja era autónomo y vivíamos de invertir y coger dinero cada día. Esto se ha acabado por completo, no quiero ni pensarlo”, cuenta. El confinamiento ha provocado que donde antes comían tres –ella, su pareja y la hija pequeña, los otros dos hijos lo hacían en el colegio– ahora son cinco. Donde antes había que proveer una gran comida al día (la cena), ahora son dos.

Salazar sí conserva su empleo de organizador comunitario en la Comunidad Valenciana. Trabaja cuando puede, cuando su hija no necesita el móvil. “La realidad es el abandono institucional que sufre el barrio, y especialmente la población gitana. Esto ha sido un cubo de agua fría de realidad, nos hemos dado cuenta de que vivíamos en un sueño y ahora es la gente la que va a sufrir esto. Espero que al menos sirva para reivindicar lo que nos merecemos” reflexiona.

Mientras llega, o más bien no, la ayuda institucional, les quedan las redes vecinales. Hernández, de Sevilla, cuenta que tienen “el colegio más maravilloso, con un profesorado volcado. Está siendo una experiencia única cómo estamos trabajando todos juntos para que a ningún niño le falte de nada. Llevo 12 años en el activismo y siento un orgullo de cada vecino que se me caen las lágrimas. Mucho orgullo de barrio”.

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