“Esta noche no he dormido nada” es una de las frases que más se están repitiendo estos días de ola de calor, que está trayendo temperaturas sin precedentes a toda España. Pero que los récords se pulvericen no es algo nuevo: el aumento en los termómetros es habitual desde principios de esta década.
Los días cada vez son más arduos de soportar y las noches tórridas se multiplican, haciendo la vida muy difícil a miles de personas que no gozan del lujo de tener aire acondicionado o de poder irse de vacaciones a lugares más frescos. Las estrategias para soportar las altas temperaturas son diversas y los refugios climáticos pueden ser grandes aliados.
Tener un parque sombreado, una biblioteca climatizada o una playa a menos de 10 minutos de casa puede, literalmente, salvar vidas. Un informe de ISGlobal determinó que el exceso de asfalto y la falta de árboles causan más de 900 muertes al año en Barcelona y Madrid. Un tercio de esos decesos se habría podido evitar si la cobertura arbórea llegase al 30% de las ciudades. Y es que un parque puede llegar a rebajar la temperatura ambiente en 3 grados (6,5 si se trata de zonas húmedas como Barcelona, Ourense o Bilbao).
“El calor es el gran reto urbano y de salud pública de nuestra era, pero no tiene suficiente atención”, apunta Carolyn Daher, coordinadora de Planificación Urbana de ISGlobal e investigadora de un estudio que cifró en 11.300 las personas que murieron por calor en España en 2022.
Daher alerta de que la situación será peor cada verano, por lo que urge que las ciudades estén más preparadas para atender a la población, sobre todo aquella más vulnerable. Para la investigadora no es suficiente tener puntos concretos que alivien el calor, sino que “toda la ciudad debería ser un refugio climático”. Pero, hasta que eso suceda, los ciudadanos de urbes como Córdoba, Barcelona o Bilbao intentan pasar las temperaturas extremas en los refugios que tienen más a mano.
Una playa en la montaña de Barcelona
Barcelona es conocida por sus playas, que durante el verano se llenan hasta la bandera. Pero ésta no es accesible para todos los vecinos, ya que desde ciertas zonas se puede llegar a tardar más de una hora. Es el caso de Clara, que vive en el barrio de El Coll, muy cercano a la montaña de Collserola. “Es un trayecto muy engorroso”, dice, señalando el carrito de bebé en el que va su hija, junto a una infinidad de juguetes y los enseres necesarios para pasar unas horas fuera de casa.
Pero hace poco descubrió que podía darse un chapuzón muy cerca de su piso. El Parc de la Creueta del Coll es un recinto arbolado y sombreado de más de 1,7 hectáreas que guarda una joya escondida en su interior: un lago urbano que, en verano, se convierte en la piscina pública más barata de Barcelona.
“Es una gozada”, dice Clara, mientras se seca el sudor de la nuca. Esta filóloga inglesa procedente de Praga (República Checa) llegó a Barcelona hace 13 años y no recuerda haber pasado nunca un verano así de duro. “Hay que echarle imaginación”, dice la joven, que reconoce que se pasa el día ingeniándoselas para encontrar planes. “La niña está en esa edad en la que quiere hacer cosas todo el rato. Pero con este calor, o vienes a lugares así o te mueres”, añade.
Vive junto al padre de la criatura en un piso sin aire acondicionado y en el que, reconoce, pasa “muchísimo calor”. Si bien, debido a la proximidad de la montaña, su barrio no es de los más cálidos de la ciudad, hay que destacar que está en una zona de rentas bajas, plagada de casas pequeñas, construidas a finales del siglo pasado y caracterizadas por la mala ventilación.
Que el Parc de la Creueta del Coll y su lago urbano se encuentren en esta zona es, para Carolyn Daher, un gran acierto. “Debemos llegar a la gente más vulnerable y conseguir que los sitios a los que van cada día, como los parques o las escuelas, estén aclimatados”, asegura. Esa es la idea de la ciudad de Barcelona, que ya cuenta con 277 refugios climáticos.
Se trata de la red más extensa de Catalunya y una de las más completas de España. De hecho, el 97% de barceloneses se encuentran a menos de 10 minutos a pie de uno de estos equipamientos públicos.
“No sé qué haríamos sin esto, ¿verdad?”, dice Clara, haciendo una carantoña a su niña, que justo hoy cumple dos años. Han quedado con unas amigas para celebrarlo y pasar el día en esta piscina urbana en la que, a pocos minutos de haber abierto, ya se ha llenado de familias y amigos dispuestos a sobrellevar el día a remojo.
Sin un techo para refugiarse del sol cordobés
En ciudades como Córdoba, donde se llegan a superar los 40 grados, todo el mundo tiene calor. Pero no todo el mundo lo sufre igual. “Las personas mayores, aquellas que tengan problemas de salud o estén en emergencia habitacional son los más vulnerables”, alerta Daher. Jesús tiene 49 años y pertenece a este último grupo de población. Vive en la calle y, desde el mes de junio, ha hecho de un parque su hogar.
Sin familia que le pueda ayudar y sin recursos, los días en la calle en una ciudad tan tórrida se hacen imposibles. Por ello, durante las horas centrales del día va a buscar refugio a la Casa de Acogida Municipal, que activa diez plazas diarias para que quienes viven en la calle se resguarden del insoportable calor del verano cordobés.
“Se me acabó la ayuda y no podía pagar el alquiler del piso”, cuenta a las puertas del centro, antes de acceder a él, en horario de 13:00 a 20:00. Jesús explica que ha trabajado como pintor “en lo que sale, pero llevo una racha que no hay manera”.
Rafael es otro de los usuarios de la Casa de Acogida y también viene desde junio, “todos los días. Para quitarnos del calor”, repite. Su trabajo no le permite pagar el alquiler de una vivienda propia y duerme en el local de un amigo, donde echa un colchón. “Lo justo para pasar la noche”, resume. Habla con este periódico mientras espera su turno para la ducha y luego, ya refrescado, en el comedor, donde la climatización alcanza una temperatura idónea para refugiarse de los más de 40ºC que ya se adivinan en el exterior a mediodía.
Jesús y Rafael son dos de las 57 personas que han pasado por este centro en lo que va de verano. Ensalada de pasta y pollo a la jardinera es el menú que reciben hoy, antes de pasar a la sala de televisión o a la de actividades, para refugiarse de las peores horas de calor del día, mientras, fuera, las calles se convierten en un desierto.
Un codiciado refugio en la tierra del sirimiri
Que las temperaturas sean altas en el sur es algo que no es nuevo. En cambio, que Bilbao llegue a los 44 grados sí es una novedad. Ante esta realidad, los refugios climáticos se han convertido en aliados durante la hora del paseo por la capital vizcaína. Algo que nadie hubiera creído hace unos años, cuando estas temperaturas eran impensables en el verano vasco del sirimiri continuo.
“Parece que ya nos estamos acostumbrando a que las olas de calor lleguen también aquí”, dice Estíbaliz que, junto a su marido Félix, se toma un descanso del calor en uno de los refugios climáticos de la ciudad: el Azkuna Zentroa, un centro cultural cuyo vestíbulo, en un día de calor extremo, transmite la sensación de frescor de introducirte en una cueva.
De hecho, esta pareja de bilbaínos, que está disfrutando de unos días de vacaciones para vivir la Semana Grande de Bilbao, ha decidido sobre la marcha cambiar su paseo por el recinto festivo por una especie de itinerario por los refugios climáticos.
“Como hace tanto calor, hemos tenido que ir un poco de refugio en refugio. Sabemos dónde están los puntos porque la información está en los centros municipales de distrito, así que vamos interrumpiendo el paseo para meternos al fresco. Aquí se está de maravilla”, dice Estíbaliz.
El Ayuntamiento de Bilbao cuenta con una red de 130 refugios climáticos, 64 de ellos interiores y 66 exteriores, distribuidos a lo largo de toda la ciudad. Son bibliotecas, centros cívicos, equipamientos deportivos, estaciones de transporte, museos, salas de exposiciones y centros comerciales.
Contar con una red completa de refugios climáticos es esencial para combatir unas olas de calor que, según Carolyn Daher, serán “cada vez más frecuentes y duras”. Pero la investigadora insiste en que toda la ciudad debería ser térmicamente agradable: “nadie debería desviarse de su ruta o actividad diaria para no sufrir por el calor. Todo lo que tengamos que hacer en una ciudad debería ser en lugares adaptados”, asegura. Las claves: poner más verde, más sombra, más agua y ventilación cruzada.
Precisamente son estos los elementos que van buscando Estíbaliz y Félix por las calles de Bilbao. “Un día como hoy no hace falta que le digan a nadie lo que tiene que hacer. Vamos saltando de sombra en sombra y buscando y los espacios con temperatura más baja. Al final sabemos ya dónde meternos para estar más frescos”, dice Félix.
“Esto nos tiene que hacer concienciarnos del cambio climático que tenemos encima. Pero mañana llueve, hace fresco y ya se nos olvida”, advierten. “Y este calor en el norte no es normal. Algo raro está pasando”, remachan, poniendo palabras a la preocupación de millones de personas que, este verano, están sufriendo las consecuencias de un verano bochornoso.