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De la calle a Hollywood y vuelta: cinco años de un punto de inflexión llamado MeToo

Marta Borraz

4 de octubre de 2022 22:32 h

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Era 5 de octubre, pero de 2017. Uno de los periódicos más prestigiosos del mundo, The New York Times, publicaba un artículo en el que destapaba el largo historial de acoso sexual del productor Harvey Weinsten. La mecha del #MeToo (A mí también) se prendió en Hollywood, pero diez años antes la activista Tarana Burke había empezado a acompañar y apoyar a las supervivientes de violencia machista en su comunidad bajo el mismo lema. Así arrancó una onda expansiva que acabó llegando a mujeres de todo el mundo, que por primera vez y a escala global hablaban de la violencia sexual que sufren.

Una ruptura del silencio sin precedentes inundó las redes sociales y tuvo su cristalización en las calles. Y no se quedó en las denuncias. La violencia sexual llegó al centro, ocupó los medios de comunicación, la agenda política, la conversación entre amigos o familiares y las demandas del movimiento feminista. Ya no eran solo las famosas ni era solo la industria del cine, un riesgo del que siempre advirtió Burke. “No quiero que la esencia del MeToo quede oculta bajo el halo de las celebrities”, afirmaba en una entrevista con este medio.

Para la psicóloga y profesora en la Universidad de Girona Alba Alfageme, representó “una toma de conciencia colectiva” y al mismo tiempo “la creación de un espacio de seguridad para muchas mujeres que habían tenido experiencias de violencia y no lo habían contado nunca o solo a un núcleo muy de confianza”. Esto hizo que sobre la mesa se pusiera “el carácter estructural” de la violencia sexual. “Se puso de manifiesto que esto no me había pasado a mí por ser yo, sino que les había pasado a muchísimas otras mujeres. Hubo un efecto espejo, de sacar esta experiencia de lo individual a lo colectivo y todas vimos reflejos de eso en nuestras propias vidas”, añade la experta.

“Contribuyó a que se viera que es algo relativamente normal, que es cotidiano y que hemos vivido muchas en situaciones muy diferentes. Es algo que está impreso en la forma de organización social”, coincide la socióloga Elena Casado, que pone el foco en el contexto de “emergencia feminista” que se estaba dando en ese momento. Al menos en España, el MeToo es inseparable de La Manada, el caso de la violación grupal de los Sanfermines. Ni tampoco de la huelga feminista y masivo 8M que ocurriría unos meses más tarde, en marzo de 2018.

Una cascada de testimonios

Un mes después se dictaría la primera de las sentencias contra los cinco hombres que agredieron sexualmente a una joven en Pamplona en 2016. Decía el tribunal que era abuso sexual, no violación. Y eso indignó a las mujeres, que respondieron en la calle con multitudinarias protestas. En las redes sociales, la periodista Cristina Fallarás lanzó el hashtag #Cuéntalo, con el que las mujeres, tanto conocidas como anónimas, empezaron a hacer públicas situaciones de violencia sexual que habían sufrido a lo largo de su vida.

“Fui violada en la calle, de noche, a punta de navaja, por un desconocido”; “Con 12 años, el que era jefe de mi madre, un señor de 40 años, me cogía por detrás y me magreaba”; “Con 20 me violó un amigo. Nos tomamos un par de copas, y no recuerdo nada hasta que desperté con el dolor de sus embestidas”; “A mí también me ha pasado. 18 años, fiestas de Sant Joan, Menorca. Un grupo de tíos me rodea entre el gentío, me agarran de un pecho, intentan romperme el sujetador”.

“El MeToo y todo lo que vino después fue un punto de inflexión clarísimo, una palanca de transformación social enorme”, opina Alfageme, que destaca cómo sirvió para “empezar a poner luz” a un tipo de violencia machista, la violencia sexual, que “había estado absolutamente invisibilizada”. De acuerdo con un reciente informe encargado por el Ministerio del Interior, en España se producen alrededor de 400.000 incidentes de violencia sexual al año, pero solo el 2,2% es detectado por el sistema.

Visibilidad para el acoso sexual

Si la violencia sexual en general estaba oculta, el reto era aún mayor en el caso del acoso sexual en el ámbito laboral, considerado el “hermano pequeño” de las violencias machistas, como lo califica Casado. La socióloga cree que el MeToo también sirvió “para hacerlo visible”. “Se denunciaba ese abuso de poder patriarcal por parte de hombres de los que, además, depende tu empleo”, añade la experta, para la que “las resistencias” que hubo en determinados ámbitos universitarios y académicos son también significativas. “Cuesta mucho en ámbitos en los que denunciar no solo te pone en riesgo frente a quien las ejerce, sino que puede condicionar tu carrera o te señala como vulnerable”, añade.

La fundadora de la consultoría especializada en violencia machista Sortzen, Norma Vázquez, coincide en que romper el silencio no está al alcance de todas las mujeres. “En el caso del acoso laboral no es igual si eres una trabajadora en situación de vulnerabilidad o no o si por ejemplo trabajas en una empresa pequeña y familiar o grande. No todas tienen las mismas salidas”, apunta. Aun así, considera que el MeToo supuso “un avance en la conciencia y en la visibilización del problema” que ella misma percibe desde la consultora, con un crecimiento “exponencial” de las demandas de formaciones o protocolos.

Las expertas también creen que el movimiento pudo comenzar a romper con uno de los efectos habituales de esta violencia en las víctimas: el sentimiento de culpa. “Al menos algo, una parte pequeña, pero sí algo”, cree Casado. Le complementa Alfageme, que opina que contar una experiencia de violencia sexual en ese contexto “redujo el estigma o la vergüenza que siempre están tan vinculadas a las violencia machista y de pronto se rompían muchas cadenas que nos habían atado históricamente al silencio”.

La fuerza del movimiento no se circunscribió a quienes ya se declaraban feministas, sino que “tuvo la capacidad de ser transversal” e interpelar a mujeres “que no tenían esa conciencia”, manifiesta la psicóloga, que también cree que contribuyó a mandar el mensaje de “que podemos sufrir violencia sexual y recuperarnos e incluso luchar para transformar las cosas”. Una idea “revolucionaria” porque “siempre el patriarcado nos ha estado diciendo que quedas tocada de por vida”, concluye la experta.