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La postura sobre el uso de mascarillas en la población general cambia a medida que sabemos más del coronavirus

Pedro Sánchez con mascarilla en la visita a la empresa Hersill en Móstoles.

Esther Samper

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Hasta hace tan solo una semana, instituciones sanitarias como el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Ministerio de Sanidad y los gobiernos de la mayoría de los países occidentales desaconsejaban la utilización de mascarillas (especialmente las caseras) en la población general sana para frenar la pandemia de COVID-19.

Sin embargo, esta postura está cambiando drásticamente. El CDC ya recomienda las mascarillas caseras para la población general e incluso ha elaborado un tutorial donde se detalla su utilidad y cómo fabricarlas, usarlas y desinfectarlas. El Ministerio de Sanidad ha sugerido que podría recomendar próximamente el uso de mascarillas a los ciudadanos (como ya lo han hecho otros países como Estados Unidos, República Checa y Austria), mientras el Ministerio de Industria ha compartido una guía para orientar sobre los mejores materiales y fabricación de mascarillas higiénicas. Por otra parte, la OMS está debatiendo en estos momentos si mantener o no su actual directriz sobre estos elementos de protección.

¿A qué se debe este cambio de postura de las autoridades sanitarias y políticas occidentales con respecto a las mascarillas caseras en la población general? La acumulación de estudios y evidencias científicas sobre cómo se transmite el virus SARS-CoV-2 ha resultado fundamental en la actualización de las recomendaciones, que han ganado fuerza sobre las razones que habían motivado el rechazo a las mascarillas para los ciudadanos.

Argumentos en contra

Básicamente, las principales razones que llevaron a las instituciones sanitarias a no recomendar estos elementos de protección fueron, por un lado, la incertidumbre científica, causada por los escasos estudios que existen sobre el papel beneficioso o perjudicial de las mascarillas en la población general para frenar los contagios durante epidemias. Por otro, el temor de las autoridades a que el respaldo a favor de las mascarillas entre sus ciudadanos agravase aún más la situación de desabastecimiento.

En su rueda de prensa de este lunes el director general de la OMS, Tedros Adhanom, se ha referido específicamente al tema, indicando que les preocupa que “el uso masivo de mascarillas médicas por parte de la población en general pueda agudizar la escasez” de este material para los sanitarios.

Hay un consenso unánime en que son los profesionales sanitarios, los enfermos (por COVID-19 o enfermedades de riesgo) y las personas en contacto estrecho con los infectados por coronavirus los que deberían contar siempre con mascarillas médicas (ya sean quirúrgicas o FFP2-3) para limitar los contagios.

Adanhom ha defendido que la organización mantiene esta recomendación, pero no se cierran a ampliar esos usos. No obstante, ha reiterado que las mascarillas solo serían una parte de un paquete de medidas: “No hay una bala de plata. Las mascarillas por sí solas no pueden detener la pandemia”.

Los contagios asintomáticos

A comienzos de febrero, la OMS explicaba que la infección sin síntomas por el virus SARS-CoV-2 podría ser rara y que la transmisión desde una persona asintomática era muy poco frecuente con los coronavirus, como se había visto con el MERS. En aquel entonces esta organización explicaba que el contagio por casos asintomáticos parecía no tener peso en la epidemia. Sin embargo, ahora sabemos que los infectados asintomáticos (ya sea porque no tienen síntomas en ninguna fase de la infección o porque están en la fase de incubación) están contribuyendo a la expansión de la pandemia.

Estas personas infectadas sin síntomas pueden hacer vida normal (con la cuarentena masiva ya no) y transmitir el virus sin ser conscientes de ello. Aún se desconoce el peso que esta forma de contagio está teniendo en la epidemia, pero sí hay diversos estudios que nos van aclarando detalles. Datos procedentes de Singapur sugieren que el 6% de los casos confirmados de COVID-19 se infectó a través de personas asintomáticas. En China, el 78% de las personas estaban asintomáticas en el momento de su detección. En Islandia, donde se ha realizado una extensa realización de pruebas de laboratorio, se ha detectado que el 50% de las personas habían pasado la infección no recordaba haber tenido síntomas. Ahora sabemos que un gran porcentaje de las personas que se han infectado por coronavirus no muestra síntomas y alguna de ellas pueden transmitirlo a los demás sin la menor sospecha.

El coronavirus tiene la capacidad para replicarse considerablemente en las vías respiratorias altas antes de que las personas muestren síntomas o cuando estos son aún muy leves. Un estudio publicado hace unos días en Nature ha observado que la carga viral de las mucosas respiratorias de estas personas es muy elevada en estas etapas, lo que favorece muchísimo el contagio cuando se liberan secreciones respiratorias en gotitas al hablar, estornudar, toser, etc.

Los datos que nos aportan estos estudios científicos en conjunto es que hay multitud de personas con coronavirus asintomáticos o que son potencialmente contagiosas antes de que los síntomas se muestren o sean evidentes y que están contribuyendo a la expansión de la pandemia. Si estas personas no usan mascarillas en su vida normal, pueden difundir gotitas respiratorias con coronavirus a las personas de alrededor, a superficie y a objetos. Estas gotitas no solo se dispersan al estornudar o al toser, actividades tan simples como hablar o respirar también pueden liberarlas. Estos virus pueden sobrevivir de horas a días según las condiciones de temperatura y humedad y el tipo de material, tiempo durante el cual otros individuos pueden contagiarse al tocar las superficies contaminadas con las manos.

Cuidar a los demás

La utilidad principal de las mascarillas caseras en la población general es, precisamente, limitar la difusión de gotitas con virus por parte de las personas infectadas asintomáticas. En otras palabras, el uso de una mascarilla casera no es tanto para protegerse a uno mismo (ya que no protege los ojos, y es una barrera limitada frente a gotitas más pequeñas como aerosoles), sino para proteger a los demás. Aunque las mascarillas caseras son, en general, menos efectivas que las quirúrgicas en bloquear estas gotitas, sí que pueden retener gran parte de estas, sobre todo si se fabrican correctamente y con los materiales adecuados. La solución ideal, si no hubiera desabastecimiento, sería mascarillas quirúrgicas para todos, pero dado que esto no es posible con las actuales circunstancias, las mascarillas caseras son la mejor opción para que las personas que necesitan mascarillas médicas en entornos con mucho riesgo de contagio no se queden sin ellas.

En conclusión, las autoridades occidentales están progresivamente recomendando las mascarillas caseras a la población general porque, ante tantas personas asintomáticas con coronavirus, lo más prudente es asumir que todos estamos “infectados”. Usar mascarilla casera, manteniendo medidas como la higiene de manos, la etiqueta respiratoria, la cuarentena en casa o la distancia de seguridad, es una medida adicional para evitar que gotitas con virus se dispersen por lugares públicos y así proteger a los demás. Conforme la cuarentena se vaya levantando escalonadamente y la población vaya haciendo poco a poco vida normal, las mascarillas podrían ser una ayuda extra para limitar los contagios en lugares públicos como el metro, el bus o el trabajo.

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