Cada año, unos 2,5 millones de viajeros vuelan entre Madrid y Barcelona. Todos esos viajes lanzan a la atmósfera un promedio de casi 300.000 toneladas de gases de efecto invernadero, origen de la crisis climática, para cubrir un trayecto de 610 kilómetros. 192 gramos por pasajero y kilómetro, según cálculos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha vuelto a sacar este asunto a la palestra al explicar este miércoles que su equipo renunciará a tomar un avión siempre que el destino no supere los 1.000 kilómetros de distancia y pueda llegarse en menos de siete horas.
El supuesto más plausible es un viaje entre Barcelona y Madrid, una ruta aérea que no ha parado de crecer en el último lustro: un 13% más entre 2014 y 2019, según los datos de Aena. Una decisión similar a la de Colau de los clientes de aerolíneas entre ambas ciudades que sustituyera los reactores por el tren supondría, como poco, ocho veces menos de CO en la atmósfera al emitir 37.500 toneladas de gases, de acuerdo con la fórmula del IDAE. Eso sin tener en cuenta que Adif se ha comprometido a recurrir solo a electricidad producida con fuentes renovables, lo que anularía prácticamente las emisiones.
En 2019, 4,4 millones de personas hicieron ese trayecto ferroviario, según Renfe. Esto supone una estimación de más de 66.600 toneladas de gases si se aplica el mismo cálculo. Es decir, casi el doble de usuarios y cuatro veces menos emisiones.
El IDAE ha calculado “teniendo en cuenta los factores de ocupación y consumos medios” que el avión emite 192 gramos de CO por persona y kilómetro mientras que en coche supone 121 gramos. El autobús interurbano emite 32 gramos por usuario y kilómetro y el AVE, 23 gramos. La alta velocidad, asegura, implica un ahorro del 90% respecto al avión.
En las ciudades, además del coche, la moto emite 53 gramos, el autobús urbano baja a los 49, los trenes de Cercanías a los 33 gramos y el metro se queda en 30 gramos por viajero y kilómetro.
El transporte en general se ha convertido en la primera fuente de gases de efecto invernadero en España. Más de un cuarto de todo lo que se emite a la atmósfera, según el Inventario del Ministerio de Transición Ecológica. En 2018 crecieron un 2,7% mientras descendían las producidas por la industria o la generación de electricidad.
Los desplazamientos por carretera lideran la expulsión de gases del transporte en España: 82,5 millones de toneladas aproximadamente, según la Agencia Europea de Medio Ambiente. 51 de ellos, de los tubos de escape de los coches.
Sin embargo, la aviación nacional –que genera unos 2,8 millones de toneladas de CO al año– incrementó el volumen un 10% en 2018. La navegación en España añade más de tres millones de toneladas. Los sectores de la aviación comercial y la navegación quedaron fuera del Acuerdo de París contra el cambio climático, por lo que escapan a los cálculos y reducciones allí contenidos.
“Por encima de 1.500 kilómetros no hay alternativa al avión”, decía el presidente de Iberia, Luis Gallego, el 5 de diciembre pasado. Contestaba así al viaje en catamarán de vela que la activista sueca Greta Thunberg hacía desde Estados Unidos a España para asistir a la Cumbre del Clima de la ONU en Madrid. Thunberg insistió en que su viaje era un símbolo de la insostenibilidad del sistema y la falta de alternativas, no un ejemplo para seguir de manera generalizada. En realidad, lo que ha explicado este miércoles Colau no se opone a la afirmación del directivo de Iberia.
Gallego añadió que las aeronaves actuales son hasta un 80% más eficientes que las de los años 60 del siglo XX. Con todo, este sector ha multiplicado sus emisiones en las últimas décadas. Solo en la Unión Europea ha más que doblado esa cantidad. La aerolínea Ryan Air entró en la lista de los 10 focos más contaminadores de Europa en 2018, un club antes copado por centrales térmicas. La patronal IATA contrapone que se ha “comprometido a rebajar las emisiones a la mitad de lo que eran en 2005 para el año 2050”.
Colau ya pidió la semana pasada que se dejara de utilizar el puente aéreo entre Madrid y Barcelona por motivos ambientales. Una idea que el vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado (C's), despachó diciendo que la alcaldesa quería “volver a las aldeas”.
Sin embargo, esa línea de actuación no es un conejo sacado de la chistera. Tanto en Países Bajos como en Francia se han planteado sendas propuestas similares para evitar vuelos cortos como los que unen Ámsterdam y Bruselas. En Francia se ha presentado una proposición de ley para evitar los vuelos interiores (que crecieron un 4% en 2018).
En España, actualmente se operan vuelos de una hora de duración entre Madrid y ciudades con conexión ferroviaria como Sevilla, Málaga, Granada, Valencia o Alicante. En el otro lado de la balanza, el precio medio de un AVE a Barcelona se mueve en la horquilla de los 40-152 euros. El proyecto de alta velocidad barata (AVLO) previsto para este 2020 promete vender los billetes entre 10 y 60.
La alternativa colectiva ahora mismo más económica, el autobús interurbano, aún se alimenta de combustibles fósiles y el IDAE le asigna unas emisiones de 32 gramos de CO2/pkm. Aunque todavía es seis veces inferior al avión tiene un problema: el viaje se alarga más de siete horas.