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Camino al desierto: la erosión se come más de 500 millones de toneladas de suelo al año en España

España pierde suelo a ritmo acelerado abriendo así el camino a la transformación en desierto de grandes áreas del territorio. La erosión se come cada año unos 543 millones de toneladas de terreno, según los datos más recientes del Ejecutivo. La pérdida de suelo por erosión es “causa principal y síntoma” de la desertificación, según el Plan Nacional de Acción contra este fenómeno, una de las amenazas más acuciantes del cambio climático en España.

“El suelo es un recurso finito y no renovable. Es el soporte donde se desarrolla toda la vida en la Tierra”, describe el Instituto Geográfico Nacional. La erosión es el desplazamiento de la capa superior del suelo por la acción del agua o el viento. Lo degrada y desnuda. Y, aunque la erosión es algo natural que, en tasas moderadas, permite la renovación del relieve y creación de nuevos paisajes, “la intervención humana hace que el proceso se intensifique”, especifica el plan.

Más de un tercio de la superficie española soporta erosiones calificadas como graves o muy graves por la última actualización del Inventario Nacional de Erosión de Suelos (INES). En nueve comunidades autónomas el promedio de pérdida anual de suelo está por encima de lo considerado como “tolerable” por el plan contra la desertificación: 12 toneladas por hectárea y año. (La comunidad de Castilla-La Mancha y Euskadi aún no están incorporadas al Inventario, en elaboración desde 2001).

El INES muestra que Catalunya y Andalucía están en cabeza en cuanto a pérdida media anual (casi doblan ese umbral admisible con 23,67 y 23,17 toneladas por hectárea), seguidas por Cantabria (21,23), Región de Murcia y Asturias (por encima de 17), Comunidad Valencia y Navarra (más de 16), Galicia y La Rioja. Con todo, esta degradación del suelo incide mucho de manera local en determinadas zonas concretas: las más afectadas son la vertiente mediterránea, las zonas altas de las cuencas del Guadalquivir y del Tajo, junto con la cuenca del Ebro. Ahí se dan pérdidas superiores a 50 toneladas de suelo por hectárea y año.

“La erosión de los suelos y la desertificación” –ambas van de la mano– destacan entre los daños ambientales más frecuentes y extendidos en el territorio español recogidos en el último Informe sobre el estado del Patrimonio Natural y la Biodiversidad del Ministerio de Transición Ecológica. El lunes pasado, el organismo de la ONU para la evaluación de la biodiversidad avisó de que “hasta un millón de especies” afrontan el peligro de extinción en las próximas décadas por la acción humana. La destrucción de hábitats es una las principales causas de esta desaparición súbita y masiva de biodiversidad. El documento ministerial, aprobado en diciembre de 2018, marca como “prioritario” la vigilancia de la pérdida de suelos.

Erosión y desertificación están estrechamente conectadas. La conversión en suelo desértico se produce por una combinación de factores entrelazados entre sí. La intensidad de la degradación de las tierras secas acaba dependiendo de la aridez que soportan: el balance entre el agua que hay y la que se evapora. Las sequías más frecuentes y prolongadas, que recortan los recursos hídricos, se mezclan con las altas demandas de agua de industrias como la turística y del regadío (que ejercen gran presión sobre el uso del agua). La erosión, exacerbada por la pérdida de la cubierta de vegetación o los incendios forestales repetidos en un área, hace más frágil y vulnerable el terreno ante el avance desértico. Las precipitaciones torrenciales se llevan el suelo, lo desnudan. La combinación de todos estos elementos redunda en esa desertificación.

El investigador del Instituto Pirenaico de Ecología del Csic, José María García Ruiz, explica que “la agricultura sigue siendo un foco muy importante de erosión del suelo, por su extensión y por los tipos de aprovechamiento”. Con todo, este doctor en Geografía subraya que la erosión en España no es un fenómeno creciente en términos generales por el abandono de las actividades agrícolas “aunque sí lo es allí donde se da un crecimiento de cultivos de elevado valor como los frutales de regadío, viticultura, olivos y almendros”. Y apunta al sureste peninsular donde la situación “puede ser muy preocupante por la escasa cubierta vegetal y las intensas lluvias súbitas cargadas de sedimento”.

Calentamiento global, erosión y desierto

El cambio climático amenaza con convertir el 80% de la superficie española en suelo desértico a finales de siglo. La erosión tiene efectos directamente relacionados con este fenómeno. La multiplicación de avenidas de agua “catastróficas”, la acumulación de sedimentos en los embalses o el empeoramiento de la calidad de las aguas, multiplican la degradación según detalla el análisis sobre los impactos del calentamiento global en España que maneja el Gobierno. Todas estas consecuencias, inseparables entre ellas, están “estrechamente implicadas en el proceso de desertificación”, sentencia ese diagnóstico.

El investigador García Ruiz aclara que “el cambio climático afectará a muchos factores relacionados con la erosión del suelo: la producción de biomasa, la actividad microbiana del suelo, o la descomposición de hojas y ramas. Pero no es fácil deducir de qué manera y en qué plazo”. Y, además, la alteración climática anuncia problemas, quizá, menos intuitivos: “En áreas de media-alta montaña, la duración del manto de nieve se está reduciendo progresivamente. Eso hace que el suelo esté durante menos tiempo protegido frente al impacto de las gotas de lluvia o de la escorrentía superficial”.

España es un país con claros riesgos ambientales. Las inundaciones por precipitaciones torrenciales es el desastre natural más mortífero, según las estadísticas del Ministerio del Interior. La erosión del suelo cobra relevancia de año en año.

El aviso viene de lejos: ya en 1998, los investigadores de la Universidad de Murcia Asunción Romero Díaz y Francisco López Bermúdez dejaron escrito en un repaso sobre las implicaciones ambientales de estos procesos: “La erosión y desertificación constituyen los procesos más preocupantes de la geopatología de las regiones ibéricas y del Sureste en particular. Son síntomas de un mal funcionamiento, de una ruptura del equilibrio entre el sistema de recursos naturales y el sistema socioeconómico que los explota”. El suelo erosionado disminuye su capacidad para producir “hasta límites que hacen muy difícil y lenta su recuperación”, subrayan en el Ministerio de Agricultura. ¿Consecuencia? La amenaza de desplazar a miles de españoles por convertir sus tierras en desierto.