“Podemita de mierda, narco de mierda, escoria sudaca, muérete, hay que ser malnacido para condenar a toda la humanidad a vivir en guetos”. Carlos Moreno (Tunja, Colombia, 1959) lee los mensajes que ha recibido en el móvil desde que ha venido a España y no entiende nada. Este colombiano, asesor de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, es el creador del concepto de la ciudad de los 15 minutos, el último elemento en el que la ultraderecha y los seguidores de las teorías de la conspiración han puesto el foco para denunciar un supuesto plan mundial que pretendería encerrar a la gente en sus barrios. Y lo han elegido a él como blanco predilecto.
Moreno está en España para promocionar su libro La revolución de la proximidad (Alianza Editorial), donde desarrolla sus ideas para hacer urbes más amables, en las que se pueda vivir sin necesidad de dejarse horas en transporte, sea público o privado. Pero Moreno es consciente de que luchar contra ocho décadas de tradición cochista no es fácil. “En los últimos 80 años la normalidad es la larga distancia, la larga distancia es un vicio y el vicio da lugar a una adicción, que es el auto”, explica. Pero hay que dar la batalla, insiste, y los debates de hoy son las políticas del futuro. Pone como ejemplo el cambio climático: se empezó a hablar a finales del siglo pasado y hoy la emergencia climática está entre las primeras preocupaciones sociales.
Este profesor de la Universidad de la Sorbona cree que la situación con la vida, el trabajo, la segregación urbana y también el medioambiente ligado a las emisiones de los vehículos es similar. “La ciudad de los 15 minutos es anticipar el futuro y ver que este mundo cambiante va a pedir nuevas maneras de trabajar y por tanto de vivir”, asegura.
Vamos a empezar por aclarar el concepto, que he visto mucha desinformación (probablemente interesada) en torno al tema. ¿Qué es la ciudad de los 15 minutos?
Es un concepto que va con su gemelo, el territorio de la media hora. Lo importante no es que sean 15 minutos ni 30 ni 12 ni 18, lo importante es la proximidad. Hablamos de 15 minutos en ciudades, zonas compactas, y 30 en territorios, zonas de media y baja densidad. Lo importante es tener lugares multicéntricos, no como hoy, que están muy especializados: el sitio donde se trabaja, el sitio donde se estudia, donde se vive. Esto nos obliga a tener grandes distancias, y degrada la calidad del medio ambiente con las emisiones y la calidad de vida con la pérdida de tiempo. El concepto está basado en que debemos transformar nuestras ciudades y territorios para que sean multicéntricos, para que tengan más servicios de proximidad para todo el mundo en todas partes. Hablamos de servicios básicos. Vivir en la ciudad no es solo alojarse. Es acceder a tus compras, a un trabajo, con menos desplazamientos engorrosos, con mejor acceso al cuidado de la salud, a la educación, la cultura... Que tengas espacios públicos en los que haya buenas condiciones de aire, de agua, de vegetación frente al clima y en los que no tengas desplazamientos obligados.
Este matiz es importante, entiendo: “Obligados”.
Hoy estamos obligados a desplazarnos: de casa al trabajo, una hora o más. Queremos que cada uno tenga la posibilidad de disminuir la obligación de desplazarse y de ir donde quiera cuando quiera, pero no porque estás obligado sino porque lo deseas. Hoy cuando sales hacia el trabajo pronto por la mañana, no pasa nada durante el día en la zona en la que vives. Cuando vuelves tarde de tu trabajo a casa, donde trabajas no pasa nada por la noche. Son lugares polarizados. Las compras se hacen en centros comerciales y la salud queda lejos. Queremos generalizar una ciudad que se humaniza porque tiene muchos más servicios disponibles en todas partes.
Ha sufrido fuertes ataques y su idea despierta mucho odio. ¿De dónde cree que sale?
Es muy sencillo, viene del éxito de este concepto. Yo soy investigador de la [Universidad de la] Sorbona [en Francia] y el concepto que le propuse a [Anne] Hidalgo en 2019 ella lo adopta en 2020 y se vuelve mundial porque a raíz de la COVID lo adopta la red mundial de ciudades por el clima, muchos alcaldes del mundo, organizaciones internacionales como la ONU Hábitat, el Foro Económico Mundial. Lo que pasó fue que hace dos semanas se produce en Oxford una votación para regenerar la ciudad limitando el uso del automóvil. Y salen los grupos más extremistas, complotistas, conocidos por negar el cambio climático, por decir que la COVID es un arma biológica y que las vacunas se hacen para meternos los chips 5G, y toman este tema de Oxford, meten la ciudad de los 15 minutos y dicen que queremos obligarles a vivir en un gueto, instalar cámaras que les impidan salir, ponerles multas si lo hacen, que no tienen derecho a ver a sus hijos… Lo que se produce es la máquina conspiracionista que les permite cerrar el bucle del lock down [el encierro], que encierras a gente a la fuerza. Estamos frente a unos grupos extremistas que manipulan.
La ciudad de los 15 minutos busca una mejor habitabilidad, más equilibrio económico y social, categorías sociales mezcladas, ciudades para vivir mejor
Pero también le ha pasado en España.
Aquí he visto en un vídeo de El Gato al Agua [un programa del canal de televisión El ToroTV] a un señor con un parche que dice que pertenezco a un Gobierno invisible que maneja el mundo, que el Foro Económico Mundial me dice lo que tengo que decir… Si no fuera muy serio me moriría de la risa, pero este conspiracionismo viene con amenazas de muerte.
¿Ha recibido amenazas de muerte aquí?
Han sido bastante fuertes. En otros sitios dicen que me las invento porque quiero que millones de personas no salgan de sus casas. Pero lo que he recibido en estos días es bastante impactante por lo que representa. Te leo: “Carlos Moreno, podemita de mierda, colombiano, narco de mierda, escoria sudaca, ojalá te hubiera matado Pablo Escobar, muérete, viejo asqueroso, hay que ser malnacido para condenar a toda la humanidad a vivir en guetos, pagarás por el daño hecho”. Estos son algunos de los que he recibido. Estamos hablando de proporciones mayores de odio y violencia. Hay una frase de un filósofo matemático del siglo XII, Averroes, que dice que la ignorancia genera miedo, el miedo genera odio y el odio genera violencia. Esta es la cuestión que tenemos que resolver. Es exactamente esto, nueve siglos después. Ignorancia, miedo, odio y violencia.
Cuesta entender de dónde sale esto. Hay cuestiones conspiracionistas que uno puede entender de dónde salen (aunque parezcan inverosímiles), pero esto resulta un poco exagerada, ¿no?
Es un delirio. Empezaron en Inglaterra, pasaron a Canadá… Han hecho manifestaciones en las que ves perfectamente –y lo asumen– que son grupos nazis, nacionalistas blancos, abiertamente racistas, anticomunistas (soy humanista que practica la no violencia, pero me consideran comunista porque en mi juventud estuve en un grupo de guerrilla urbana en Colombia). Es un odio que mezcla cambio climático, COVID, vacunas... Han generado como un relato que necesita una demostración de que si en el mundo entero se está aplicando esta teoría tiene que haber un gobierno silencioso que lo haga. Quieren tener razón, y como la ONU me apoya es un gobierno mundial que manda sobre todo. La Agenda 2030 y los objetivos de desarrollo sostenible son el gobierno mundial disfrazado de cambio climático, pero como todo es mentira son intereses ocultos. Solo me falta ser judío para tenerlo todo.
Hablemos de cosas más amables. ¿Cree que la gente es consciente de cuánto influye en su vida el modelo de ciudad en el que vive o tenemos tan interiorizado que hay que viajar durante una hora hasta el trabajo que no nos damos ni cuenta?
Si analizamos la manera en que utilizamos nuestro tiempo y cómo vivimos, llevamos 80 años desde la posguerra en que la normalidad es la larga distancia. El sociólogo Richard Sennet dice que la larga distancia es un vicio, y ese vicio da lugar a una adicción, que es el auto. Y se convirtió esto en la normalidad. Es normal tener coche, el coche es libertad y entonces tengo la libertad de meterme en un atasco de dos horas. Es la manera de vivir que conocemos. Pero tras el año 2000 empezó a acentuarse el cambio climático y las alianzas contra el cambio climático se hicieron más fuertes, en 2015 fue la Conferencia del Clima de París y se hizo más evidente la necesidad mundial de un acuerdo, el movimiento de jóvenes con Greta Thunberg también sensibilizó mucho sobre la necesidad de cambiar de vida. Muchos alcaldes han tomado una gran conciencia de la amenaza climática y la importancia de cambiar los hábitos. Pero es verdad que a los ciudadanos aún cuesta convencernos de que hay que cambiar nuestra forma de vida y a los empresarios de que hay que cambiar la forma de trabajar.
Ha mencionado el impacto de la COVID-19 en estas percepciones varias veces. ¿Tanta conciencia cree que ha traído la pandemia?
Creo que sí ha jugado un papel importante porque nos obligó a trabajar de otra manera, a desplazarnos menos, y trajo a las nuevas generaciones esta idea. Han visto que se puede trabajar de forma distinta y le buscan otro sentido a la vida tras la tragedia. Hay un cambio de mentalidad por el que podemos tener tiempo libre, que ahora no tenemos. Nos pasamos la vida en el transporte, sea colectivo o individual. Estamos en un movimiento de cambio, y creo que eso les duele a estos movimientos extremistas. Aún nos falta un trecho, porque cuando estas propuestas se abren camino se generan resistencias, pero se está abriendo la brecha y es urgente insistir, hay que cambiar el modelo de vida antes de que sea tarde.
El libro también transmite la idea de que esto no es solo una cuestión de calidad de vida. También dice que las ciudades centralizadas tienden a la estratificación social y creando guetos.
Igual que decíamos que tenemos ciudades desde hace 80 años que han consagrado los grandes desplazamientos como norma y no tener tiempo para nada, perdemos la vida para ganarla. Las ciudades se han estratificado, se han segmentado. Dónde se vive, dónde se trabaja, barrios ricos, barrios populares. Queremos con este concepto generar mucha más mixidad, más equilibrio económico y social. Queremos crear lugares de habitabilidad con categorías sociales mezclados. Un hábitat más social, de calidad, en el que puedas integrar gente de distintos estratos, intergeneracionales, con mejor seguridad en los espacios públicos para las personas más frágiles, para las mujeres, los niños. Pienso que estas proximidades que hablamos producen unas ciudades que tienen un mejor vivir. Cuanto más al norte de Europa vas más ves cómo este cambio hacia la proximidad, al espacio público más disponible para la gente, el comercio de proximidad, la cultura, la capacidad de organización, de moverte en bici, etc. genera mucha más actividad humana, que es lo que hace falta en la vida urbana.
La revolución de la proximidad que promuevo es una anticipación a lo que está ocurriendo, que es la revolución del trabajo
Hay cuestiones que parecen más asumibles en su modelo y otras más difíciles de cambiar. Por ejemplo, acercar los lugares de trabajo a los domicilios.
No hablamos de una varita mágica. Estamos frente a 80 años de urbanismo de segregación y fractura. Lo que en 2016 parecía imposible –me decían que mi idea era buena pero irrealizable porque nunca nadie trabajaría cerca de casa– hoy está teniendo tanto éxito por los alcaldes que la han acogido. Hay un cambio profundo en las ciudades por la COVID. Hay gente que se desplaza menos, hay trabajos que se han deslocalizado. Las grandes empresas solo abren sus centros corporativos 3-4 días por semana. Está cambiando la manera de trabajar. La asociación mundial de los inmobiliarios de oficina dice que el modelo es del siglo pasado y hay que evolucionar a un modelo en el que el trabajo está cada vez más descentralizado. Si, como es mi deber, nos anticipamos al futuro y sus mutaciones, somos pioneros de este mundo que ya se está transformando. Barcelona, Madrid, París, Londres, Berlín, Nueva York... el inmobiliario corporativo ha disminuido un 20% su presencia y su modelo económico es muy incierto. Es porque hay un cambio de mentalidad en la manera de trabajar. Es cuestión de anticipar el futuro y ver que este mundo cambiante va a pedir nuevas maneras de trabajar y por tanto de vivir. Está sucediendo. La revolución de la proximidad que promuevo es una anticipación a lo que está ocurriendo, que es la revolución del trabajo.
Cree entonces que esto es inevitable.
No solo es inevitable, hay que anticiparlo. Cuando miras el cambio climático, el protocolo de Kioto –la primera gran alianza climática– es de 1997. En 2000 los científicos dijeron que era la era del antropoceno. Estamos en 2023 y lo que se dijo en Kioto y con el antropoceno hoy es una realidad. Hace 23 días que no cae una gota de agua en Francia y estamos en grave riesgo de sequía. ¿Qué vamos a hacer cuando llegue el verano y no haya agua? ¿Qué vamos a hacer con el Mediterráneo, que tiene temperaturas anormales y produce efectos como tempestades, etc.? ¿Qué vamos a hacer con las cadenas alimentarias, que no se logran reconstruir? Hace 30 años que lo estamos diciendo. Lo que decimos hoy con la transformación de nuestro modo de trabajar y de vida es una anticipación de algo que se convierte en una realidad. Es nuestro deber llevar esas transformaciones a cabo y que la toma de conciencia ciudadana vaya a la par que la que hubo con la amenaza que representa el cambio climático, la emergencia energética y las dificultades de continuar viviendo en un mundo de grandes distancias que no es sostenible de ninguna manera.