La historia de la búsqueda de una vacuna contra el cáncer está plagada de decepciones y vueltas a empezar. Mientras los avances médicos alargaban la supervivencia de los pacientes, los investigadores se daban de bruces contra las dificultades para encontrar un fármaco que acabase con los tumores, inspirado en los logros frente a otras enfermedades infecciosas, como el sarampión, la varicela o las paperas. Pero la última década ha arrojado luz sobre unas investigaciones que pueden marcar el futuro.
“Hemos realizado un recorrido vertiginosamente rápido en los últimos 10 años. Nunca hemos estado en mejor disposición de conseguir que la inmunoterapia beneficie a los pacientes”, según explica el investigador del CIMA y codirector del departamento de Inmunología e Inmunoterapia de la Clínica Universidad de Navarra, Ignacio Melero. En un encuentro organizado por el Science Media Center España, el experto destacó las dificultades que plantea el cáncer pero ha destacado avances que abonan el optimismo.
“Estamos redescubriendo muchos mecanismos que pueden hacer que las vacunas funcionen mejor. Yo tengo esperanza sobre todo en las de neoantígenos”, ha indicado Melero.
Los neoantígenos son proteínas que aparecen en ciertas mutaciones de un tumor, exclusivos de cada paciente y podrían ayudar al cuerpo humano a producir una respuesta inmune frente a las células cancerosas. En este momento, hay varios estudios en esta línea que permitirían al propio individuo generar inmunidad frente a los mecanismos de supresión del cáncer. “Hace cinco años habría dicho que no iba a ocurrir”, apunta el experto.
Las dificultades
La dificultad para encontrar una vacuna contra el cáncer radica en las características de la propia enfermedad. Este tipo de fármacos trabajan exponiendo un organismo a un antígeno o una molécula extraña en unas condiciones que despierte una respuesta inmunitaria. En algunos casos, previene la infección y en otros, simplemente, que la dolencia se desarrolle con síntomas graves. ¿Tienen los tumores diferencias que puedan ser reconocidas por el sistema inmunitario? La respuesta es sí, porque “tiene que tener secuencias mutadas y reexpresar genes que no lo harían en el individuo adulto, pero una célula tumoral es lo más parecido que existe a una célula del propio organismo, lo que hace difícil identificar antígenos con suficiente potencia”, explica Melero.
La otra dificultad radica en que cada tumor es único. No hay dos pacientes con un cáncer igual. Y esto hace que sea posible crear una plataforma de vacuna universal, pero plantea muchos obstáculos tecnológicos y metodológicos para personalizarlas. “De un modo muy rápido, hay que utilizar mucha biotecnología y bioinformática que, hoy por hoy, sigue siendo muy imprecisa para identificar, formular y poder utilizar los antígenos exclusivos de cada paciente”, detalla el inmunólogo.
“Los obstáculos son grandes”, reconoce Melero, que indica que los esfuerzos están centrados en dos líneas. Por un lado, en vacunas terapéuticas que ataquen a la células tumorales una vez que han aparecido, para atajar a aquellas que hayan sobrevivido a otros tratamientos o evitar o ralentizar que se reproduzcan, para ganar tiempo mientras se aplican otras técnicas. Por otro, en preventivas, para evitar que vuelva a aparecer un tumor tras una cirugía o en personas genéticamente predispuestas a padecerlo. “La heterogeneidad del tumor existirá, pero no será tan dramática como en un caso de cáncer metastásico y la vacunación tendrá mayor efecto”, señala.
Estamos redescubriendo muchos mecanismos que pueden hacer que las vacunas funcionen mejor. Yo tengo esperanza sobre todo en las de neoantígenos
Precisamente, los cánceres metastásicos, la variabilidad de los tumores y que, en muchos casos, las variantes de escape ya están formadas cuando los equipos médicos tienen que intervenir determinan la hoja de ruta. “Los tumores tienen el genoma humano a su disposición y despliegan los mecanismos que naturalmente protegen de la inmunidad”, indica el investigador, que apuesta por terapias combinadas de inmunoterapia e inmunomodulación, que consiste en modular la respuesta frente al cáncer, un campo en el que sí se han conseguido grandes avances.
BioNTech: “Antes de 2030”
Moderna está explorando la tecnología de ARN mensajero, que se impulsó para el fármaco contra la COVID-19 durante la pandemia, pero que ya se venía gestando en el campo oncológico. A finales de 2022, la compañía anunció que sus investigaciones contra el cáncer de piel habían reducido el riesgo de muerte en un 44% en combinación con el fármaco Keytrude de Merck con respecto a si este se suministrase solo.
El estudio se encontraba todavía en fase preliminar, pero la farmacéutica planea pasar a la fase 3 este año. El director adjunto de Moderna, Stéphane Bancel, afirmó en un comunicado que comenzarían los estudios adicionales en melanoma y otros cánceres de piel “con el objetivo de ofrecer tratamientos individualizados”, que permitan a los pacientes generar su propia respuesta antitumoral mediante la generación de células T específicas, que ayudan al cuerpo a protegerse de infecciones y a combatir el cáncer.
Los cofundadores de BioNTech, UÄur Åahin y Özlem Türeci, afirmaron en octubre durante una entrevista en la BBC que “antes de 2030” podría estar lista una vacuna contra el cáncer, aprovechando los conocimientos extraídos de sus trabajos con Pfizer contra el SARS-CoV-2 que “acelerarán” los desarrollos oncológicos. La compañía alemana tiene en marcha varios ensayos clínicos contra el cáncer de colon y el melanoma.
El Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EEUU (NIAID) publicó en la revista Cell los resultados de un estudio sobre la vacuna experimental SNAPvax, , en fase clínica. Según los investigadores, el fármaco podría mejorar el control del tumor al aumentar la cantidad de células T.
De ver la luz, algo que todavía puede llevar años, ninguna de estas sería la primera vacuna contra el cáncer. La Agencia de Medicamentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó en 2010 el Sipuleucel-t de Provenge, un medicamento contra el cáncer de próstata avanzado, que se fabrica a partir de las propias células del paciente y que activa su sistema inmunológico contra el tumor.
Esta vacuna terapéutica estaba destinada a aquellos pacientes con cánceres metastásicos que ya no respondían a los tratamientos hormonales. Según los datos del ensayo clínico que permitió su comercialización, reducía el riesgo de mortalidad en un 22,5% y prolongaba la supervivencia unos cuatro meses. “Se consiguió aumentar el tiempo de supervivencia, pero no espectacularmente”, explica Melero, que apunta que por su gran complejidad acabó siendo desplazada por otros agentes con un efecto más utilizado y simple.
Algunos fármacos, aunque no vacunas
Aunque no son vacunas contra el cáncer, algunos fármacos sí han demostrado su eficacia a la hora de prevenir determinados tumores, causados por infecciones virales. Es otra forma de prevención. Los casos más evidentes son los del virus del papiloma humano (VPH), que puede originar casi todos los casos de cáncer de cuello uterino, algunos de vulva, vagina, pene, ano y orofaringe, o el de la hepatitis B, responsable del de hígado. “Esos fármacos no inmunizan frente a nada que vaya a estar en el tumor, sino frente a proteínas del virus que es capaz de producir células”, aclara Melero.
El informe 'Las cifras del cáncer en España 2023', de la Sociedad Española de Oncología Médica, estima que este año se diagnosticarán en este país 279.260 nuevos casos. En el caso de los hombres, tendrán más afectación los de próstata (29.002), colon y recto (26.357), pulmón (22.266) y vejiga (17.731); en las mujeres, el de mama (35.001), colón y recto (16.364), pulmón (9.016) y útero (7.171). El estudio recoge también un aumento de la supervivencia, que se ha duplicado en los últimos 40 años debido “a las actividades preventivas, las campañas de diagnóstico precoz, los avances terapéuticos y, en hombres, la disminución de la prevalencia del tabaquismo”.