La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

El caso Errejón pone a prueba la respuesta de los partidos ante el machismo

Quién sabía qué o quién hizo qué o quién debería haberlo hecho y no lo hizo. Un caso concreto, el de Íñigo Errejón, ha puesto sobre la mesa la capacidad de reacción y acción de las formaciones por las que pasó el diputado, pero también las costuras de todo un sistema: el que debería servir para abordar, cortar y, antes que nada, prevenir el machismo en todas sus formas en los partidos políticos. Si bien las mujeres que han señalado los comportamientos de Errejón están fuera de los partidos, sus testimonios, así como los de otras que en esta u otras ocasiones han hablado, muestran que el machismo también atraviesa la política. Más allá de los casos de acoso y de las agresiones, los más graves y visibles, no parece que las formaciones hagan todo lo necesario para erradicar el caldo de cultivo en el que se producen.

La Ley de Paridad aprobada hace unos meses modifica la Ley de Partidos para obligar a todos a tener un plan de igualdad interno “que incluirá medidas para prevenir y detectar la violencia machista” y también un protocolo “de actuación ante la violencia machista que ejerzan, dentro o fuera de la organización, afiliados o bien personas que sin estar afiliadas tengan un cargo de representación o hayan sido designadas para una función específica, con independencia del nivel jerárquico o del cargo público que ocupen”. Eso hará que se amplíe el radio de acción de los actuales protocolos: ni todos los partidos tienen ni todos especifican qué sucede con los comportamientos que alguien ejerce fuera de la organización o incluyen planes de sensibilización y prevención.

El PSOE cuenta con un protocolo de prevención e intervención frente al acoso sexual y por razón de sexo, también Más Madrid y Podemos, que tiene uno “de sensibilización, prevención y actuación frente a conductas machistas y LGTBIfóbicas”. Sumar tiene un código ético, pero no ha desarrollado todavía un plan contra el acoso. En el caso del PP, existe un protocolo de prevención del acoso laboral, a secas, aunque menciona en el texto el sexual y por razón de género como uno de los tipos de acoso, pero sin medidas específicas de prevención. Lo mismo sucede con Vox que, eso sí, se ahorra el concepto de acoso por razón de sexo y habla de “acoso discriminatorio” por raza, sexo, religión, discapacidad o edad. En Catalunya, todos los grandes partidos cuentan con un protocolo contra la violencia machista y el acoso sexual. También lo tiene Bildu, mientras que el PNV remite al código de comportamiento de sus estatutos.

“No podemos plantear fuera tolerancia cero con el machismo y no hacer lo mismo internamente”, subraya la sindicalista de CCOO Begoña Marugán, experta en planes de igualdad y protocolos de acoso, que explica que los partidos, con o sin protocolo, deben tener normas de conducta y comportamientos que sean reprochables y sancionables, también con la expulsión en el caso de los más graves, como el acoso y las agresiones. “Protocolos y códigos de conducta deben estar conectados, uno tiene que aludir al otro y viceversa, y no dejar a nadie de dentro o fuera de la organización desprotegido. Además, no existe el 'fuera': uno es la misma persona dentro y fuera de su organización”, añade.

Marugán destaca que los protocolos no son solo de actuación sino de prevención: “El acoso y las agresiones se combaten combatiendo el machismo y la discriminación”. Lo mismo afirma la directora del Instituto de las Mujeres, Cristina Hernández. “El machismo es viscoso, está en todos los espacios y hay muchos grados. No todo lo que sucede son agresiones o acoso pero sí hay que atender todo lo que sucede: una agresión no se produce si no hay un caldo de cultivo que la sostiene, desde roles de género a estereotipos o dinámicas”, sostiene. Es decir, la mirada no tiene que estar puesta solo en la punta del iceberg –los actos más graves que pueda cometer alguien– sino también en la base que la sostiene.

Cómo hacerlo

Una asesora de un partido de izquierdas que prefiere no revelar su nombre habla precisamente de cómo “el machismo estructural” impregna a las organizaciones y condiciona también la manera en la que esos protocolos y códigos se aplican. “Creo que muchas veces cuesta que prenda la espita inicial para ponerlos en marcha o para denunciar algo. Una vez se enciende, si existen buenos mecanismos, y algunos partidos los tienen, me parece que sí funcionan, lo que pasa es que la mayoría de veces no nos enteramos porque son procesos que no se comunican”, cuenta. Esta asesora coincide en que la clave es “cultural”, es decir, tiene que ver con qué se considera que tienen que abordar esos documentos y trabajos internos y qué no, qué se considera importante señalar, a qué comportamientos atender... “En ese terreno es donde más tenemos que avanzar, hacer que las organizaciones sean en general mucho más feministas en todos los sentidos”.

La ley del “solo sí es sí” ya instaba a que empresas y organizaciones no solo formaran a las comisiones que aplicaran los protocolos de acoso, sino que toda la plantilla recibiera sensibilización y acciones de prevención.

“La mejor forma de prevenir el machismo y la violencia es llenar de feministas los espacios, y la diferencia entre unos partidos y otros es cuántas feministas hay en las organizaciones”, asegura también la directora del Instituto de las Mujeres, Cristina Hernández. Cuando se activa un protocolo, prosigue, es que ya ha habido un agresión o un comportamiento grave, y eso es lo que hay que evitar. “La política es un ámbito aún muy masculinizado, el poder y el espacio no te lo dan, sino que se quita a codazos, y muchas mujeres deciden abandonar espacios en defensa de su salud y su integridad. Eso es lo que hay que transformar”, asegura. Esa transformación pasa por conseguir la paridad en todas las esferas, por erradicar los espacios informales de toma de decisiones y los comportamientos hostiles como norma, o por acabar con la segregación de tareas y puestos de trabajo, enumera Hernández.

La sindicalista Begoña Marugán opina de manera similar y afirma que el acoso se combate “acabando con el desprecio hacia las mujeres”. Ese desprecio toma muchas formas y muy distintas, desde la discriminación laboral, los sueldos más bajos para las mujeres o la duda y el ninguneo de la palabra y la experiencia de las mujeres. “Hablemos de las mujeres como ciudadanas. Y tengamos una actitud proactiva, no podemos dejar todo en manos de la víctima”, agrega Marugán sobre la idea de que solo hay que aprobar protocolos y esperar a que las mujeres hablen.