Susana Moreno, profesora del Instituto de Educación Secundaria de San Cristóbal de los Ángeles (Madrid), ha sido testigo de cómo alguno de sus alumnos que no daban palo al agua con 13 o 14 años luego se han convertido en grandísimos estudiantes. Por eso, el proyecto de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (Lomce), que pretende que ya con 14 años (en 3º de ESO) los chicos sean separados entre Bachillerato o Formación Profesional, le parece “un disparate”.
“Los alumnos que tienen malos resultados no es que no valgan, puede simplemente que no tengan unas circunstancias óptimas para estudiar. El niño que no estudia no es porque no quiere. Si se les saca tan pronto del sistema accederán a trabajos mal remunerados de los que nunca podrán desvincularse”, advierte esta docente, que da clases de Lengua en uno de los barrios más desfavorecidos de Madrid a alumnos de entre 12 y 18 años.
Las pretensiones del Gobierno del PP y del ministro de Educación, José Ignacio Wert, pasan por intentar bajar, con esta medida, el alto porcentaje de fracaso escolar que hay en España y dirigir la educación directamente hacia el mercado laboral. Un informe reciente presentado por la Unesco señala que uno de cada tres jóvenes españoles de entre 15 y 24 años dejaron sus estudios antes de terminar la enseñanza secundaria, cuando la media europea está en uno de cada cinco. “Por eso la reforma conduce a los peores alumnos a hacer trabajos manuales, se les está diciendo que no pueden hacer otra cosa. Responsabilizar a un chico porque ha tenido menos oportunidades que otro es determinista. Todos los niños tienen que tener la misma oportunidad de acceso al conocimiento”, denuncia la profesora Susana Moreno.
La idea del PP no es nueva. Ya en 2002, cuando era ministra Pilar del Castillo, intentó que la edad de separación de los niños fuese mucho antes, a los 12 años. La polémica está servida. En Alemania, es el modelo a seguir por muchos: la segregación se hace también a edades muy tempranas. Hay expertos en Educación, como Ángel de la Fuente, del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que defienden la propuesta: “Es una medida buena y tiene cierta lógica. Si a un alumno no le gusta estudiar puede hacer algo más práctico y que además le guste. Eso sí, tiene que haber pasarelas de vuelta, que el chico que se vaya a FP, si quiere luego pueda retomar otros estudios superiores, que la decisión no sea irreversible”, explica De la Fuente.
Pero hay padres y profesores que no opinan lo mismo, y que consideran que segregar a edad tan temprana expulsa del sistema a los chicos de las clases más desfavorecidas. Les apoyan además informes como uno de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) de febrero de este año, que decía precisamente que segregar a los alumnos eleva el fracaso escolar, al contrario de lo que pretende el PP.
Para José Luis Pazos, presidente de CEAPA, la asociación de padres mayoritaria en el sector, “no se puede pedir a alguien que con 14 años tome una decisión tan importante de cara al futuro”. “Sobre todo cuando estamos viendo que la vida es un continuo cambio y reciclaje, la gente pasa por varios sectores laborales y no se puede pedir que una decisión con 14 años te determine lo que vas a estar haciendo con 25”, denuncia Pazos. Para él, “la formación común tiene que ser como hasta ahora, hasta los 16 años, y la especialización después”.
Vivi Cuenca tiene 39 años y cuando estudiaba el antiguo BUP repitió dos cursos. Después encontró la motivación cursando estudios de Publicidad y ha dirigido su carrera hacia este sector y hacia el mundo del cine. “Cuando tenía 14-15 años no pensaba en que si no estudiaba no tendría un buen salario en el futuro, no hacía esa relación. Fue más adelante cuando me di cuenta de que si estudiaba tendría más posibilidades”, cuenta Victoria. Su perfil cambió totalmente cuando empezó Publicidad: “Saqué buenas notas, fui delegada de clase, organizaba actos… Pero eso me llegó más adelante, con 18 y 19 años”.
El caso de Rocío Pastor, sevillana de 41 años, es parecido: mala estudiante en el instituto y luego una vida profesional encauzada. “Repetí cuatro veces segundo de BUP. Estudié en un colegio de monjas hasta los 14 años y allí estaba muy controlada. Luego mis padres me cambiaron a uno público y lo suspendía todo. Para mí era más divertido estar comiendo pipas en el parque de María Luisa que ir a clase”, explica Rocío, que trabaja como asistente del director regional de la zona sur de una cadena de hoteles. “Mi recorrido laboral ha sido largo, pero siempre tuve claro que quería dedicarme al mundo de las Relaciones Públicas, y en ese sector he estado formándome”, agrega.
Un caso más reciente de redención educativa lo protagoniza Marisa Florentín, de 17 años y estudiante en Madrid de Bachillerato de Ciencias Sociales. “Antes era nula, mala estudiante, tuve que repetir 1º de ESO. No me planteaba nada. Ahora soy más consciente de que si en el futuro quiero una buena vida tengo que estudiar”, cuenta esta adolescente, que ya saca buenas notas con un objetivo profesional: el sector turístico. Como en el caso de Vivi y de Rocío, el papel de los padres fue determinante para Marisa. “Mi madre habló conmigo y me hizo reflexionar. Muchas veces tienes que confundirte para darte cuenta de las cosas”, concluye esta estudiante.