Cantaba Joaquín Sabina allá por 1980 que en Madrid las estrellas se olvidan de salir. Hoy conocemos mejor las causas de este olvido y el ritmo al que la contaminación lumínica engulle las estrellas en Europa y América del Norte. La claridad crece casi un 10% al año por culpa de la luz artificial; un ritmo mucho mayor de lo pensado. Tan frenético, que un niño que al nacer viera 250 estrellas no lograría vislumbrar más de 100 al cumplir los 18 años.
Son datos publicados este jueves por la revista Science. Provienen de un macroestudio elaborado durante 12 años (entre 2011 y 2021) gracias a la participación de más de 50.000 científicos ciudadanos: voluntarios que han reportado sus observaciones a simple vista a través de una plataforma informática llamada Globe at Night. Unas 5.000 de esas observaciones proceden de voluntarios de España, según fuentes de la investigación.
El ritmo al que crece la claridad –y desaparecen las estrellas– es, según el estudio, mucho más rápido del que se pensaba. Hasta ahora se creía que la claridad crecía ‘solo’ un 2% anual, según los datos del Programa de Satélites Meteorológicos de Defensa de Estados Unidos.
Ver un cielo nocturno lleno de estrellas solía ser una experiencia humana universal, y ahora se ha convertido en algo poco común y caro de conseguir
Pese a toda la tecnología espacial invertida, los directores de la investigación constatan que vamos a ciegas y que solo el ojo humano está siendo capaz de documentar la dimensión de esta catástrofe silenciosa.
Satélites 'ciegos'
En su artículo explican las causas de esta ceguera de la que no éramos conscientes: “Por desgracia, los únicos instrumentos de satélite que actualmente vigilan toda la Tierra tienen una resolución y sensibilidad limitadas y no pueden detectar la luz con longitudes de onda inferiores a 500 nanómetros”. Sin embargo, las bombillas LED de luz azul, cada vez más extendidas, suelen emitir en una longitud de onda de entre 400 y 500 nanómetros, así que son indetectables para los satélites actuales.
El uso de bombillas LED de luz azul en exteriores comenzó a generalizarse hace una década y los satélites existentes no son capaces de detectar sus emisiones. Tampoco las de la luz artificial que se emite en horizontal, como las de los anuncios luminosos o las fachadas de los edificios.
“Ver un cielo nocturno lleno de estrellas solía ser una experiencia humana universal, y ahora se ha convertido en algo poco común y caro de conseguir”, señala a elDiario.es Christopher C. M. Kyba, científico del Centro Alemán de Investigación en Geociencias en Potsdam (GFZ, en sus siglas alemanas), autor principal del estudio. Este físico experimental propone apagar las luces publicitarias, comerciales y de los monumentos “cuando la mayoría de la gente se va a la cama”.
“En Alemania, las luces de los aparcamientos suelen apagarse cuando cierran los comercios, mientras que en Estados Unidos suelen dejarse encendidas toda la noche, incluso cuando no hay clientes, empleados o repartidores utilizando el aparcamiento”, añade Kyba.
Un estudio publicado en septiembre de 2022, y liderado por el español Alejandro Sánchez de Miguel, ya alertó de la creciente presencia en las ciudades de farolas con bombillas LED que emiten luz azulada. El efecto ha sido especialmente destacado en Italia, Rumanía, Irlanda y Reino Unido, mientras que Austria y Alemania han sido los países que menos cambios experimentaron.
Lo más importante no es la pérdida de visión de estrellas (eso es una cuestión secundaria): lo realmente preocupante es el impacto ambiental que esto conlleva
“El artículo me parece bastante robusto. En este caso se están utilizando los humanos como sensores. La fisiología humana no va a cambiar en mucho tiempo y, por tanto –cuando se trata de una cantidad muy grande de datos– el ojo humano es más fiable que las imágenes de satélite. Las conclusiones del artículo van en la misma línea de lo que nosotros publicamos hace unos meses sobre lo que pueden decir los satélites. (...) Lo más importante no es la pérdida de visión de estrellas (eso es una cuestión secundaria): lo realmente preocupante es el impacto ambiental que esto conlleva”, señala Sánchez de Miguel en declaraciones al SMC España.
Una luz que nadie utiliza
Kyba avisa de que el aumento del brillo del cielo es señal de que estamos iluminando de forma ineficiente –“eso significa que estamos gastando mucha energía y dinero en producir una luz que nadie utiliza”– y también alerta del gran impacto ambiental que esto supone. Pone un ejemplo concreto: “Las aves migratorias vuelan a menudo hacia las fachadas de los edificios iluminados cuando hace mal tiempo, y luego mueren en colisiones con estos edificios”.
Ya en 2014, un estudio con participación del CSIC documentó en Australia cómo durante los primeros vuelos hacia el océano, miles de aves marinas jóvenes desorientadas por las luces acaban en el suelo, donde son atropelladas. En enero de 2022, el proyecto español LuMinAves investigó el mismo fenómeno en aves de la Macaronesia (Azores, Canarias, Cabo Verde, Madeira y las islas Salvajes).
El artículo publicado ahora incide en los procesos fisiológicos y de comportamiento de la vida en la Tierra que están relacionados con ciclos diarios y estacionales: “La depredación visual requiere suficiente luz para ver, por lo que se espera que las interacciones depredador-presa se vean afectadas por la luz del cielo”. Los autores admiten que –de momento– existe poca investigación de campo sobre los efectos ecológicos de la radiación de las luces LED, pero recuerdan que ya se ha demostrado que está afectando a los animales y a las plantas.
Melatonina y salud
“Quizá el mensaje más importante que la comunidad científica debería extraer del estudio de Kyba et al. es que la contaminación lumínica se está incrementando con independencia de las contramedidas puestas en marcha supuestamente para limitarla”, señalan en un comentario a la investigación Fabio Falchi y Salvador Bará, del Departamento de Física Aplicada de la Universidad de Santiago de Compostela y del Instituto de Ciencia y Tecnología de la Contaminación Lumínica de Thiene, en Italia.
Falchi y Bará enfatizan, además, los efectos sobre la salud: “Los animales, incluidos los humanos, disminuyen su producción de melatonina en respuesta a la luz artificial por la noche. La melatonina es una hormona fundamental que controla el reloj circadiano interno de los animales y, por tanto, su fisiología. La falta de esta hormona podría tener numerosas consecuencias negativas para la salud”
Estos dos expertos llaman la atención sobre un hecho concreto: “A la gente generalmente solo le impacta la 'belleza' de las luces de una ciudad, como si fuesen las luces de un árbol de Navidad. Es que no se dan cuenta que esas son imágenes de contaminación. Es como admirar la belleza de los colores del arcoíris que produce la gasolina en el agua y no reconocerla como contaminación química”.