La “tubería rota” de las científicas en España: ¿por qué el 75% de las mujeres no llega nunca a los cargos más altos?
Las mujeres representan tan solo el 21% de los cargos investigadores de primer nivel dentro de la universidad pública y el 25% en los organismos públicos de investigación (OPIs) españoles. Es una de las muchas conclusiones a las que llega el Estudio sobre la situación de las jóvenes investigadoras, realizado por la Unidad de Mujeres y Ciencia y presentado este jueves por el Ministerio encabezado por Pedro Duque. El informe de 88 páginas se engloba dentro del Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia, celebrado este 11 de febrero, y de las recientes propuestas del Gobierno para que la investigación deje de ser un sector precario, en especial en el caso de las mujeres.
Gracias a la participación de 5.600 profesionales y un cuestionario remitido a las principales OPIs de nuestro país, como el CSIC, el ISCIII, el Instituto de Técnica Aeroespacial (INTA) o el Centro de Investigaciones Energéticas Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT), el informe aborda de forma precisa la situación de las españolas en la Ciencia. Y los resultados no son demasiado halagüeños.
Una de las grandes consecuencias de esta desigualdad es lo que en el sector se reconoce como la metáfora de la “tubería rota” o que gotea (leaky pipeline). Viene a decir que aunque las mujeres tienen una representación mayor o igual que los hombres en las primeras etapas de la carrera investigadora, esta proporción desciende a medida que sube el rango. Esta metáfora explica el “gráfico de tijera” o el “gráfico de pinza”, que se ha convertido en una constante dentro del análisis científico en clave de género.
En el ámbito general de la investigación, las científicas no representan un porcentaje muy inferior respecto a sus homólogos masculinos. Por ejemplo, en 2018, había 234.7983 profesionales en todos los sectores, público, privado y enseñanza superior. En total, las mujeres conformaban el 41% representado por 95.717 investigadoras. Sin embargo, la brecha entre los porcentajes se hace más acusada cuando se subdivide la carrera profesional por etapas. En el grado D o etapa de predoctorado, las cifras son similares llegando a superar ellas en 8 puntos a sus compañeros en el caso de los OPIs. Es más, según el Ministerio de Universidades, en 2019 se aprobaron 10.165 tesis doctorales en España, de las cuales 5.106 correspondían a investigadoras y 5.059 a investigadores.
La cosa se va complicando tras los primeros 3 y 5 años de trayectoria (la media de lo que dura la etapa D). En la C, o fase posdoctoral que se subdivide en junior (3 años) y sénior (8 años), la pinza o la tijera se empieza a abrir aún más. En la B, la fase de titular y de estabilización de la carrera científica, hay ya 20 puntos de diferencia entre hombres y mujeres (60% ellos, 40% ellas). Pero donde las científicas salen peor paradas es a la hora de optar al grado de reconocimiento A, el más alto de todos, como Profesorado de Investigación en los OPIs y Profesorado Catedrático en la universidad.
A la vista de la larga y ardua carrera científica, también se produce una diferencia atendiendo a intervalos de edad. Mientras que el tramo más joven de 25 a 35 está igualado, según avanzan se empieza a ver la diferencia progresiva entre hombres y mujeres, como se observa en el siguiente gráfico. El declive comienza en el tramo de los 45 a 55 años, con una proporción aproximada de 60-40. Pero en el caso de mayores de 55 años, ellos suponen ya el 65% de la masa científica y ellas el 35% tanto en organismos públicos como en la universidad. Por otro lado, los investigadores de más de 65 o ad honorem, son en su mayoría hombres en un 71% en los OPIs y en un 75% en la universidad.
Además del análisis cuantitativo, el informe del Ministerio de Ciencia también ofrece una impresión valorativa en base a las encuestas y a la literatura científica que hay sobre la desigualdad en el sector. A los grupos focales, este descenso de mujeres a medida que se avanza en edad y en escala les parece problemático y desilusionante. Además, destacan que el reducido número de mujeres en puestos altos o de decisión dentro de la escala produce el efecto colateral de que siempre se llame a las mismas investigadoras para que participen en congresos, tribunales y en los medios de comunicación.
Las científicas también tienen carreras más cortas que sus compañeros: 9,3 años de media ellas y 11 años ellos. Esto, según el informe, se traduce en que las ellas sufren un 19,5% más el riesgo de abandono de la carrera investigadora, “lo que les da a los científicos varones una gran ventaja acumulativa a lo largo del tiempo”, expresa el estudio.
Por otro lado, el acoso sexual en los lugares de trabajo es algo a destacar como potencial elemento disruptor de las carreras de las profesioanles, provocando el desencanto con la labor que desarrollan e incluso el abandono. En esta encuesta, un 10,8% de mujeres reconoce haber presenciado estas situaciones en el trabajo (frente a un 12,2% de hombres) y al 14% de les ha ocurrido en primera persona. El informe hace alusión a otros estudios al respecto, como uno realizado desde la Unión Europea en 2012, donde se estimó que al menos el 54% de las científicas en España había sufrido algún tipo de acoso sexual.
Discriminación por ramas científicas y “efecto Matilda”
Por otra parte, existe segregación horizontal de mujeres en áreas tecnológicas e ingenierías, mientras que en otras ramas la representación de las mujeres y de los hombres alcanza una presencia equilibrada o incluso cifras paritarias. La ingeniería y la informática, como campos que ofrecen las mejores oportunidades y representan más del 80% de los empleos STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), están más ocupados por hombres.
En 2018, las jóvenes investigadoras españolas representaban el 35% del personal investigador de este área, contrastando con el porcentaje en ciencias médicas y de la salud, donde las mujeres jóvenes representan el 65%, aunque eso tampoco les garantiza llegar a los puestos más altos, como muestra el siguiente gráfico de tijera.
En el caso de la ingeniería y la tecnología, las mujeres empiezan en el nivel D siendo el 36% y, al llegar al A, su presencia disminuye hasta el 16% frente al 84% de sus homólogos. Algo parecido ocurre en las ciencias exactas y naturales (43% en el D y 22% en el A). Pero aún más abrupta es la desigualdad en el caso de las ciencias sociales, donde lideran el espectro hasta el nivel B (51%), pero en el A sufren una caída en picado hasta el 26%.
En 1955, las científicas que publicaban eran el 12% del total de autores, mientras que en 2005 eran el 35%. Pero en áreas como matemáticas, física y ciencias informáticas, las mujeres representan solo el 15% de los autores. El informe achaca esto al “currículum oculto” como generador de barreras de acceso para las niñas respecto a las áreas tradicionalmente masculinas.
La falta de referentes históricos en estas ramas se conoce como “efecto Matilda”, y es algo que hoy en día sigue invisibilizando el trabajo de las científicas. “En los equipos de trabajo también puede producirse un efecto Matilda muy pernicioso alimentado por nuestros sesgos inconscientes, que nos hacen pensar que la feliz idea, la contribución genial, la ha hecho un hombre, y que las mujeres del equipo solo contribuyen con su duro trabajo”, explicaba la presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). Así ha ocurrido en los premios Nobel, por ejemplo, donde los hallazgos de equipos mixtos han quedado muchas veces eclipsados por quienes se suben al atril a recoger el galardón, en su mayoría hombres.
Principales conclusiones y recomendaciones
En los últimos trece años, España ha avanzado mucho en políticas públicas y marcos legislativos para implantar estrategias, planes y programas que han beneficiado también a la ciencia en materia de igualdad de género. Así, las universidades y centros de investigación públicos españoles se han ido dotando de planes de igualdad y protocolos frente al acoso sexual y acoso por razón de sexo, así como de unidades de igualdad a cargo de su implementación, desarrollo y aplicación.
Sin embargo, hay margen para la mejora. Cada vez hay más mujeres jóvenes que se incorporan a la ciencia, pero no todas se quedan. Además, las ramas STEM muestran una importante carencia de talento femenino y, como dijo el ministro Pedro Duque, “eso es como echar a perder la mitad de los grandes cerebros de la humanidad”. El informe también apuesta, entre las muchas cosas que hay que cambiar, por una transformación de los roles que se establecen en los equipos de trabajo, y por que la dedicación y la competitividad del sector no termine redundando en “una carrera de obstáculos para las científicas jóvenes”.
Lo que también destaca la Unidad de Mujeres y Ciencia es que nuestro país no ha implementado acciones específicas ni modificaciones legislativas orientadas en exclusiva a abordar estos problemas. Por lo tanto, a modo de recomendación, propone algunas cosas como atraer a las niñas a la ciencia y romper el estereotipo masculino; apoyar y fomentar la elección no sesgada de estudios; o mejorar la información y los procesos relacionados con el desarrollo de la carrera científica. También pide respuestas contundentes contra los sesgos de género y discriminación que desalientan a las investigadoras, y muy especialmente por enarbolar una “tolerancia cero” frente al acoso sexual en los laboratorios.
3