Los científicos lo certifican: ha sido un error mercantilizar la naturaleza para intentar conservarla

La visión mercantilista y sesgada del medio ambiente por quienes toman decisiones de conservación ha contribuido a agravar la crisis de biodiversidad que vive nuestro planeta. Es una de las conclusiones más importantes del trabajo que se publica este miércoles en la revista Nature, en el que un equipo de más de ochenta investigadores, encabezado por el español Unai Pascual, ha analizado más de 50.000 publicaciones científicas, documentos sobre políticas y fuentes de conocimiento indígena y local para comprender mejor los diversos beneficios de la naturaleza y cómo se valoran.

El documento se basa en la Evaluación de valores de julio de 2022 de la Plataforma IPBES, un organismo independiente creado en el seno de la ONU con un rol similar al del IPCC con el clima, pero en materia de biodiversidad. El trabajo resume la variedad de criterios con los que las personas valoran la naturaleza, más allá del aprovechamiento económico, que abarcan su uso como espacio recreativo, vital o espiritual, y subraya la ausencia de todos estos valores en la formulación de políticas clave de conservación. El sistema de evaluación y toma de decisiones, destacan los autores, está distorsionado por la tendencia a traducirlo a valores materiales o monetarios, sin tener en cuenta otros muchos aspectos. 

El lenguaje del dinero

“La mayoría de las decisiones políticas solo tienen en cuenta aquellos beneficios que la naturaleza nos aporta que tienen una señal de mercado”, explica Unai Pascual a elDiario.es. “Pero así se dejan de lado un montón de valores que pueden ser importantes para la economía, como la degradación de la biodiversidad, solo porque no hay un mercado que refleje esos valores”. Como ejemplo, apunta, para la toma de decisiones políticas se tienen en cuenta factores como la degradación del suelo en un territorio o el efecto de la escasez de agua en la productividad agrícola. Sin embargo, la desaparición de polinizadores y su efecto en las cosechas o el impacto que esa situación tiene sobre los habitantes de la zona, pasa sistemáticamente bajo el radar porque no se ha establecido una manera de traducirlo a dinero.

“Dada la asignación actual de derechos de propiedad en los sistemas políticos predominantes”, escriben los autores del informe, “la prioridad de los valores instrumentales basados en el mercado en muchas decisiones está en el centro de las causas directas e indirectas subyacentes de la crisis mundial de la biodiversidad actual”. Y estos valores, señalan, deben equilibrarse con valores no comerciales “que también son parte integrante de las razones por las que la naturaleza es importante para las personas”.

Mercados distorsionados

Aunque los autores del informe no lo mencionan explícitamente, uno de los ejemplos más claros de esta distorsión es la que se produce en el sistema de compensación de carbono que se estableció a partir del Protocolo de Kioto. En el caso de la reforestación de bosques, uno de los pilares de todo este mecanismo de compraventa, convertir el carbono en la moneda de cambio, sin tener en cuenta otros factores, ha conducido a algunas situaciones límite, como que en algunos proyectos se prime el monocultivo de especies de árboles que retiran mucho carbono, sin tener en cuenta el impacto en la biodiversidad.

“Cuando hablamos de los beneficios de un bosque, ¿de qué estamos hablando?”, se pregunta el investigador de BC3 e Ikerbasque. “No hay un valor, sino una diversidad de valores. Pero, si mediante las políticas creamos un mercado de carbono, casi todas las decisiones se van a sesgar a aquellos valores que el mercado está señalando para el beneficio de algunos”.

El sistema de compensación del carbono ha dado lugar a situaciones tan paradójicas como que los grandes fabricantes de acero o cemento se hayan visto recompensados por contaminar o que algunas grandes empresas petroleras, en lugar de reducir su producción de combustibles fósiles, se permitan presumir de haber compensado sus emisiones gracias a la inversión en proyectos cuya ejecución ha sido puesta en duda por investigadores independientes. “En última instancia”, resumía la periodista Lisa Song en un especial de ProPublica, “las [empresas] contaminadoras obtuvieron un pase libre de culpa para seguir emitiendo CO2, pero la preservación del bosque que se suponía que equilibraría el balance nunca llegó o no duró”.

El “valor” de un manglar

El catedrático de Economía e Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona, Joan Martínez Alier, considera que este trabajo es del máximo interés y viene avalado por el prestigio de sus autores. “La cuestión es ¿qué hacemos ante la biodiversidad que desaparece?”, explica el especialista, recientemente distinguido con el prestigioso premio Holberg. “Hay quienes han venido diciendo: expliquemos al público y a los ministros que esas pérdidas, si las traducimos en dinero, son enormes. Otros decimos: esas pérdidas efectivamente son enormes y hay que valorarlas en diversas unidades de valor, valores plurales que hay que averiguar hablando con la gente local y que hay que explicar al público en general y a los ministros”.

Para entender la importancia de los “valores plurales”, Martínez Alier cita el ejemplo de los manglares. Un manglar vale para proteger la costa, vale también como criadero de peces y otros seres vivos, para vender la madera o para almacenar CO2. “Pero vale también porque alimenta a la población humana local, tal vez fuera del mercado. Y esa población tal vez sea ancestral, tiene derechos al territorio”, señala.  Un manglar que se conserva vale pues por distintas razones, resume. “El tema no es reducir esos valores a una única unidad, dinero, y comparar con el valor en dinero que se gana al arrasar un manglar y hacer acuicultura de camarones para exportar”.

Comunidades agraviadas 

El informe publicado ahora menciona explícitamente las comunidades locales e indígenas (IPLC) y destaca el “importante papel de sus visiones del mundo y los valores generales, incluidas las normas sociales y las creencias culturales y espirituales, en estos procedimientos de valoración”. Es deseable, aseguran, reunir métodos de valoración asociados con diversas visiones del mundo y aceptar las limitaciones de la integración del conocimiento. Esto implica escuchar a las comunidades que viven en lugares que se quiere proteger, comunidades que a menudo ven cómo lo que han sido sus tierras se convierten en objeto de intercambio y se les expulsa en nombre de la conservación, incluso con gran violencia, como pasó en Uganda.  

Hay muchos valores que no se pueden convertir en producto. El problema ha sido dejar todo esto al albur del mercado

Esto es algo que viene denunciando desde hace años organizaciones como Survival International, quienes destacan que las comunidades locales son la mejor garantía para la conservación. “El 80% de la biodiversidad de la Tierra se halla en territorios indígenas, estas personas tienen derecho a gestionar sus territorios y lo hacen mejor que nadie”, asegura Lola Rama, investigadora de esta organización. “Ahora mismo muchos países africanos tienen entre el 35 y el 40% de su territorio dedicado a áreas protegidas y conservación. Los derechos de los pueblos indígenas no deberían depender de que las estructuras que han sido culpables de su despojo encuentren el modo de afrontar esta tarea abrumadora”.

El investigador Fernando Valladares, director del grupo de Ecología y Cambio Global en el Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), cree que el trabajo es muy interesante porque demuestra, en una amplia revisión, que se tiende a medir poco los valores de la naturaleza.. A su juicio es especialmente relevante que se empiece a valorar el papel que tienen las personas en la gestión de la naturaleza. “Es un buen aporte para destacar que la naturaleza nos sirve para muchas cosas, más allá de lo que venimos entendiendo”, sostiene. “Y es precisamente por esa falta de valoración de la naturaleza que nos la estamos cargando”.

“La conclusión es que la naturaleza está infravalorada”, resume Unai Pascual. “Se está infravalorando constantemente y lo poco que se valora es aquello que pasa por el mercado, pero eso es una ínfima parte de su valor global”. “Hay muchos valores que no se pueden convertir en producto”, concluye. “El problema ha sido dejar todo esto al albur del mercado”.

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