Cinco años son poco o mucho, según cómo se mire. Este 2023 se cumple un lustro de aquella primera huelga feminista que convirtió el 8M en una marca en la memoria, en un punto de inflexión. Un revulsivo social que se había fraguado durante años y que culminó aquel día. Un impulso que ha continuado, aunque lastrado, eso sí, por la pandemia, los confinamientos y la precariedad, y que ha tenido que lidiar con la irrupción de una extrema derecha que ha hecho del antifeminismo parte de su identidad. Si las corrientes han existido siempre en el feminismo, en los últimos años las tensiones políticas acentuaron una división que tiene ahora una imagen muy nítida: dos manifestaciones y mucho ruido en redes sociales.
Si hace balance, la profesora de Filosofía de la Universidad de Zaragoza Carolina Meloni es “sumamente optimista”. Considera que el año 2018 “marcó un punto de inflexión muy importante” que trajo “numerosos aires de transformación tanto a nivel micropolítico como macropolítico”. “Aquello fue una ocupación del espacio público sin precedentes con muchísima presencia joven y dio lugar a una toma de conciencia feminista brutal que aún permanece”, explica la experta.
Es algo en lo que coincide la histórica feminista Begoña San José, que cree que desde entonces “el feminismo ha calado muchísimo en las mujeres” a distintos niveles. “Vemos a mujeres de muchos sectores profesionales movilizadas, mujeres que alzan la voz o que identifican el machismo cotidiano, que lo que les pasa les ocurre a otras también”, añade. La denuncia de la tiranía de los cánones estéticos o de la cosificación de las mujeres son algunos ejemplos, pero si algo destaca en esta toma de conciencia colectiva es la ruptura del silencio en torno a la violencia sexual, que ha propiciado un incremento de denuncias sostenido desde entonces y que nunca se había producido como ahora.
Hemos conseguido cosas muy importantes, y no solo me refiero a leyes, sino a crear un nuevo sentido común
Otra histórica del movimiento es Justa Montero, que habla de un contexto marcado por las paradojas: los cambios y logros conviven con vidas en las que la violencia y la precariedad siguen tremendamente presentes. “Hemos conseguido cosas muy importantes, y no solo me refiero a leyes, sino a crear un nuevo sentido común. Un nuevo sentido común en nuestras relaciones, en cómo nos situamos en nuestras vidas cotidianas, en nuestros trabajos, en el feminismo como referencia de lucha colectiva, de aunar fuerzas, ese 'solas no podemos pero juntas sí'”, cuenta. Montero desgrana algunos elementos de ese nuevo sentido común, desde la visibilidad de otras maneras de expresar la sexualidad o la maternidad a situar en el centro la importancia del trabajo de cuidados, la mejora de derechos para las trabajadoras domésticas o la pelea por la regularización de las migrantes “porque sabemos que hay vidas a las que se les niegan derechos”.
También los últimos años han sido los del ensanche del espacio feminista, en los que se ha consolidado una mirada amplia que interrelaciona luchas más allá de las cuestiones propias de la diferencia sexual entre hombres y mujeres. Meloni, autora de Feminismos transfronterizos (Kaótica), asegura que hay ahora una “mayor visibilización de sujetos”, entre ellos las mujeres migrantes o racializadas, además de “una apertura del feminismo a otras luchas” al “entender que acabar con el patriarcado” implica poner el foco también en la crisis ecológica, los desahucios, la precariedad o la sanidad y educación públicas, ejemplifica.
La extrema derecha
El escenario político es ahora diferente al de 2018. Justa Montero recuerda que el contexto de entonces tenía como antecedentes el 15M –“en el que el feminismo tuvo mucha presencia y se articuló uno distinto que estuvo protagonizado por las jóvenes”–, o el intento del Gobierno de Rajoy de restringir el derecho al aborto, que desembocó en protestas masivas y la dimisión del ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón. “Ese proceso se ha roto con la pandemia, que hay que recordar que comenzó con un intento brutal y cruel de criminalización del movimiento. Aun así se dieron procesos de apoyo mutuo. Desde hace un año vemos un recrudecimiento de la crisis capitalista a raíz de la guerra que lleva a una situación de mucha precariedad para muchas mujeres”, apunta.
La politóloga Silvia Claveria señala que en 2018 se produjo una concienciación masiva que hizo que ese fuera el principal tema para posicionarse políticamente e incluso decidir el voto en las siguientes elecciones. Esa interés decayó por dos elementos, apunta: el surgimiento de Vox, que ha polarizado la política, y la división de poder entre Unidas Podemos y el PSOE. “El feminismo siempre ha estado dividido, lo excepcional fue en realidad 2018, que es cuando se convirtió en transversal. Incluso gente que se ubicaba en la derecha se concienció, sobre todo las mujeres”, explica la experta, que señala que esa conciencia se ha mantenido, pero más entre la población femenina que entre la masculina. La irrupción de la extrema derecha, defiende, ha roto consensos básicos y empujado al resto de la derecha a posiciones más extremas. Claveria explica que en España, como en EEUU, el antifeminismo es parte de la identidad de los votantes de extrema derecha, más de lo que lo es en otros países.
En cuanto a lo sucedido en la izquierda, la politóloga habla de una división “en la consecución del poder institucional”: “Eso ha hecho más visibles las disputas y divisiones feministas. Antes estaba el feminismo más institucional y mainstream y luego grupos menos visibles, ahora hay otro feminismo que también ha entrado en las instituciones y que es más visible. La pugna por el poder y por distinguirse como algo diferente ha cambiado posiciones políticas”. En cualquier caso, que el feminismo forme parte de ese nuevo sentido común ha hecho que rebelarse contra sus ideas y principios sea ahora una reacción más frecuente y evidente que antes, también entre los jóvenes.
Un movimiento que confronta internamente así es menos capaz de transformar las cosas
Esperanza
Para Begoña San José, en 2018 cristalizó la acumulación de “años de ascenso y ascenso del feminismo”, que había incorporado a las jóvenes, momentos en los que se produjo “una confluencia del movimiento feminista anterior y del emergente”. Después, llegó la brecha debido fundamentalmente a la ley trans recién entrada en vigor. Una “polarización”, dice la feminista, que al final “acaba repercutiendo en que en vez de estar detectando las necesidades que tiene la sociedad acabamos mirándonos el ombligo” porque “un movimiento que confronta internamente así, no desde la diferencia, que las puede haber, sino desde incluso el odio o el resentimiento, es menos capaz de transformar las cosas”.
Aun así, la histórica feminista llama a huir de la identificación del movimiento con la división porque el feminismo “no es ni la manifestación del 8M ni sus dirigentes o portavoces”. “En este país hay muchas más feministas que las que están polarizadas”, dice San José, que cree que al margen de las redes sociales o los medios de comunicación, el movimiento feminista sigue expresándose en asambleas, colectivos y mujeres a título individual “que están luchando por lo que aún falta por lograr”. “Un día son las mujeres de la Cañada Real, otro las trabajadoras auxiliares de ayuda a domicilio y otro las de la sanidad pública. Esta vitalidad del movimiento feminista sigue estando ahí”.
También Justa Montero defiende que el feminismo es un movimiento plural “y eso significa que conviven distintas visiones y enfoques sobre los problemas y distintas estrategias”. “Eso siempre lo ha habido, lo que resulta impensable es un feminismo que limite derechos, y más a las personas a las que el sistema expulsa a los márgenes”, dice. Tanto Montero como Carolina Meloni mencionan también que 2018 supuso un salto transnacional en el que las españolas “empezaron a ser conscientes de la fuerza del movimiento latinoamericano” con hitos como el Ni Una Menos o la pelea por el aborto.
Todas hablan del feminismo como una apuesta por el cambio, por identificar problemas, causas y soluciones, por atender lo urgente pero también el largo plazo. “Llegamos al 8M con mucha esperanza”, concluye Justa Montero.
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