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Cuatro claves para entender por qué el coronavirus se está extendiendo por el mundo

En estos momentos, ya hay más de 179.000 casos confirmados de COVID-19 y más de 7.000 fallecidos por esta causa en todo el mundo. Cuando el brote apareció en China el diciembre pasado, pocos imaginaban que el virus SARS-CoV-2 llegaría a traspasar las fronteras y a difundirse por la Tierra en tan solo unos meses, provocando una pandemia. De los 195 países que existen en el mundo, el nuevo coronavirus ya ha conseguido llegar a 162 y los pronósticos anticipan que se extienda todavía más. De hecho, diversos expertos en Salud Pública predicen que entre el 40 y el 80 % de la población mundial podría infectarse por este microorganismo durante este año.

Paradójicamente, el nuevo coronavirus no es especialmente eficiente en el contagio entre personas comparado con otros virus. La Organización Mundial de la Salud estima que el ritmo reproductivo básico (R0) del coronavirus se encuentra entre 1,4 y 2,5. Es decir, una persona infectada por este virus lo transmite, de media, a entre 1,4 y 2,5 personas. Comparado con la gripe común (R0 de 1,3), el nuevo coronavirus es más contagioso, pero este se queda muy atrás con respecto a virus como el del sarampión (R0 de 12-18), las paperas (R0 de 4-7) o la varicela (R0 de 6-9). ¿Cómo, pese a estos datos, el virus SARS-CoV-2 está consiguiendo llegar a casi todos los rincones del mundo? Existen cuatro factores claves que explican su difusión mundial.

1. Nadie era inmune al coronavirus al comienzo de la epidemia

Aunque el nuevo coronavirus comparte el 80 % de su genoma con el virus SARS (que surgió en China en el año 2002), no se conocen casos de personas que sean previamente inmunes a este virus. Esto significa que absolutamente toda la población mundial puede, teóricamente, infectarse por este microorganismo. Sin personas inmunes que hagan de “barrera” frente al coronavirus, este microorganismo es capaz de expandirse “libremente” y con rapidez entre un elevado número de personas. Así, la inmunidad de grupo o rebaño necesaria para parar la difusión del virus solo aparecería cuando un gran porcentaje de una población (más allá del 60 %) hubiera sufrido el COVID-19 y se hubiera recuperado, convirtiéndose en inmunes a este coronavirus.

En otras epidemias, como la gripe A de 2009, cierto porcentaje de la población era inmune a este virus. Concretamente, las personas más ancianas que habían pasado la letal gripe española de 1918 y sobrevivieron eran inmunes al virus de la gripe A. La gran similitud entre ambos virus provocó que los anticuerpos que produjeron los mayores 90 años antes siguieran siendo efectivos frente a esta nueva versión de la gripe de 2009, lo que fue un factor que contribuyó a limitar la extensión de la epidemia entre las personas de mayor edad.

2. Las personas asintomáticas son capaces de transmitir el coronavirus

El papel del contagio de coronavirus a partir de personas asintomáticas ha sido y sigue siendo un asunto controvertido desde el inicio de la epidemia. Pese a que había dudas de que este tipo de contagio fuera posible, la detección de múltiples focos de contagio por parte de individuos que no mostraban síntomas ha terminado por confirmar que, efectivamente, este fenómeno es posible. ¿Cuán frecuente es?

A comienzos de febrero, la OMS explicaba que la infección sin síntomas por el virus SARS-CoV-2 podría ser rara y que la transmisión desde una persona asintomática era muy rara con otros coronavirus, como se había visto con el MERS. En aquel entonces esta organización explicaba que el contagio por casos asintomáticos parecía no tener peso en la epidemia.

Sin embargo, en la actualidad, conocemos mejor de qué manera la transmisión asintomática está influyendo en la extensión del coronavirus y no son buenas noticias. Un análisis de las infecciones en Singapur y China muestra que entre dos tercios y tres cuartos podrían haberse contagiado a través de personas que todavía estaban incubando el virus y no habían desarrollado síntomas. Aunque son necesarios más estudios para cuantificar con garantías la participación de esta forma de contagio (sobre todo a partir de los niños), los datos indican cada día con más fuerza que este tiene un peso evidente en la difusión del virus.

La OMS ha difundido datos preliminares que muestran que los pacientes liberan más virus precisamente en las etapas iniciales de la enfermedad, incluso antes de mostrar síntomas. El director del Centro de Investigación de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, Michael Osterholm, informó hace unos días que “ahora sabemos que la transmisión asintomática probablemente juega un papel importante en la transmisión del virus” y que “está absolutamente claro que la infección asintomática puede impulsar la pandemia de una forma que hace muy difícil su control”.

La estrategia principal en prácticamente todos los países durante las fases iniciales de la epidemia ha sido contener al virus mediante el control y cuarentena solo de los casos con síntomas y de los casos sospechosos en contacto con estas personas con síntomas. Puede que este haya sido un factor clave para el fracaso a la hora de poner freno al coronavirus en el mundo: ignorar a los casos asintomáticos. Esto también podría explicar por qué Corea del Sur está teniendo éxito en controlar la epidemia, ya que este país realizó cientos de miles de tests tanto a personas asintomáticas como sintomáticas para confirmar la presencia del virus y así tomar medidas en todas ellas.

Aquí en España, por ejemplo, no se realizaban pruebas de laboratorio salvo que las personas sospechosas mostrasen los síntomas típicos de la enfermedad (con grandes excepciones como la familia Real y diversos círculos políticos). Esto implicaba que los casos asintomáticos quedaban fuera del radar de las autoridades sanitarias, con la posibilidad de que estas contagiaran a las personas de su alrededor. ¿Fue esta la razón de la explosión de contagios comunitarios sin que se pudiera identificar el origen? Es una de las posibles explicaciones.

3. El COVID-19 se camufla con gripes y resfriados

Si el COVID-19 se manifestase con síntomas y signos particulares, sería fácil identificar a las personas que lo padecen y aislarlas del resto, sin necesidad de realizar pruebas de laboratorio. Desafortunadamente, el virus SARS-CoV-2 emergió en pleno invierno en China, cuando las epidemias de gripes y resfriados estaban en su apogeo. Era el camuflaje perfecto para un virus que causa, en el 80 % de los casos, síntomas leves que pueden confundirse perfectamente con estas infecciones respiratorias tan frecuentes.

Un porcentaje nada desdeñable de las personas que se han infectado y se han recuperado del COVID-19 no saben siquiera que esto ha ocurrido. Habrán pensado que han tenido un resfriado o una gripe como otra cualquiera. Es más, muchas de estas personas han transmitido el virus a otras sin ni siquiera saberlo pues hacían vida relativamente normal, difundiendo virus por su entorno sin señales de alarma, hasta que llegó a una persona de riesgo. En estas circunstancias, controlar la difusión de un virus es una tarea prácticamente imposible.

4. No existe vacuna para el coronavirus y, cuando llegue, será demasiado tarde para frenar la actual epidemia

A pesar de que el coronavirus presenta múltiples características que le garantizan difundirse por el mundo, podríamos evitar que esto ocurriera si contáramos con una vacuna efectiva contra este microorganismo. Desafortunadamente, aunque hay multitud de científicos en diferentes puntos del planeta que están investigando contrarreloj vacunas contra el virus SARS-CoV-2, es extremadamente difícil que alguna de ellas vea la luz antes de un año o año y medio.

En general, la producción de nuevas vacunas es un proceso arduo que requiere, en el mejor de los casos, varios años de investigación y desarrollo y un potente respaldo económico detrás, sin garantías de éxito. Aunque se han conseguido desarrollar vacunas contra multitud de virus (como contra los virus de la gripe, el sarampión o el ébola) hay virus que resultan esquivos a esta estrategia terapéutica (como en el caso del VIH que provoca el SIDA).

Aún no sabemos en qué escenario desembocará la actual epidemia. Si el coronavirus se convertirá en un virus estacional que ataque a la población cada año como si fuera una gripe virulenta, si se podrá llegar a contener (algo muy improbable, dada la extensión de la epidemia) o si estará presente de forma permanente como un resfriado que aparece de vez en cuando entre las personas. En caso de que el virus siga con nosotros en el futuro la vacuna será la mejor baza para ponerle freno, sin poner, además, en jaque la economía global.

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