La crisis climática –unida a la ecológica– apela a todas las personas. Ya sea al padecerla, afrontarla o combatirla, es una realidad que alcanza a la población mundial por completo. Incluso si se la ignora o ningunea. Es “el mayor reto” o “la mayor amenaza” para la humanidad, como la califican la ONU, la Unión Europea o el Fondo Monetario Internacional.
El cambio climático y el declive ecológico que los científicos vienen certificando –y proyectando para los años venideros– implica, por su propio carácter global, una cierta individualidad. Cada cual piensa en estas crisis a su manera. Sin ir más lejos, un vicepresidente autonómico como Juan García-Gallardo (Vox) –sustento del presidente del PP en Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco– hablaba así a un grupo de jóvenes este lunes: “No nos preguntamos, y es un tema ahora muy de moda, si el CO2 es o no un gas contaminante”. Un argumento propio del negacionismo.
Así, las personas soportan o niegan, según saben, pueden o escogen. Y por eso aparecen nuevos conceptos para describir fenómenos, posiciones y corrientes. Un glosario que trata de describir lo que nos está pasando y nos puede ayudar a entender, personalmente, dónde estamos.
Colapsismo
Se refiere a la idea de que el desplome ecológico es algo seguro o casi seguro por la inercia acumulada. Es decir, las actividades humanas durante décadas han desencadenado una crisis climática y natural cuyos procesos no pueden revertirse así como así: el planeta superará el umbral de calentamiento de seguridad, la pérdida de biodiversidad va a continuar por la velocidad de los cambios drásticos en los ecosistemas...
Otra cosa es qué hacer luego con ese colapso. Y ahí empiezan a jugar los matices. ¿El colapsisimo lleva necesariamente a la inacción? El físico Antonio Turiel iba en esa línea al afirmar en una entrevista con elDiario.es: “No soy colapsista porque creo que tenemos alternativas”. Como el antropólogo climático Emilio Santiago, que defiende que “no tenemos derecho al colapsismo” porque nos sitúa en “una posición de derrota”.
Ecoansiedad
La angustia que provoca las crisis climática y ecológica. “Está ganando terreno a medida que la población se vuelve cada vez más consciente de que las actuales y futuras amenazas globales están relacionadas con el calentamiento del planeta”, describe este estudio publicado en The Lancet.
Su conclusión mostraba que la mitad de los jóvenes menores de 25 años afirmaba tener tristeza, ansiedad, enfado, impotencia, desamparo y culpa. Y que esto les afectaba a su vida diaria. Ligaban la ecoansidedad con la percepción de que sus gobiernos no hacen lo suficiente. Afirmaban sentirse “traicionados” por ellos.
“Yo lo que noto es un agobio constante”, reconocía el biólogo y divulgador Bruno Martín en una conversación con elDiario.es. “Prefiero el término agobio climático, sobre todo por no frivolizar con quien realmente siente ansiedad en su día a día”.
Decrecentismo
Es un movimiento que se basa en la premisa de que no es posible un crecimiento económico continuo porque implica superar los límites que ofrece el planeta. La Tierra tiene recursos finitos. La organización WWF suele poner el ejemplo de que cada año hacen falta 1,75 planetas para que la producción satisfaga la demanda. Lo llama día de la sobrecapacidad. Y distingue entre países: Qatar usa nueve planetas, Estados Unidos 5,1, España 2,8... Yemen se queda en 0,6.
De ahí el uso –entre otras cosas– masivo de combustibles fósiles como el petróleo, el carbón o el gas que está detrás del calentamiento global y el cambio climático.
Ante esa realidad, el decrecentismo aboga por vivir con menos: con menos consumo de energía, con menos bienes que obligan a extraer recursos finitos de la naturaleza (como el agua o las materias primas).
“La necesidad de un decrecimiento energético es hoy inapelable”, sostiene el coordinador de Cambio Climático en Ecologistas en Acción, Javier Andaluz. De hecho, la Asamblea Ciudadana por el Clima convocada una vez que el Gobierno declaró la emergencia climática incluyó en sus conclusiones que habría que “sensibilizar sobre el concepto de decrecimiento y regular la publicidad y los mensajes pro-consumo visibilizando el impacto del consumo sobre el cambio climático”.
En la parcela climática, grosso modo, demandar menos energía y ralentizar la producción de bienes pondría más fácil satisfacer la necesidad con fuentes renovables y desengancharse de los combustibles fósiles, es decir, dejar de emitir grandes cantidades de gases de efecto invernadero.
Tecnoptimismo
Se trata, básicamente, de poner muchas esperanzas en la tecnología aplicada, en este caso al problema climático. Inventos o hallazgos, por venir o perfeccionar, que resuelvan el problema: que quiten CO2 de la atmósfera o protejan al planeta del calor excesivo que está acumulando por el efecto invernadero... y de esta manera se ataje el cambio del clima. Sus detractores lo llaman “escapismo tecnológico”.
Ejemplos hay bastantes. En noviembre de 2021, el multimillonario dueño de Amazon, Jeff Bezos, estuvo en la Cumbre del Clima de Glasgow y habló de un proyecto para atenuar la luz solar y refrescar así la Tierra.
Quizá lo más extendido es la idea de atrapar el CO2 y almacenarlo bajo tierra. Ya sea directamente del aire o en los puntos donde se emite: las chimeneas de fábricas o centrales eléctricas. En este momento, las empresas de este sector admiten que están para intentar quitar las sobras de CO2, no el grueso de emisiones que deberían no ser emitidas en 2050. El 90% de los gases hoy lanzados tienen que desaparecer y el 10% restante ser “capturado y almacenado”, para intentar frenar el calentamiento de la Tierra en menos de 2ºC extra.
Retardismo
Este concepto se refiere al discurso que admite la existencia del cambio climático pero no su gravedad. No niega el fenómeno, pero no aborda la urgencia.
“Cuando los gobiernos no aumentan sus objetivos climáticos en las cumbres internacionales, es retardismo. Cuando la Comisión Europea pinta el gas fósil y la energía nuclear de verde, es retardismo. Cuando el Gobierno español subvenciona con 20 céntimos el litro de gasolina y el diésel, es retardismo. Cuando multinacionales energéticas del transporte o de la carne promocionan falsas soluciones tecnológicas, también”, opina el exeurodiputado por Equo Florent Marcellesi.
Así, las posibles acciones para atajar la crisis podrían dilatarse en el tiempo, hacerse más y más progresivas cuando, en realidad, lo que han mostrado los más recientes estudios y cálculos científicos –desde el Panel de Expertos Científicos (IPCC) a la Organización Mundial de la Energía o la ONU– es que hace falta un recorte drástico y rápido de emisiones.
¿El ritmo? Un 50% para el año 2030 y casi cero en 2050. No queda mucho margen para retardar si quiere llegarse a la rebaja del 90% en esa mitad de siglo XXI. Eso permitiría tener verdaderas oportunidades de que la Tierra no se recaliente más allá del umbral mínimo de seguridad. Ese fue el Acuerdo de París, limitar el calentamiento a mucho menos de 2ºC y lo más próximo a 1,5ºC.