Más conciencia social y más recursos: las denuncias por violencia sexual se duplican en una década
Hay una imagen que suele utilizarse para hablar de las violencias machistas: la de un iceberg con una punta que sobresale a la superficie y una enorme base que permanece sumergida. Si bien el iceberg sigue siendo una metáfora acertada, lo cierto es que en la última década la masa de hielo que emerge se ha hecho más grande. Las denuncias por violencia sexual se han duplicado en solo diez años: de las 9.000 registradas en 2012 a las 17.389 de 2022, según los datos contenidos en los balances de criminalidad del Ministerio del Interior.
Si la extrema derecha utilizaba durante la campaña electoral estos datos para alarmar, las expertas, sin embargo, subrayan que estas cifras son, de alguna manera, un logro: no es tanto que haya más violencia sexual como que las mujeres, ahora, hablan y denuncian más. Las instituciones y la sociedad, acompañan. El clima social ha sufrido un cambio histórico.
¿Qué ha pasado en esta década? Bárbara Tardón es una de las especialistas que más años lleva estudiando la violencia sexual y trabajando con víctimas. “La violencia sexual ha pasado de estar completamente oculta a ser visible en el relato feminista, en los relatos mediáticos, en las instituciones”, dice.
La violencia sexual ha pasado de estar completamente oculta a ser visible en el relato feminista, en los relatos mediáticos, en las instituciones
En su tesis asegura que a comienzos de los 2000 el relato, también en el movimiento feminista, estuvo centrado en la violencia de género por parte de las parejas o las exparejas. “Copó toda la atención, el sujeto político fue la víctima de violencia de género en la pareja o expareja, por eso, entre otras cosas, no ha habido en España recursos para atender a las víctimas de violencia sexual”. 2004 fue el año en el que se aprobó la ley de violencia de género.
Sin embargo, conforme pasan los años algo sucede. Tardón menciona algunos de los factores que propiciaron un cambio de escenario: “Un movimiento feminista que llega a España y que lleva años fraguándose. Mediáticamente hay también un colectivo de periodistas feministas que empiezan a situar en la agenda las violencias sexuales”. El punto de inflexión se sitúa en 2016. El 7 de julio, una mujer joven denuncia a cinco hombres por agresión sexual durante las fiestas de los Sanfermines. El caso de 'la manada' se convierte en el catalizador definitivo. “Las movilizaciones feministas alrededor del caso fueron cruciales para visibilizar, para decir 'ya basta'”, opina Tardón. Paralelamente, el MeToo estalla en Estados Unidos y provoca una ola que en España ya estaba calando.
La espita se abrió: miles de mujeres comenzaron a compartir sus propias historias. “Es cuando hablas de algo cuando empiezas a situarlo, a comprender lo que está pasando y a llegar a poner una denuncia”, dice Bárbara Tardón. En 2018, Amnistía Internacional publicó el primer informe que señalaba la desatención del Estado a las violencias sexuales. La ONG denunciaba la falta de políticas públicas, la ausencia de protocolos y de centros especializados para víctimas de violencia sexual en la mitad de comunidades autónomas. La ruptura del silencio, la movilización feminista y el señalamiento a la desatención de las administraciones hicieron que la violencia sexual entrara de lleno en la agenda política.
Más información, más recursos
La abogada especializada en violencia sexual Laia Serra tiene claro que se ha creado un clima social en el que es más fácil hablar y, por tanto, llegar a denunciar. “Ha crecido la percepción social de lo que son las violencias en general y la sexual en concreto. El discurso feminista de romper el silencio y el estigma ha permitido que haya más identificación de las violencias que se sufren, que haya un proceso personal de autolegitimación para ir a denunciar”, explica. Tanto Serra como Tardón subrayan que el compromiso de muchas instituciones a la hora de poner en marcha políticas y recursos ha sido clave para que las mujeres confíen más en dar el paso de denunciar y se sientan más arropadas.
El discurso feminista de romper el silencio y el estigma ha permitido que haya más identificación de las violencias que se sufren
El Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos fijó en su pacto de alianza un punto sobre políticas feministas y lucha contra las violencias machistas. El Ministerio de Igualdad se puso manos a la obra y elaboró una ley de libertad sexual que, más allá de los cambios penales, construye un entramado de atención, recursos y ayudas similar al que la ley de violencia de género levantó para quienes sufrieran violencia por parte de su pareja o expareja.
La norma, ya en marcha, obliga, por ejemplo, a que todas las provincias tengan centros de atención 24 horas y a que la violencia sexual sea juzgada en tribunales especializados. Como ocurre con las víctimas de violencia de género, las de violencia sexual también pueden acceder a una ayuda económica equivalente a seis meses de subsidio por desempleo en caso de que ganen menos del salario mínimo y tienen acceso prioritario al parque público de vivienda.
Laia Serra nota la diferencia entre las mujeres que acuden a ella: “Tienen más información que antes sobre recursos o sobre lo que hay que hacer, por ejemplo, que es importante no ducharse. Identifican mejor lo que les sucede, se denuncian comportamientos que antes no se hubieran denunciado, como los tocamientos de un profesor de autoescuela o en la sauna de un gimnasio. Antes era impensable que el sistema judicial hubiera atendido estas violencias cotidianas de distinta intensidad, no tenían cabida”. Las mujeres, añade la abogada, también son más conscientes de lo que rodea a un proceso de violencia sexual: la batalla de la credibilidad, la culpabilización, el estigma...
“Es un logro social porque parte de la inhibición al denunciar tenía que ver con el peaje social que había que pagar. Ahora se llega a hablar en familia, en el colegio... ellas mismas piden que les crean, y hay más legitimación social”, asegura. Por su parte, Bárbara Tardón echa la vista atrás para recordar que a comienzos de los 2000 la información apenas existía, y la violencia sexual no tenía espacio en los medios de comunicación. “Estaba todo tan oculto que las víctimas tampoco se sentían arropadas social e institucionalmente para dar un paso tan importante como es poner una denuncia”.
Una cifra oculta
A pesar de esta ruptura del silencio sin precedentes alrededor de la violencia sexual, la estadística aún muestra que se denuncia solo una pequeña parte. La última Macroencuesta de Violencia contra la Mujer publicada por el Ministerio de Igualdad en 2020 mostraba que el 13,7% de las mujeres han sufrido agresiones sexuales. El 2,2% han sido violadas en algún momento de su vida. Solo denuncia el 8% de las mujeres que sufren violencia sexual. La encuesta profundiza en los motivos: en el caso de las violaciones, el 40,3% no lo hizo por vergüenza, el 40,2%, por ser menores de edad, el 36,5% relata el miedo a no ser creída como razón principal para no denunciar, y el 23,5%, el miedo al agresor. El motivo más mencionado por las mujeres para no acudir a la justicia en el caso de la violencia sexual en general es que eran menores, seguido de que no le concedieron suficiente importancia.
La vía penal no es la única posible. Hay quien sigue otros caminos para recuperar y reparar
La experta en atención directa y diseño de políticas públicas en violencias de género con perspectiva feminista interseccional Laura Macaya se muestra crítica con la manera en la que a veces se presenta esa cifra sumergida: “Hace pensar que la vía judicial y penal es la única posible de abordaje, da a entender que quien no denuncia no hace nada y no es así. A veces hay quien sigue otros caminos para recuperar y reparar, para empoderar y salir de esa situación a través de otras vías”. Macaya considera que favorecer las denuncias no puede ser el único mensaje si no se mejora el acceso a los sistemas de justicia, se evita la revictimización, se revisa el marco de prejuicios, o se evalúa la actuación del personal de justicia y de las fuerzas de seguridad. La experta recuerda que no todas las mujeres pueden acceder en iguales condiciones a esos sistemas y que el cuestionamiento o incluso la criminalización puede llegar a ser grave en el caso de mujeres negras, de mujeres en situación irregular o de mujeres que se dediquen a la prostitución, “a las que el sistema no protege de la misma manera”.
La experta constata que tanto ella como otras compañeras que trabajan acompañando violencias de género y sexuales perciben una mayor sensibilización “y una desnormalización” de algunas conductas y situaciones, “favorecida por la visibilización y la popularización de los discursos feministas”, que han favorecido un “empoderamiento sexual” en el ámbito de la pareja o con hombres conocidos, aunque ese, el ámbito de las relaciones personales, sigue siendo, dice, un espacio lleno aún de estereotipos y dificultades.
Violencia para reafirmar la masculinidad
Pero, ¿es posible que haya aumentado la violencia? Para la abogada Laia Serra, es difícil afirmar algo así, pero sí cree que una parte de la violencia sexual actual es “especialmente deliberada o afirmativa”. “Dentro de este empoderamiento general de las mujeres es verdad que hay un determinado sector de la masculinidad hegemónica que está respondiendo con violencia a estas reivindicaciones y al final la violencia sexual tiene un carácter de liturgia, de posicionamiento social”, explica la abogada, que menciona además otros tipos de violencia, como la que se produce online, el acoso, también en entornos laborales.
Esa violencia “cumple una función afirmativa de los hombres y que tiene como cometido dejar una huella social, es la reivindicación de una masculinidad en la que el poder, la decisión, los roles... son decididos por ellos”, continúa Sierra. En un momento en el que esa masculinidad hegemónica está más cuestionada que nunca y pierde consenso social, la violencia es una manera de reafirmarla.
Laura Macaya también tiene la impresión de que en un contexto de crisis y malestar puede haber aumentado cierto tipo de violencia, mientras otras se mantienen estables, “pero no sabemos cuánto ni cuánto de significativo es”. En cualquier caso, Macaya echa en falta más propuestas con “abordajes empoderadores y reparadores” de la violencia sexual.
Por su parte, Bárbara Tardón tiene claro que este “cambio cultural impresionante” ha llegado para quedarse durante mucho tiempo. “Ya se ha comprendido que se trata de un continuum de violencias que no podemos combatir de manera aislada”
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