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Abuelas 'mascarilleras' que regalan protección desde casa: puntadas al luto, sonrisas tras la ventana y un encierro sin sirenas

La decisión de hacer mascarillas para Ana Cáceres, de casi 80 años, vino por una tragedia familiar. El 14 de marzo, cuando el Gobierno estaba por decretar el estado de alarma, Diego, su marido, su compañero de vida desde que era pequeña, falleció. No fue por coronavirus, padecía una larga enfermedad respiratoria que desde hacía un año le impedía comer solo y le obligaba a llevar mascarilla de oxígeno en su domicilio.

Al velatorio solo acudieron los familiares más cercanos: sus cinco hijos con sus parejas y sus nietos. “A mi abuela le dolió mucho la muerte de mi abuelo, pero todavía más el que no pudieran ir ni los hermanos de mi abuelo, ni los sobrinos...”, explica su nieta, Carlota Oliver. “Lo que ella repetía era que con la gente que le quería a él, no era justo que no fuera nadie”. No pudo ser de otra forma por recomendación médica debido al brote del coronavirus que se estaba expandiendo por España.

Sola en casa, Ana decidió reconvertir los baberos del abuelo Diego en mascarillas y donarlas a la doctora de su centro de salud. Era costurera de profesión, así que decidió aprovechar el material para darle un nuevo uso.

Para Ana el confinamiento está siendo duro. “Hemos estado siempre juntos”, explica con voz quebrada recordando a su marido. Pasa la mayor parte del tiempo sola; sus hijas limitan las visitas por miedo a contagiarla. A pesar de la pena, Ana explica con gracia y una sonrisa cómo fabrica las mascarillas.

Los 54 años que lleva en Hospitalet (Barcelona) no le han quitado el característico acento andaluz. Ana y Diego nacieron en Archidona (en Málaga), pero hace medio siglo migraron a Catalunya en busca de un futuro mejor.

De la veintena de baberos que habían quedado en la casa, Ana fabricó 60 mascarillas y, aprovechando un rollo de elásticos que tenía, les hizo las sujeciones. La plantilla la sacó basándose en unas que vio “por la tele” y las suyas se parecen mucho a las publicadas en la guías para fabricar mascarillas artesanales. “Hice unas más grandecillas y otras más chicas, porque hay personas más anchas de cara, otras más estrechas”, explica.

El abastecimiento de mascarillas ha sido un problema desde el inicio del brote en España y ha sido denunciado por distintos ámbitos del sector sanitario. A pesar de las reticencias iniciales, el pasado 3 de abril, el Gobierno abrió la puerta a un uso generalizado de mascarillas para prevenir el contagio del coronavirus.

Este lunes, con el retorno del trabajo de industrias y empresas que no pueden teletrabajar, el Ejecutivo anunció la distribución de 10 millones de mascarillas en el transporte público.

Conversaciones de ventana

Más al sur, en el municipio de La Unión, en Murcia, Asunción Solano Pérez también fabrica mascarillas. Tiene 84 años y se define como una “aficionada” de la costura. En su caso, empezó a coserlas por petición de su nuera, María Caparrós, que trabaja en el hospital de Santa María del Rosell de Cartagena.

Las mascarillas fabricadas por Asunción las han repartido entre el personal de limpieza y los celadores. El personal de limpieza usa EPIs para las zonas “de sucio”, es decir, las zonas con material que ha entrado en contacto con el virus. Usan las mascarillas caseras para el resto de momentos en las zonas “de limpio” o para la calle.

Viuda desde los 32 años, Asunción vive sola desde hace 28, cuando sus hijos se fueron de la casa. Pero no se fueron muy lejos. Desde entonces, vive “pared con pared” con Pedro, uno de ellos, y su familia. No sale por recomendación familiar, aunque ella confía en que no le va “a dar” el coronavirus, porque, “a pesar de los dolores, que ya son crónicos”, se siente “sana”.

Su nieto Pedro, de 19 años, la visita todas las tardes, cuando sale a pasear al perro. Estudia fisioterapia en Murcia, pero se volvió al pueblo para pasar la cuarentena con su familia. Pedro intenta no entrar a casa de su abuela para tratar de evitar al máximo el contacto cercano, así que charlan por la ventana. Mientras tanto, Asunción cose las mascarillas con la tela que le ha traído María. “Como estaba aquí sentada sin hacer nada...”, explica. María le trajo una muestra de mascarillas, con dos capas de tela que forman un bolsillo para poder ponerle un filtro en medio. Luego ella las reparte entre sus compañeros y compañeras.

Los dos confinamientos de Isabel

En el caso de Isabel Muñoz, de 59 años, la fabricación de mascarillas le llegó por Facebook. Cuando empezó el estado de alarma, se mudó a casa de su hija mayor en Nuevo Baztán (Madrid), donde pasa el confinamiento con su marido, sus dos hijas, su yerno y sus dos nietos. Viendo las redes sociales se encontró con un grupo en el barrio que se estaba organizando para hacer mascarillas. Se puso en contacto con ellas y se ofreció a colaborar con su máquina de coser, para aportar su “granito de arena”.

Isabel habla, como Ana, con el acento del lugar que la vio nacer, en su caso de Colombia. Aunque hace más de 34 años que dejó su tierra natal y desde el 2000 vive en España. A los 25 se mudó a Israel. ¿Por qué? Al oír la pregunta Isabel hace una pausa del otro lado del teléfono. “Porque era una mujer maltratada. Tuve que salir”, responde con un tono ahora un poco más grave.

Sus jefes en Colombia eran judíos, cuando vendieron la fábrica de costuras le ofrecieron “por las circunstancias” que se fuera con ellos a Israel. Ahí fue donde conoció a su marido con el que se terminaría viniendo a vivir a España.

A Isabel le tocó vivir la Guerra del Golfo durante su estancia en Israel. “Ya sé lo que es un encierro”, cuenta. “Fue muy traumático”, recuerda. Ahí cuidaba de los hijos de sus jefes. “Cuando sonaban las sirenas, los niños lloraban, había que ponerles las máscaras [antigás] y meternos en una habitación protegida o en el búnker del edificio”.

Ahora, 30 años más tarde, Isabel vuelve a estar confinada. “En la Guerra del Golfo lo ves venir, oyes la alarma y tratas de protegerte. Pero no le puedes correr a un enemigo que no ves”, explica respecto a la nueva situación con el coronavirus. “Me siento muy impotente, lo único que podemos hacer siendo responsables es quedarnos en casa”.

10.000 mascarillas entregadas por 50 vecinas

Gracias a ese primer contacto en Facebook, Isabel colabora ahora con Mascarillas para héroes. La iniciativa nació de un grupo de vecinas de Nuevo Baztán, Villar del Olmo, Pozuelo del Rey y Rivas. Pronto se unieron más de 50 personas, la mayoría mujeres, de entre 30 y 70 años. Cada una de ellas se encarga de una cosa: “Unas cortan, otras cosen, otras reparten...”. Lo explica una de las creadoras del grupo que prefiere mantener el anonimato: “Los héroes son los médicos, los policías, las personas que están atendiendo”.

Empezaron haciendo mascarillas, pero han ido extendiendo la producción otros útiles de protección sanitaria. Cuentan con 10.460 mascarillas entregadas, 837 gorros, 250 batas y 33 pantallas. Las entregan a hospitales como el Gregorio Marañón, el 12 de Octubre o La Princesa, a residencias de ancianos, a comisarías de Policía, centros de Salud, y entre los vecinos y negocios de la zona. “Empezamos con la meta de 500 mascarillas para ayudar a una residencia y mira al final...”, explica ilusionada una de las organizadoras.

De estas, Isabel cose unas 50 mascarillas al día. “Que te haga ser útil te ayuda muchísimo a superar este encierro”, confiesa. “No veas el gusto que da cuando alguien te manda un letrerito con las mascarillas puestas dándote las gracias” afirma. Y concluye: “De este carro tenemos que tirar todos”.

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