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Confinamiento por vocación: el estado de alarma entre las monjas de clausura

Fotografía facilitada por las monjas Carmelitas Descalzas las muestra en su convento ubicado en la carretera que une León con Asturias, frente al antiguo seminario menor de León. Para el ciudadano de a pie el confinamiento está en la sexta semana pero para un buen número de religiosas es su día a día. "La vida para nosotras viene siendo esta, aunque ahora no viene gente de fuera", explica a Efe la hermana María Elena.

EFE

León —

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Para el ciudadano de a pie el confinamiento está en la sexta semana pero para un buen número de religiosas es su día a día. “La vida para nosotras viene siendo esta, aunque ahora no viene gente de fuera”, explica a Efe la hermana María Elena desde el convento de la Carmelitas Descalzas ubicado en la carretera que une León con Asturias, frente al antiguo seminario menor de León, a la afueras de la capital.

Y es que esta comunidad contemplativa, que inició su andadura en 1963, tiene un fuerte componente de soledad y silencio. “Santa Teresa quiso que fuésemos monjas, pero también ermitañas”, añade la religiosa sobre un clima eremítico que no deja de lado la comunidad.

Una plaga de topillos ha puesto en cuarentena el huerto y ha hecho enfermar a una de las 16 hermanas por tularemia, lo que ha complicado su autoabastecimiento, pero con todo, según indica la hermana María Elena, cuentan con un buen número de árboles que garantizan fruta durante todo el año.

La oración es el eje principal de su quehacer diario, pero una parte de su horario esta dedicado a la elaboración de artesanía y bordado.

“Durante años nos dedicamos a la confección de moscas de pesca, pero ahora estamos más centradas en ornamentos litúrgicos como velas, manteles, casullas y rosarios”, anota sobre un trabajo en equipo que se revela la base de su sustento.

Con la sabiduría del Carmelo, la hermana María Elena invita a aprovechar el aislamiento para “consolidar esos lazos familiares que, a veces, con el clima acelerado de esta sociedad, se descuidan”.

Así, llama a “alimentar el espíritu” y a “mirar en el interior de uno mismo” para “descubrir la riqueza interior que se lleva dentro”.

“Es un buen momento para leer la palabra de Dios y empaparse del misterio cristiano”, precisa, sin olvidar la dimensión solidaria.

“Todos somos raíces necesarias y, como tal, nos debemos sentir parte de un todo”, afirma, y recalca que este principio cobra más sentido en un momento en el “mucha gente está sufriendo”.

Las monjas benedictinas suman más de once siglos de vida contemplativa, aunque en la Plaza del Grano de la capital leonesa, junto al Camino Francés, están presentes desde el año 1600.

En el Monasterio de Santa María de Carbajal los días se suceden tranquilos y el estado de alarma decretado por el Gobierno para frenar el avance del COVID-19 ha variado en muy pocos aspectos sus rutinas, aunque, según aclara la madre abadesa, sor Ernestina, observan las recomendaciones sanitarias y siguen la eucaristía por televisión.

“Seguimos rezando, pero privadas de la participación de la gente”, lamenta la portavoz de una comunidad de 19 hermanas, más de la mitad de edad avanzada, que se han visto algo sobrecargadas al tener que prescindir de aquellos profesionales que les echaban una mano en la cocina y con las más dependientes para evitar contagios.

Y aunque la acogida de peregrinos forma parte de su ADN han tenido que cerrar el albergue y la hospedería monástica y el restaurante PAX: su principal fuente de ingresos.

Pese a ello, sor Ernestina celebra la “mayor unidad” que percibe entre todas ellas a la hora de afrontar una situación que tratan de “vivir desde el misterio de Dios que nos envuelve” con el objetivo de “rebajar el nivel de agobio y generar esperanza”.

Las benedictinas disponen de un taller de bordados en el que fabrican ornamentos litúrgicos, una actividad que han compaginado con la fabricación de medio centenar de batas que han ido destinadas a La Bañeza (León).

Desde el Monasterio Santa Cruz de las madres benedictinas en Sahagún (León), sor Marta admite que “el confinamiento no ha supuesto un cambio tan drástico: ”No salimos muy a menudo ni durante mucho tiempo“.

La hermana apela a “aceptar con amor” una realidad que ha venido impuesta, recuerda que “hay gente pasándolo mal” y aconseja, tras instar a “soportar las flaquezas físicas y morales”, tener un horario estructurado que impida el abandono o la pereza.

“Este tiempo es propicio para la oración, porque hay mucho por lo que pedir pero también mucho por lo que dar gracias”, defiende, sin olvidar la convivencia en familia.

“No se nos ve demasiado, pero estamos aquí”, concluye, convencida de que “esta pandemia hará mejorar a la sociedad”.

Raquel Santamarta

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