Era 8 de febrero de 2018 y quedaba exactamente un mes para la huelga que rompió los esquemas, sacudió a partidos políticos y sindicatos y llevó el feminismo a las mesas de las cenas familiares. Las asambleas se sucedían en todos los territorios y aquel día, en la de Madrid, un gran cartel blanco con una línea del tiempo presidía la sala en la que cientos de mujeres ultimaban detalles. La línea destacaba en color el 8 de marzo de ese año, pero una flecha marcaba lo que vendría después: el de 2019. Era el principio de un trayecto que ha traído hasta Valencia a más de 500 mujeres de toda España.
La ciudad levantina acoge este fin de semana el V Encuentro Feminista Estatal del 8M, el último antes de la movilización que, otra vez, pretende ser varias huelgas en una: laboral, de cuidados, de consumo y estudiantil. El movimiento feminista quiere desbordar el concepto de huelga tradicional para hacer visible lo que no se suele ver. “Si les dones parem, s'atura el mon” (si las mujeres paramos, se para el mundo), reza la pancarta que preside el salón de actos de la Facultad de Filología, Traducción y Comunicación de la Universidad de Valencia, que acoge la celebración.
“Esperemos que este año seamos muchas más”, nos cuenta Carmen, que vive en la ciudad, mientras espera a sus compañeras. El anterior 8M constató algo que ya nadie podía obviar: el feminismo irrumpía con fuerza y había venido para quedarse. Para reeditar su éxito, pequeños grupos de mujeres ya se concentran a las puertas del centro universitario pasadas las 9 de la mañana. Son las que, puntuales como un clavo, han cumplido con la agenda que las feministas valencianas han preparado para este sábado. Ya desde antes, una batucada avisaba desde la acera a ritmo de tambores de que sí, aquí es, no hay pérdida.
Abrazos, saludos, sonrisas, mucha conversación. A un lado de las escaleras que dan entrada al hall de la facultad, cuatro mujeres versionan con letra feminista el popular canto antifascista Bella Ciao. Al otro, Clori espera sentada a sus compañeras con un cartel en el que aparece escrito “Castilla-la Mancha” en letras grandes para que todas tengan un punto neurálgico al que acudir. Ella viene de Puertollano (Ciudad Real), donde lleva viviendo desde que en 2007 se trasladara de su país natal, Perú. “En el anterior 8M no estábamos tan coordinadas, pero este año sí. En las ciudades y muchos pueblos hay plataformas muy potentes trabajando”, explica.
Han venido de muchos puntos de España. Catalunya, Galicia, Asturias, Andalucía... Prácticamente todas las comunidades autónomas tienen su representación en el encuentro, al que en un goteo constante van llegando mujeres a las que además de un objetivo común, les une una cosa más: el color morado. Brazaletes, abrigos, jerseys, faldas, gorros...El violeta feminista inunda los pasillos de la universidad, el mismo centro que hace 41 años acogió las Primeras Jornadas de la Mujer del País Valencià. Teresa Meana, integrante de la Asamblea Feminista 8M de Valencia, cita aquella convocatoria para dar la bienvenida desde el escenario junto a otras tres compañeras. “Somos muchas con el ímpetu de cambiar este mundo racista, capacitista, capitalista y patriarcal”, anuncia.
Les escuchan cientos de mujeres que aplauden, corean lemas y se emocionan. Abajo, en una de las aulas, una pantalla retransmite en streaming el acto. “No cabían todas, así que hemos habilitado esta clase”, explica una de las organizadoras. Algo más de media hora después, todas las mujeres están repartidas en diferentes salas para reunirse en las comisiones a las que previamente se han inscrito. El objetivo es que de ahí salgan posicionamientos concretos que se pondrán en común el domingo de cara a construir algunos ejes discursivos comunes para la huelga.
El viernes por la tarde eran muchas las mujeres que llegaban a la estación valenciana de Joaquín Sorolla. Cinco mujeres, amigas y “veteranas” del activismo feminista, se bajan del tren que poco más de una hora y media antes ha salido de Madrid. Charlan entre ellas y, sin mucha minuciosidad, cuentan que están expectantes ante lo que depare el fin de semana. Es el quinto encuentro feminista que se celebra desde que esta fuera la fórmula elegida para preparar el 8M a escala estatal. A Valencia le han precedido como ciudades anfitrionas Elche y Zaragoza para la huelga de 2018 y Mérida y Gijón, donde fue anunciada oficialmente la de este año.
De momento, la cobertura legal de la movilización repite el esquema del año pasado. CNT y la Confederación Intersindical ya han anunciado que convocarán huelga de 24 horas en todos los sectores, a los que previsiblemente se sumará CGT, que este mismo fin de semana celebraba su propio encuentro extraordinario para fijar su posicionamiento. Por su parte, los sindicatos mayoritarios UGT y CCOO han centrado la convocatoria en paros parciales de dos horas por turno, aunque dejan la puerta abierta a huelga de todo el día en sectores feminizados.
Comisiones que son motivos
Rafaela Pimentel es activista del colectivo de empleadas domésticas Territorio Doméstico, uno de los sectores más atravesados por la precariedad. Su presencia y la de algunas otras compañeras racializadas avisa de lo que la Comisión del 8M pelea por cambiar: el feminismo tampoco escapa a las lógicas que se reproducen en toda la sociedad. Acoger toda la diversidad de mujeres es, de hecho, uno de los propósitos que con más fuerza suenan este año, después de que el pasado algunos colectivos antirracistas como Afroféminas se descolgaran de la convocatoria.
Tras el parón para comer, el encuentro feminista prosigue de nuevo con las comisiones. Una de ellas es precisamente la de racismo y fronteras, en la que ya han llegado a acuerdos como el posicionamiento contra la Ley de Extranjería o la lucha por el cierre de los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE). Las asistentes pueden elegir además entre un grupo de trabajo de consumo, otro de violencias y justicia patriarcal, feminización de la pobreza y precariedad, laboral, cuerpos y derechos sexuales y reproductivos, estudiantil y cuidados y salud mental.
Cada comisión representa los ejes sobre los que construir la huelga. Nos cruzamos con Clori, la mujer que viene de Puertollano, por uno de los pasillos en los que el trasiego es constante. Ella ha elegido la comisión de feminización de la pobreza porque “es algo obvio y un hecho que la pobreza tiene rostro de mujer y yo creo que es algo fundamental”, zanja.
“Nos preguntan mucho cómo esperamos que sea este año, pero nosotras siempre decimos que los motivos siguen vigentes. Y es en eso en lo que nos tenemos que fijar y lo que debemos tener en cuenta”, reflexiona Pimentel, que llegó ya entrada la noche del viernes en autobús procedente de Madrid con casi un centenar de compañeras más.
Aida y Miriam, sin embargo, solo han tenido que trasladarse unos pocos kilómetros para venir porque son de Valencia. Comparten piso y la inquietud de sumarse a un movimiento que hasta hace más de un año veían desde la barrera. “Nunca hemos formado parte de ningún colectivo ni nada así, pero cada vez tenemos más interés. El año pasado ya hicimos huelga y este la volveremos a hacer. Como el encuentro se hacía en nuestra ciudad, queríamos pasarnos a ver qué tal”, sostiene Aida, universitaria de 24 años.
Teresa Meana atiende a los medios de comunicación a las puertas de la facultad. ¿Cómo se hace otra vez una huelga histórica? “Pues parece que se hace. Esto nos ha desbordado”, celebra mirando a su alrededor. “Hay mucho entusiasmo y este movimiento es imparable, estamos todas dispuestas a tirar para adelante y montar otra como la del año pasado o más”. Todas reniegan de las cifras y cuestionan el éxito que se mide en datos de asistencia. Prefieren fijarse en lo que no se ve: en la mujer que ese día decide no hacer la comida, en la que no está, como siempre, detrás de la barra con una sonrisa, en la que deja los platos sin fregar. Están convencidas de que a la semilla del 8M es muy difícil ponerle números. Y es que “¿cómo se cuantifica lo invisible?”.