Aunque parezca contradictorio, los campos de cultivo son un hábitat crucial para conservar a las aves en Europa. Esto es porque se han convertido en estepas, al estilo de las grandes llanuras asiáticas, donde habita más de la mitad de las especies del continente y de las variedades en peligro. España ha sido el paraíso para estas aves. Hasta ahora.
Porque ahora “les ha pasado un tsunami por encima”, describe el investigador de la Universidad Autónoma de Madrid Juan Traba. “Son el grupo de aves más amenazado de Europa”, dice. De hecho, mientras las especies forestales han podido remontar su declive, las agrarias no paran de caer y, en conjunto, son un 20% menos abundantes que en el año 2000, según el índice de aves comunes de la Unión Europea.
El tsunami afecta a tesoros naturales como la alondra ricotí, avutardas, sisones, gangas, aguiluchos cenizos, cernícalos primillas y otra veintena de variedades que dependen de los ecosistemas agrarios y esteparios. Los desplomes son variados, pero siempre abundantes: de un 25% a un 70%, dependiendo del tipo, según los datos de la reciente Estrategia para la conservación de aves ligadas a medios agro-esteparios del Ministerio de Transición Ecológica, aprobada en junio pasado.
Los problemas llegan por una combinación de la agricultura intensiva, el abandono de la ganadería extensiva –sobre todo ovina– y “la implantación de energías renovables en lugares poco adecuados”, explica el biólogo. “La intensificación de la agricultura es el principal vector del declive de las poblaciones”, sostiene.
Agroquímicos, supermecanización, barbechos
Esa intensificación viene acelerando desde hace un par de décadas y supone que, para maximizar los rendimientos, se recurra al aumento del uso de fitosanitarios, una gran mecanización, el avance del regadío, la apuesta por el monocultivo o la pérdida de campos de barbecho. “La tierra ya puede ponerse casi siempre en producción”, cuenta Juan Traba.
Los datos ilustran cómo se ha andado ese camino. Por ejemplo, en España, se ha pasado de utilizar 2,1 millones de toneladas de fertilizantes en 2001 a 3,7 millones en 2008 y 4,9 millones de toneladas en 2021, según las memorias del Ministerio de Agricultura.
Las explotaciones agrarias también se han concentrado y convertido en más grandes. Si en 1999 había 1,2 millones de fincas con un tamaño medio de 20,7 hectáreas, en 2009 se redujeron a 989.000 y un promedio de 24,5 hectáreas. En 2020 se contabilizaron 914.000 explotaciones con una extensión media de 26,3 hectáreas, según el Censo Agrario del INE. Un 30% mayor que en 1999.
Al mismo tiempo, ha ido avanzando el regadío: en 2010 suponía el 19,8% de la tierra cultivada en España –3,4 millones de hectáreas–. En 2021 había crecido a 3,8 millones, es decir, un 23% de la tierra cultivada, según la Encuesta de Superficies y Rendimientos del Ministerio de Agricultura. El país ha perdido 1,1 millones de hectáreas de barbecho en 15 años.
Hay poca conciencia de la gran cantidad de agroquímicos que se aplican. Falta una visión global de todo lo que se echa al campo
Esta fórmula de amplias extensiones homogéneas preparadas para el máximo rendimiento les ha dejado cada vez con menos hábitat: menos alimento en forma de insectos o hierbas silvestres, menos lugares donde anidar e, incluso, comida envenenada.
“Hay poca conciencia de la gran cantidad de agroquímicos que se aplican. Falta una visión global de todo lo que se echa al campo”, explica la investigadora del Instituto de Evaluación Ambiental y Estudios del Agua (IDAE-Csic) Ana López Antia. Experta en toxicología, López Antia advierte de que se trata de una cuestión “que ahora es mucho más invisible que antes porque se utilizan productos con un efecto tóxico menos agudo que provoca efectos subletales. Antes se podía ver un ejemplar muerto; ahora van acumulando efectos y no a base de un compuesto, sino de todo un cóctel. Pero tienen sus consecuencias, porque lo que está claro es que las poblaciones no paran de descender”.
Problema y solución
La bióloga describe que, además de lo que se rocía a los cultivos, se ha extendido el uso de semillas previamente tratadas con fungicidas, por ejemplo. “Es más cómodo y pone el tóxico donde tiene que actuar, pero al mismo tiempo lo impregna en la comida de muchas aves”, asegura.
Las semillas pueden constituir el 90% del alimento de invierno de aquellas especies que ya no encuentran vegetales silvestres. “Estas semillas se siembran para el arroz, el trigo, la cebada, la remolacha...”, explica. La investigadora ha comprobado cómo les afecta en su ciclo reproductivo: “En las perdices hemos constatado que reducen un 50% su descendencia”.
Si los científicos explican que la agricultura intensiva está detrás del problema, también la solución pasa por la agricultura. “Que a los agricultores les beneficie conservar estas especies”, explica la coordinadora de Conservación de SEO-Birdlife, Ana Carricondo. “No solo que deban sacrificarse porque eso es difícil que funcione, ya que es su forma de vida, sino que redunde en su modelo económico”, abunda. “Y eso supone que las políticas públicas acompañen a prácticas que pueden parecer ir a contracorriente, no solo con ayudas económicas, sino mediante un mercado y unos consumidores que las apoyen”, aclara.
La solución pasa por que a los agricultores les beneficie conservar estas especies. No solo que deban sacrificarse porque eso es difícil que funcione
La patronal agraria Asaja viene adhiriéndose a los proyectos con financiación europea diseñados contra el desplome de las de aves agrarias. El más reciente cuenta con 3,3 millones de euros para intentar salvar al sisón, la avutarda y el aguilucho cenizo en áreas de la Red Natura 2000 de Aragón, Extremadura y el Alentejo portugués.
“Protegerlas es una obligación contractual que tiene España”, subraya Juan Traba. “Si España y Portugal presentan las mayores poblaciones de la Unión Europea, tenemos la obligación de conservarlas y mejorarlas porque, además, son un elemento crítico: un eslabón intermedio entre los productores primarios y los grandes depredadores. Sin ellas se pierde el servicio de la biodiversidad”, indica.
Carricondo considera que transitar hacia un modelo donde “ser aliado de la naturaleza sea rentable” puede pasar por arrancar “en las zonas donde hay obligación legal de proteger o conservar como son las zonas de especial protección”. Lo ideal sería llegar a que se interiorice que “usar menos plaguicidas o menos fertilizantes es ahorrar dinero, recurrir menos veces a la gran maquinaria implica gastar menos en combustible”.