Los desiertos son ecosistemas complejos resultado de unas condiciones extremas de aridez. Son medios frágiles donde los recursos básicos son escasos y donde las relaciones entre el medio y los organismos que lo habitan mantienen un equilibrio finamente ajustado. El uso inadecuado de estos medios áridos produce una degradación ambiental que se conoce con el nombre de desertificación.
La desertificación es, por tanto, un proceso gradual de empobrecimiento del medio que se manifiesta en forma de fenómenos como la pérdida de productividad del suelo, la reducción de la cubierta vegetal o la pérdida de biodiversidad. Comprender a fondo las causas de la desertificación y sus mecanismos subyacentes es en sí un reto científico importante.
El hombre y los medios áridos
A pesar de la escasez de recursos de estos medios, el hombre los ha habitado desde tiempos inmemoriales, adaptando la extracción de recursos a las capacidades del medio. Esto requiere un amplio conocimiento del mismo, así como una visión a largo plazo y sostenible de la explotación de los recursos.
Dado que la desertificación aumenta con nuestro mayor conocimiento de los medios en los que vivimos y con nuestras capacidades técnicas, hemos de deducir que el problema reside en nuestras perspectivas de obtención de beneficios.
La pretensión de obtener más beneficios de los que puede ofrecer el medio o de obtenerlos más rápidamente de lo que los recursos pueden ser repuestos se encuentra en muchos casos en la base de la tasa de desertificación actual. Y es que a menudo olvidamos que no todo lo que se puede hacer se debe hacer. ¿Tiene sentido cultivar hortalizas en el desierto? O dicho de otra manera: ¿qué coste tiene?
La desertificación en España
Más de dos tercios del territorio español corre riesgo de desertificación, lo que significa que estamos expuestos a perder buena parte de nuestros recursos naturales. En muchos casos, conocemos las causas inmediatas de esta situación, es decir, las actividades humanas que originan la desertificación del medio: el sobrepastoreo, la deforestación y la expansión de la agricultura intensiva con técnicas de irrigación que alteran la composición química del suelo hacen peligrar los acuíferos y la hidrología de una región.
Estas actividades tienen un factor en común: suponen drásticos cambios de uso de suelo, frecuentemente, a gran escala. Estos cambios perturban el equilibrio en la entrada y salida de recursos del medio y las interacciones de los organismos con aquel.
Para muchas especies animales y vegetales perfectamente adaptadas a los medios áridos, estos cambios de uso de suelo suponen en realidad la pérdida de hábitat a gran escala, lo que tiene consecuencias muy negativas en la distribución y persistencia de las poblaciones naturales. Un caso claro es la grave situación de las aves esteparias en nuestro país.
¿Conservación es igual a no desarrollo?
Se podría argumentar que la conservación de las zonas áridas implica condenar a las mismas y a sus pobladores a una situación crónica de subdesarrollo. Esto no es cierto. Simplemente se trata de planificar con cuidado las actividades que se pueden desarrollar en función de las particulares características de estos medios. Para ello hace falta aumentar nuestro conocimiento sobre los mismos, una regulación adecuada y unos mecanismos de control eficaces.
Por ejemplo, actualmente hay en marcha numerosos proyectos de construcción de plantas fotovoltaicas en el sureste español. La energía solar es una herramienta clave en la lucha contra el cambio climático global. Sin embargo, la proliferación de estas plantas también tiene un impacto sobre el medio y la biodiversidad. Estos impactos deben ser evaluados y corregidos para lograr que esta energía sea realmente “limpia”.
El mecanismo implementado para garantizar esto son los estudios de impacto ambiental, que se exponen a información pública y que son revisados por la Administración. Lamentablemente, muchos de estos estudios no son lo suficientemente rigurosos, a pesar de lo cual son finalmente aprobados. Asimismo, actividades ilegales (cambios en el uso de la tierra, invernaderos y urbanizaciones ilícitas, sobreexplotación de las aguas subterráneas) a menudo son pasivamente aceptadas o ignoradas por las administraciones.
La conservación de los ecosistemas esteparios y semiáridos en España, que equivale a evitar la desertificación, requiere un cambio de paradigma en la gestión de estos medios que ha de implicar a numerosos actores, desde la Política Agraria Comunitaria a los habitantes más próximos. Requiere también un cambio en nuestra visión del valor ecológico de los hábitats semiáridos.
La opinión negativa sobre este tipo de hábitat está amplia y profundamente arraigada en España. Es necesario una educación eficaz que corrija este sesgo. También es fundamental un mayor conocimiento de cómo funcionan estos ecosistemas. Es importante identificar los procesos bióticos y abióticos y los organismos clave en estos medios e implementar medidas de manejo adecuadas para aliviar el efecto negativo de la actividad humana.
Al inicio de este texto hemos señalado el reto científico que supone comprender las causas y mecanismos de la desertificación. Si no cambiamos nuestra forma de actuar, el reto será esclarecer la forma más eficaz y menos cara de recuperar el terreno desertificado, si es que eso es posible. En todo caso, será mucho más costoso.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí