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La COVID-19 en los colegios agrava el síndrome de los abuelos esclavos: “Es mi labor, aunque me mande al otro barrio”

Niños en la escuela sí, pero no sus abuelos. Así se ha expresado el secretario de Salud Pública de Catalunya ante una dulce estampa familiar que puede tornarse en un grave riesgo sanitario: mayores acercando a sus nietos hasta la puerta del colegio, dándoles un abrazo de despedida (un codazo los más precavidos) y recogiéndolos otra vez para darles el almuerzo en casa, vista la situación de muchos comedores escolares. Los epidemiólogos son contundentes: con más de 58.300 contagios en la última semana, “el impacto de la COVID-19 es creciente y la mortalidad podría aumentarse si empieza a afectar a gente mayor”.

El exceso de muertes que ha provocado el coronavirus se ha cebado especialmente con los mayores de 65 años (en concreto con los mayores de 74). Ildefonso Hernández, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Miguel Hernández de Alicante, explica que “esos grupos de edad deben aplicar en sus vidas el principio de prevención” y que “llevar a los niños al colegio es una forma muy clara de exponerse al virus porque aún no sabemos las tasas de incidencia en los menores”. Solo en la primera semana de curso, 200 colegios registraron casos de coronavirus en toda España.

El caso de las abuelas y abuelos ya salió a debate al comienzo de la pandemia y, seis meses más tarde, la conciliación sigue siendo tan difícil como entonces. “Siempre echaremos una mano a nuestros hijos y nietos. Estamos dispuestos a que nos contagien, aunque probablemente el virus nos mande al otro barrio”, dijo el presidente de la asociación Abuelos y Abuelas de España en una entrevista. “El problema es que asumen el riesgo para ellos mismos y para los cercanos, porque ya hemos visto que las camas hospitalarias no son ilimitadas”, advierte Hernández, para quien “no podemos reducirlo todo a un asunto personal porque cada acción afecta al conjunto”.

En aquella entrevista, Fernando Muñoz también se cuidó de denunciar que “a los que trabajan no les ponen ninguna facilidad”. “Durante los meses de confinamiento estuvimos sin ver a mis nietos porque, al ser mayores, era un factor de riesgo. Ahora, la cosa ha cambiado y vamos a vernos en la obligación de tener que atenderles”, se lamentó. Una experiencia que comparte Pilar, abuela todoterreno de 70 años.

“Mi hija y su marido son los dos profesores, así que todas las mañanas llevo a los críos al colegio y los recojo para darles de comer”, cuenta a elDiario.es. Sergio, de ocho años, no es un problema, mantiene las distancias y tiene muy integrada la higiene de manos. Otra cosa distinta es Irene, de cuatro: “Es súper mimosa y, aunque sabe que existe un bichito muy malo que puede poner enferma a la bisabuela (vivo con mi madre de 96 años), se le termina olvidando”, explica Pilar. “Es mi labor, pero un poco de miedo sí que tengo”, termina por reconocer.

"Siempre echaremos una mano a nuestros hijos y nietos. Estamos dispuestos a que nos contagien, aunque probablemente el virus nos mande al otro barrio", Fernando Muñoz, presidente de la asociación Abuelas y Abuelos de España

La relajación de las medidas de seguridad en el entorno familiar se ha desvelado como uno de los causantes de transmisión comunitaria. Los epidemiólogos son conscientes de ello y más aún cuando se incluye a los pequeños en la ecuación: “La distancia de seguridad y la mascarilla son difíciles de mantener en ese contexto, por eso insisto en que son las personas mayores quienes deben extremar al máximo la precaución si no les queda más remedio que cuidar de sus nietos”, incide Ildefonso Hernández, sabiendo que todo radica en un problema de desigualdad social que la mayoría de las veces excede al control de las familias.

Conciliación: la primera casilla sin resolver

La segunda gran crisis de conciliación de la pandemia estaba garantizada antes de que comenzase esta nueva ola. El colectivo Malas Madres lanzó a principios de septiembre un manifiesto dirigido al Gobierno que consta de cuatro medidas. Con ellas, entre otras cosas, “no habría que recurrir tanto a las abuelas y abuelos para conciliar con la COVID-19, que por supuesto no es lo ideal”, admite Maite Egoscozabal, fundadora del club. “Pero esas recomendaciones, si no van de la mano de unas medidas de conciliación que protejan los cuidados y que aseguren que los padres y las madres lo hagan, no queda otro remedio que tirar de esas estructuras informales”, justifica a elDiario.es.

Egoscozabal insiste en no culpabilizar a las familias sino trasladar el foco a los asuntos en los que deberían trabajar las instituciones: “Favorecer el teletrabajo, la flexibilidad tanto espacial como horaria, la adaptación de la jornada o reducción sin pérdida salarial y, en el caso de que tu hijo sea contacto sospechoso de un positivo en COVID-19, contar con una baja para los quince días de cuarentena”, enumera la portavoz, que lleva desde mayo luchando para que esas medidas tomen forma en el Plan MeCuida del Gobierno.

Ildefonso Hernández reconoce que “son problemas difíciles de abordar, porque cada medida viene marcada por la desigualdad social”. En este caso, la de muchas familias que “no se pueden permitir contratar a gente sana para los cuidados y tienen que exponer a su entorno vulnerable”, explica el experto. Con el coronavirus, la situación de los abuelos y abuelas cuidadores preocupa por lo delicado de su salud, pero es algo que las asociaciones por el bienestar de las personas mayores llevan denunciando años y para lo que tienen un apelativo más tajante: “esclavos”.

La doble esclavitud de los abuelos

Marien (nombre ficticio), de Ibiza, se consideraba una “abuela esclava” antes de la pandemia. Se casó hace veinte años con un hombre con dos hijos mayores que los suyos. “Pasé de ser madre abnegada a ser abuela postiza sin que el último de los míos se hubiese marchado de casa”, comenta. Cuando hubo terminado de ayudar a criar a los nietos de su marido, sus hijos comenzaron a tener retoños y vuelta a empezar.

“Está feo decirlo, pero con la cuarentena se acostumbraron a no tirar tanto de nosotros, también por el miedo a contagiarnos”, explica esta abogada jubilada. Su pareja tiene una afección pulmonar y ambos están en el rango de edad vulnerable (ella con 69 y él con 74 años). Ahora, solo le presta atención a los geranios de su jardín, a ir a nadar a la playa y a preparar la comida para la familia una vez a la semana. “Adoro a mis nietos y a los de mi marido, pero ya tienen unos padres y nuestra función vuelve a ser la de malcriarlos”, ríe Marien.

Para Sonia Díaz, de la Asociación Siena, que fomenta el envejecimiento activo y la autonomía de la tercera edad, esa es la gran diferencia. “No nos parece ni bien ni mal. Si el abuelo o la abuela se encuentra bien y le apetece cuidar de sus nietos, es un gusto. A veces incluso su razón de vivir”, comenta. “El problema es cuando lo hacen obligados, un síndrome muy nuestro”, arguye.

En 2018 presentaron un informe titulado 'La figura de los abuelos y abuelas esclavos en Catalunya' según el cual la mitad de los encuestados confirmaba que esa figura “esclava” existe. El 46,8% de los abuelos cuidadores afirmaron que es una decisión que toman de manera conjunta con los hijos, mientras que en el 30,8% de los casos la tomaba el hijo o la hija unilateralmente y sólo en un 12,6% eran ellos quienes lo deciden. “Muchos ancianos tienen miedo a retomar sus actividades, su vida social o a salir como lo hacían antes de tener estas tasas de COVID-19 tan altas, pero ¿cómo le van a decir que no a un nieto?”, expone Díaz.

También culpa de esto a instituciones y medios de comunicación que, en su opinión, han fomentado “el edadismo” en esta pandemia. Es decir, meter en un mismo saco a todos los mayores. “Hay gente con 70 años que está en perfectas condiciones para llevar su vida normal y además echar una mano a sus familias porque así lo decide, mientras que hay abuelas con 50 años que compaginan ”la esclavitud“ con dos trabajos o personas de 60 que tienen muchísimas patologías”, expresa. Una opinión que comparte el experto en epidemiología Ildefonso Hernández.

“Una cosa son las recomendaciones globales de Salud Pública, pero hay otras que tienen que ser adaptadas a la situación individual: nivel de vulnerabilidad, de soledad o si el abuelo en cuestión cuenta con una red social fuerte”, explica. Sonia lo resume así: “Detrás de cada abuelo o abuela agotada y esclava hay una mala conciliación, y eso es algo que tienen que solucionar cuanto antes para que no ocurra lo que pasó en Primavera”.