España ha reducido mucho su mortalidad por COVID-19 desde que todo explotara en marzo. El pico al que se llegó aquel mes fueron 888 fallecimientos confirmados por el virus en una sola jornada, la del día 30; durante la ya llamada 'segunda ola', el máximo por ahora han sido 106, ocurrido justo medio año después, el 30 de septiembre. La letalidad asociada a la enfermedad ha bajado desde el 12% de primavera hasta el 3,9% actual. Pero los contagios han ido subiendo, el mundo entero sigue en pandemia y nuestro país también en crisis de mortalidad, aunque ya no sea tan extrema. El de 2020 ha sido el septiembre más mortal de la democracia, con 3.150 defunciones por todas las causas por encima de la media de la última década según los informes MoMo del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII). La media diaria –tomada a partir de la semanal– de los últimos quince días se acerca a los cien decesos al día confirmados, y el total oficial debido al virus es 2.667 en todo el mes.
Nuestro país salió del estado de alarma el 21 de junio con entre 0 y 10 fallecimientos diarios confirmados por COVID-19. La primera vez desde entonces que llegamos a tener 100 muertes al día por coronavirus fue el 21 de septiembre. Desde entonces hasta el 1 de octubre todos los días se ha superado esa cifra (salvo el 24 de septiembre, cuando fueron 99). Eso a la espera de que los datos desde el día 2 se consoliden, algo que al Ministerio de Sanidad le lleva varias semanas por los retrasos en la información que remiten las comunidades –y salvo anecdóticamente, siempre se ajustan al alza, en las primeras notificaciones se cuentan poco más de la mitad–. Un tercio de los fallecimientos de las últimas semanas se han dado en la Comunidad de Madrid.
Que la distancia entre el número del MoMo de septiembre (3.150) y el de muertes por COVID-19 que anota Sanidad (2.667) sea mucho más pequeña que en primavera es una pista, eso sí, de que en esta segunda ola se está infradiagnosticando mucho menos, es decir, se escapan muchos menos casos graves 'oficiales' por COVID-19 ahora que entonces. Los informes del ISCIII detectaron entre el 11 de marzo y el 9 de mayo un exceso de 42.000 personas, frente a las 28.000 registradas por coronavirus en el mismo tiempo. Esto es, un desajuste de 16.000, incluyendo las defunciones por otras causas; ya en otoño, la diferencia es de 400. Tenemos en todos los aspectos una imagen más realista de la pandemia, vemos más “parte del iceberg”, motivo por el cual también la letalidad baja –en la primera ola, según el estudio de seroprevalencia, se contagiaron 2.300.000 personas frente a las menos de 300.000 detectadas en ese momento–.
¿Cuánto tiempo son asumibles más de cien personas fallecidas al día? “Ese es un debate filosófico que se da en salud pública”, responde Adrián Aguinagalde, médico experto en Medicina Preventiva y portavoz de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH). “Epidemiológicamente no hay un nivel objetivo claro. Cuando se detecta una aceleración de casos, hay que intentar un frenazo, con rastreo, con vigilancia, con control, con prevención, con reducción del número de contactos. Cuando consigues desacelerar los casos y hospitalizaciones, que es como medimos la epidemia, consigues que la curva de fallecimientos, que se refleja unos días después por la evolución de la enfermedad, baje. Y lo ideal es ganar tiempo suficiente para que los recursos se estabilicen y, la próxima vez, las cifras se mantengan bajas”, explica.
Lo secunda Pere Godoy, presidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE): “El seguimiento de contactos, cortar las cadenas de transmisión y cuarentenar baja la velocidad de transmisión, y con ello, como consecuencia, las muertes. De otra manera, los sistemas se ven desbordados como en primavera, lo que hay que evitar”. Su receta: mantener una forma mesetaria y estable de la curva, sin que se dispare, pero mucho más baja que la actual.
Sobre dónde está el límite aceptable contesta la doctora María Cruz Martín, ex presidenta de la Sociedad Española de Medicina Intensiva (SEMICYUC): el nivel previo a los fallecimientos. “Lo que hay que conseguir es que la tasa de ingresos no supere un umbral que nos lleve a la ocupación absoluta de nuestras camas, que los pacientes COVID puedan seguir conviviendo con otros pacientes graves. Solo así se puede dar respuesta a las necesidades de todos los pacientes que ingresan y mejorar los resultados”. De lo contrario, también se eleva la mortalidad, directa e indirecta, esto es, por COVID-19 y por los efectos de que el sistema sanitario esté mermado y otras enfermedades se agraven por mal seguimiento, las que engloba el MoMo.
En marzo, con todos los indicadores disparados, y teniendo en cuenta diferencias geográficas, se llegó, según cálculos de la SEMICYUC, a un 300% de ocupación nacional de UCI solo por COVID, “pero eso fue catastrófico, lo peor que hemos vivido. En estudios sobre gestión de crisis, está demostrado que se puede atender de forma relativamente fácil hasta una ocupación del 120%. Pero de todos los pacientes, no solo de una enfermedad”.
Que la letalidad de la segunda ola ha bajado respecto a la de la primera también es un hecho se explica por muchos factores, además de porque ahora se identifiquen más casos totales. El primero es la edad media de los infectados detectados, que ha pasado de más de 60 a menos de 40 en todo este tiempo. También por las medidas de prevención y control. Las generales, las que hay las residencias de ancianos, algunas muy costosas socialmente –como la limitación de contactos con sus familiares–, y las que han mantenido de manera especial las personas de grupos de riesgo. Hay un tercer motivo que verbaliza Godoy: “Hay menos candidatos a mortalidad que en marzo. Mucha gente que estaba en riesgo de morir ya murió entonces”. Pero en total, sigue habiendo fallecimientos porque “nunca hemos dejado de tener una transmisión de fondo preocupante. Pero no tan intensa como entonces, ni que haya subido tan rápido”.
Casi todo lleva a otra pregunta algo incómoda: ¿cuántas muertes por una sola causa cada 24 horas debería ser capaz de aceptar un país? “No hay respuesta a eso”, dice Godoy, pero “las mínimas posibles. Hay que bajar a los niveles en los que estaban durante el final del estado de alarma, o menos”. No es posible hacer una predicción sobre si los niveles se mantendrán estables, bajarán de manera ralentizada o si volverá a haber un pico: “Hacerla sería asumir que una epidemia se comporta de forma igual durante un tiempo, y eso no es así. Las fases se van modificando”, apunta Aguinalde. “Pero no se puede aceptar como inevitable una segunda onda de muertes”, abunda Godoy, “sino que hay que intentar lograr esa transmisión lo más baja posible”.