El crimen de Samuel desata una oleada de protestas contra la violencia que sufren las personas LGTBI

Marta Borraz

5 de julio de 2021 23:01 h

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El homicidio de Samuel, el joven de 24 años que perdía la vida en A Coruña pocas horas antes de la celebración del Orgullo LGTBI estatal tras recibir una brutal paliza, ha desatado una ola de indignación y conmoción en la comunidad LGTBI. La investigación está abierta y tras publicarse el testimonio de testigos que relatan que fue amenazado con insultos homófobos –“¡Para de grabarnos si no quieres que te mate, maricón!”–, la delegación del Gobierno se ha abierto a la posibilidad de que se trate de un crimen discriminatorio. El caso ha puesto el foco en la violencia que el colectivo LGTBI sigue recibiendo a pesar del avance de las últimas décadas, y que tiene uno de sus reflejos, el más visible, en las múltiples denuncias de agresiones por este motivo acumuladas en las últimas semanas.

Este mismo fin de semana una mujer trans ha denunciado haber sido objeto de violencia verbal y física en Santiago de Compostela y un joven en Madrid ha contado que un policía le propinó un bofetón e insultos homófobos. Se une al ataque perpetrado en Valencia contra un joven al que dieron un puñetazo y golpes por todo el cuerpo al grito de “maricones” o a la agresión a una pareja de hombres con una porra extensible en A Coruña. En Catalunya son varios los ataques denunciados en el último mes, mientras que Basauri (Bizkaia) ocupó todos los titulares a principios de junio por la agresión a un joven que acabó en el hospital al que llamaron “maricón de mierda”.

El monitoreo que hacen anualmente los observatorios contra la LGTBIfobia de varias comunidades apuntan a que este tipo de incidentes crecen cada año, pero hay que tener en cuenta que se trata de las denuncias que hacen los propios afectados. Los datos disponibles de 2020, con las peculiaridades de la pandemia, apuntan a conclusiones contrapuestas: algunos como el de Madrid, donde se anotaron 259 actos discriminatorios, registraron una disminución respecto a 2019, mientras que otros como la Comunitat Valenciana o Catalunya han detectado una escalada (140 y 189 respectivamente).

Con todo, la discriminación LGTBIfóbica no es algo nuevo ni un hecho aislado, es una violencia “estructural” que se da por el hecho “de ser y mostrarnos tal y como somos”, explica Eugeni Rodríguez, presidente del Observatori Contra l'Homofòbia de Catalunya. En su caso, las estadísticas que ya han recopilado en este primer trimestre siguen apuntando a un aumento, pero más allá de las cifras Rodríguez traslada su preocupación por “la agresividad y violencia inusitada que estamos viendo”. En ello coincide también Ignacio Paredero, Secretario de Organización de la Federación Estatal de Lesbianas Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB): “Hay que ser prudentes, de momento no podemos hablar de un incremento, pero sí percibimos casos más intensos cada vez y una agresividad que ha crecido en el tiempo”.

En Olympe Abogados, un despacho especializado en este tipo de casos, reciben cada vez más denuncias: “Vemos que delitos que hace mucho que no se llevaban a cabo tan habitualmente vuelven a emerger con frecuencia”, explica su director jurídico Isaac Guijarro. Aún así, los expertos advierten de que lo que sale a la luz es “la punta del iceberg” porque la mayor parte de esta violencia está silenciada: según una reciente macroencuesta de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, solo un 16% de las víctimas en España de algún ataque físico o sexual por motivo de su orientación sexual o identidad de género dieron traslado del mismo. Hay, explica Guijarro, “muchas causas”: desde la exposición de la intimidad y salida del armario obligada, a la vergüenza o la falta de confianza en las instituciones. “Hemos tenido muchos clientes que incluso en las comisarías les han dicho eso de 'esto no va a llegar a nada”, cuenta el abogado.

Casos que son “un recordatorio social”

La dificultad que se encuentran los letrados y expertos en estos casos radica en que pocas veces tienen recorrido como delitos de odio. “Es frecuente que el contexto se use para negar a priori que hay un ataque discriminatorio. Se está esperando un caso de LGTBIfobia 'de laboratorio', el de un agresor con la cabeza rapada y tirantes, pero no llega nunca y así nada es delito de odio. Los insultos homófobos son un elemento más y son claves, pero el contexto, la respuesta y la virulencia es donde está el móvil discriminatorio”, explica Laia Serra, abogada penalista experta en derechos humanos y discriminación.

En un primer momento, los informes policiales en el caso de Samuel circunscribían el hecho a una discusión relacionada con el uso de un teléfono móvil sin apuntar a ningún elemento más. Según el relato de la amiga que le acompañaba, ambos estarían haciendo una videollamada con la novia de esta cuando una pareja le espetó: “Para de grabarnos si no quieres que te mate, maricón”. Al joven de 24 años lo único que le dio tiempo a decir fue “maricón de qué”. “Un día es que le vuelca la cerveza, otro un conflicto vecinal, otro cruzar un semáforo o haber aparcado mal...Hay que entender esto. Solo por el hecho de que haya una violencia desproporcionada con resultado de muerte, es un indicio suficientemente poderoso como para que se investigue el móvil discriminatorio. Negarlo de entrada es una aberración jurídica y una falta de respeto”, prosigue Serra.

Coincide con ella Guijarro, que tiene también experiencia en que la justicia rechace la motivación discriminatoria en sus causas. “Parece que tienen que decir 'te estoy matando por maricón y no por otra cosa'”, dice. El abogado considera que, por el contrario, la mayor parte de ataques LGTBIfóbicos se dan mediante la “instrumentalización” de otra cosa diferente a la persona en sí misma; un conflicto, un malentendido, una excusa para agredir. Apuntan los expertos, además, al carácter colectivo de estos actos. Son, en palabras de Serra, “crímenes de poder” que mandan un mensaje en este caso a toda la comunidad LGTBI: “Es un recordatorio social, se dice a determinada gente que no tiene un lugar asegurado en esta sociedad, lo que quiebra la expectativa de seguridad de este colectivo, un primer paso contra sus derechos fundamentales”.

Discriminación cotidiana más allá de las agresiones

Las cifras y titulares son también la “punta del iceberg” por otro motivo: al igual que sucede con la violencia machista, la homofobia, bifobia y transfobia tiene su expresión más brutal en las agresiones físicas, pero hay otras violencias cotidianas que las sustentan. De hecho, estos días a raíz del asesinato de Samuel multitud de usuarios en redes sociales han compartido relatos de discriminación. Algunos de los casos incluidos en el último informe a nivel estatal elaborado por la FELGTB iban desde un hombre que al abrir su negocio se encontró en la fachada una pintada de “maricón”, un socorrista que increpó públicamente a un cliente del club de natación para que revelara que era gay o el dependiente de una tienda que espetó a una mujer trans al probarse un vestido que “por ley está prohibido que un hombre se vista de mujer”.

“Muchísima gente sufre aislamiento, interpelaciones homófobas, transfobia, estigma, problemas en el trabajo o en la convivencia. Y todo eso son muestras de una violencia estructural que siempre existe; lo que cambian son los contextos y la posibilidad de denunciar y visibilizarse”, señala Rodríguez. El miedo, la violencia y el secreto, incluso en aquellos países que gozan de avances, como España, sigue siendo demasiado habitual. La encuesta europea de 2020 arroja algunos datos reveladores: un 48% de las personas evitan darse la mano en público con alguien de su mismo sexo y una de cada tres (el 32%) afirma que deja de acudir “siempre” o “a menudo” a algunos lugares por miedo.

Cuando se les pregunta dónde se niegan a mostrarse tal y como son por temor a ser “asaltados, acosados o amenazados”, casi la mitad de los encuestados en España (un 47%) dice que en la calle u otro tipo de espacio público y cuatro de cada diez en los medios de transporte. Teniendo en cuenta que se trata de una cuestión con respuesta múltiple, el 32% señala restaurantes, cafeterías o discotecas y un 27%, el lugar de trabajo. Pero también el miedo a visibilizarse como LGTBI en los círculos más cercanos está presente: en la familia o en el hogar es marcado por un 24% y un 12%, respectivamente.

Todas las voces consultadas para este reportaje coinciden en que la ofensiva antiderechos que enarbolan sectores ultraconservadores y partidos de extrema derecha como Vox –que ha llegado a apoyar públicamente las leyes homófobas de Ucrania– son “un caldo de cultivo idóneo” para que se dispare la violencia hacia los colectivos vulnerables, explica Laia Serra, abogada penalista experta en derechos humanos y discriminación. “Estas violencias ocurren porque los agresores se sienten legitimados para ello; entienden que la respuesta social, de sus círculos próximos, pero también a nivel comunitario, no van a reprobarlos o al menos no con mucha contundencia”, señala la experta.

Coincide con ella Paredero, que destaca “los discursos de odio que desde hace tiempo se están sembrando” y que “tarde o temprano siempre tienen consecuencias”. El Secretario de Organización de FELGB lamenta que desde la extrema derecha “el marco que se coloca sobre la diversidad” esté vinculado “a que el colectivo LGTBI es una amenaza, o que cuando se hable de diversidad sexual se equipare con la corrupción de menores o la pedofilia”. Algo que, asegura, “socialmente produce un efecto”.