Cuando un meteorólogo pasea entre los cuadros de un museo ve detalles que pasan desapercibidos para los demás. “Esa nube está mal”, señala José Miguel Viñas ante el cuadro Nubes de verano, de Emil Nolde, mientras camina por el museo Thyssen. “Este cuadro tiene un error evidente desde el punto de vista meteorológico”, comenta. “Porque esas nubes solo crecen encima de las zonas de tierra, que son las que se calientan y producen la convección, así que ahí faltan los atolones”.
Un poco más allá, ante el cuadro El acantilado de Aval, de Eugène Boudin, Viñas anticipa que, aunque el cielo está revuelto, no lloverá en las próximas horas. “La estela horizontal de humo del barco del fondo es un indicador de estabilidad atmosférica, por lo que esas nubes grises no seguirán creciendo y no darán lugar a tormentas”.
Su ojo experto no deja escapar otros detalles curiosos, como que Brueghel el Viejo representó olas que son más propias de un océano que de un lago en la tempestad del mar de Galilea, o que, en El deshielo en Vétheuil, Monet capta con maestría el momento en el que se está empezando a desgajar el hielo en la superficie del río por la subida de temperaturas.
Este es el punto de partida de su nuevo libro, Los cielos retratados (Crítica), en el que el conocido meteorólogo y divulgador revisa la historia de la pintura para descubrirnos sus cielos y lo que estos nos dicen, no con una visión meramente estética, sino desde el punto de vista de las ciencias atmosféricas.
Quedó activado en mí una especie de radar, que hacía un barrido cada vez que entraba en la sala de un museo
“En mis visitas a esos y otros museos (...), empecé a no poder desviar mi atención de los elementos meteorológicos que aparecían en las pinturas”, confiesa Viñas en la introducción del libro. “Quedó activado en mí una especie de radar, que hacía un barrido cada vez que entraba en la sala de un museo, dirigiendo mi mirada hacia aquellos cuadros donde había una porción de cielo, nubes o cualquier otro detalle de interés meteoro-climático”.
Un arcoíris del revés
En las páginas de esta nueva obra de divulgación, José Miguel Viñas no se limita a examinar las obras del Museo Thyssen de Madrid, donde ha presentado el libro estos días ante un grupo de periodistas, sino que pone su ojo de hombre del tiempo en los cuadros de otras pinacotecas, con descubrimientos igual de interesantes. “Hay pintores que se esforzaron por observar con minuciosidad todo lo que pasa en la atmósfera y sabían lo que hacían, como John Constable”, explica el autor a elDiario.es. “Pero otros no prestaban tanta atención y cometían fallos”.
Uno de sus ejemplos favoritos en la obra Granja en el pueblo de Spejlsby on Møn, en el que el pintor romántico danés Christopher Wilhem Eckersberg pinta un doble arcoíris, pero ordena mal los colores del segundo arco, por su descuido en la observación y su desconocimiento de la física de la luz.
Ante otros lienzos, el meteorólogo puede hacer un pronóstico como si estuviera ante un mapa de isobaras, como es el caso de la obra El sentido del oído, de Brueghel el Viejo y Pedro Pablo Rubens, que se exhibe en el Museo del Prado, y en el que el nubarrón oscuro del horizonte nos hace anticipar la descarga y hasta el sonido de la tormenta que se aproxima.
“Varios pájaros revolotean alborotados ante el inminente cambio de tiempo”, describe Viñas. “Podemos imaginar sus cantos, mezclados con el sonido de los truenos generados por la tormenta”.
Anticipos del cambio climático
En las páginas finales del libro, Viñas no deja pasar la oportunidad para revisar “cómo la pintura puede convertirse en una herramienta útil en las ciencias de la Tierra; en particular, en los estudios de cambio climático”. Como ejemplo, cita un conocido trabajo de 2003, en el que un par de investigadores italianos examinaron las marcas dejadas por agua en los edificios de Venecia en los cuadros de Canaletto, pintados en el siglo XVIII, para compararlos con los actuales y documentar la subida del nivel del mar.
Sobre inundaciones es otro de los cuadros ante el que nos detenemos durante la visita en el Thyssen, La inundación en Port-Marly, de Alfred Sisley. En marzo de 1876 este famoso pintor fue testigo del desbordamiento del río Sena en una localidad cercana a París y reflejó su evolución en una serie de cuadros como si fuera un reportero gráfico de la época. La serie refleja cómo los habitantes de este lugar se vieron obligados a desplazarse y salir de sus casas en barcas, explica Viñas, y “la progresiva retirada de las aguas terminó dejando convertidas las calles del pueblo en un gran lodazal”. Una escena que recuerda a las imágenes de eventos extremos que en nuestros días llenan los telediarios, asegura.
Son solo algunas breves pinceladas de un libro en el que el ojo vigilante del experto en meteorología revela detalles en los que la mayoría no hemos reparado, desde los cumulonimbos en las obras de Goya, al secreto de los nubosos cielos velazqueños o la explicación a las persistentes nieblas de los cuadros románticos y los rojizos cielos de Edvard Munch o Vincent van Gogh. Y sobre todo, como defiende el autor, una aproximación que nos permite adentrarnos en esos “cielos retratados” que un día formaron parte de la vida de los pintores de diferentes épocas.
“Yo creo que hay un valor añadido en la posibilidad de leer los cielos de esta manera y no considerarlos como un simple telón de fondo, sino ser capaces de ver que ahí hay una vivencia de ese artista”, concluye el autor. “Y que la dejó plasmada en el cuadro para que nosotros la pudiéramos contemplar”.