En 2020, la crisis climática ha seguido arreciando. Los confinamientos para intentar frenar la expansión de la pandemia de COVID-19 detuvieron la actividad durante algunas semanas y eso ha hecho que las emisiones de gases de efecto invernadero este año se reduzcan, pero los indicadores de cómo avanza el calentamiento del planeta siguen siendo tozudos: hay más capa de gases invernadero, la Tierra es cada vez más cálida. La alteración climática continúa.
En 2020 la última medición de la NASA ya ha tocado las 415 partes por millón cuando empezó el año en 410 ppm. La serie histórica de la NOAA muestra que en enero de 1980, la media global estaba en 338 ppm. Este nivel es el chivato de la acumulación de gases de efecto invernadero. El CO2 permanece activo durante cientos de años en la atmósfera impidiendo que la radiación solar rebotada en la superficie terrestre escape al espacio exterior. Las mediciones no dejan lugar a dudas: la costra gaseosa es cada vez más espesa (lo que hace que el efecto invernadero se prolongue más tiempo, aunque se detengan las emisiones de manera abrupta)
Aquí comienza el calentamiento global del planeta que termina en la alteración del clima. Las actividades humanas, es decir, la quema de combustibles fósiles y la deforestación, han elevado el nivel de CO2 un 47% en los últimos 170 años (desde 1850). Es más que todo lo que había crecido en los 20.000 años anteriores.
Temperatura global
La Tierra se convierte en un planeta cada vez más cálido. 2020 ha entrado en el podio de los tres cursos más cálidos registrados. La temperatura media este año ha sido algo más de 1ºC superior al nivel de la época pre-industrial (1850-1900), según la Organización Meteorológica Mundial. El efecto invernadero de los gases expulsados se deja notar. Y las consecuencias también.
La serie temporal de la NASA evidencia cómo la temperatura de la superficie terrestre no ha parado de crecer desde, al menos, 1950. De los 20 años con temperaturas más elevadas anotados por la ciencia, 19 se han producido a partir de 2001 (solo 1998 entra en ese ranking). Las emisiones de gases provocan concentración de CO2 que atrapa la radiación, que calienta la Tierra.
Un planeta más caliente se deja notar más elocuentemente en las partes más frías. La capa de hielo sobre la Antártida y Groenlandia pierden masa de forma continuada desde, al menos, 2002. En octubre pasado, la capa antártica había perdido 2.500 Gt de masa. Va a una marcha de 149.000 millones de toneladas al año. En la gran isla del norte, en ese mes se habían perdido 4.900 Gt. Su promedio desde 2002 es de 279.000 millones de toneladas menos
Lo mismo le pasa al hielo marino. En el océano Ártico, la extensión mínima de esa capa al final del verano pasado fue de 3,92 millones de km2. Fue el segundo peor curso tras 2012. Cada década ha caído un 130%. El mar helado del norte es cada vez más navegable y explotable, pero su fundición afecta directamente en el clima, por ejemplo, de España.
El nivel del mar sube, principalmente, por dos motivos relacionados con el cambio climático: el agua que se añade por el hielo fundido de glaciares y plataformas congeladas y la expansión del mar por el incremento del calor. En julio pasado se calculó un crecimiento de 95 milímetros respecto a los datos obtenidos por satélite desde 1993. La tasa de cambio anual está en unos 3,3 mm, según la NASA.
La población en riesgo de padecer mareas altas cada año suma unos 300 millones de personas tras las revisiones más actuales y precisas. En España, Doñana, el delta del Ebro, la ría de Bilbao, Santander o la costa de Cádiz y Huelva aparecen en rojo en el mapa de riesgo para 2050. Esa subida marina también está contaminando los acuíferos costeros españoles con agua salada, situados en las zonas más áridas de España.
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